Los Juegos Olímpicos volvían a Alemania en 1972, treinta y seis años después de los celebrados en Berlín en pleno apogeo del nacionalsocialismo. Esta vez el escenario iba a ser Munich, precisamente la ciudad en la que nació el movimiento nazi. Pero se trataba de una Munich muy diferente, y se quería que los Juegos también lo fueran. La política no tenía que dejarse sentir en este retorno de la gran fiesta del deporte a territorio germano y la capital bávara se preparaba a lo grande, aprovechando el acontecimiento para dotarse de magníficas infraestructuras que, además, recuperaban para la ciudad algunas zonas en la que aun quedaban cicatrices de la ya cada vez más lejana segunda guerra mundial.
Por encima de todas las nuevas construcciones, destacaba el majestuoso Estadio Olímpico, con su espectacular cubierta traslúcida, en forma de tiendas de campaña, que dejaba pasar la luz del sol hacia las tribunas con capacidad para 80.000 espectadores. Una fantástica obra de ingeniería que mostraba al mundo lo mejor de esta nueva Alemania, moderna y abierta al exterior, que Munich encarnaba a la perfección a través de su lema, el ‘gemütlichkeit’, algo así cómo ‘espíritu amistoso y amor a la vida’.
Sin embargo, los Juegos de Munich acabarían pasando a la historia por todo lo contrario. Tras una primera semana en la que el deporte fue el gran protagonista, con el extraordinario Mark Spitz acaparando la atención a base de lograr siete medallas de oro en las pruebas de natación, acompañadas de otros tantos records mundiales, la política en su peor encarnación, la utilizada cómo pretexto para justificar la violencia, teñía de luto lo que sólo debía haber sido una celebración deportiva. El grupo palestino ‘Septiembre Negro’ irrumpía en la Villa Olímpica, mataba a dos atletas de la delegación israelí, secuestraba a otros nueve y todos ellos, asesinados por sus captores, acababan perdiendo la vida junto a varios de los terroristas durante el fallido intento de rescate llevado a cabo horas después por las fuerzas de seguridad alemanas. Una terrible masacre que, lógicamente, dejaba en muy segundo plano a la competición, cuyo desarrollo se detenía mientras el mundo entero estaba pendiente de los dramáticos acontecimientos y su trágico desenlace.
Finalmente, tras una emotiva ceremonia de recuerdo a las víctimas, los Juegos se reanudaban, aunque la alegría de las primeras jornadas ya era imposible de recuperar. En todo caso, seguir adelante era la mejor respuesta que el deporte podía dar, y los atletas que debían disputar sus pruebas en la segunda semana de competición tenían, si cabe, aun mayor motivación para emplearse a fondo en busca de los objetivos por los que habían trabajado tan duro durante tanto tiempo y que nadie tenía derecho a arrebatarles de forma tan cruel.
Así que, aun con un ambiente bastante más sombrío, los diferentes deportes seguían con sus programas hasta alcanzar la jornada final, cuyo cierre iba a poner la tradicional maratón. La carrera de los 42 kilómetros y 195 metros partía a las 3 de la tarde de un húmedo y bochornoso 10 septiembre, con el cielo de Munich cubierto por unas grises nubes que resultaban de lo más simbólicas en cuanto al estado de ánimo en el que los acontecimientos de unos días antes habían sumido a toda la familia olímpica. La prueba tenía su salida y su llegada en la pista del Estadio Olímpico, abarrotado para asistir al último día de los Juegos. Y el recorrido de la carrera, que atravesaba el centro de la ciudad, con sus calles llenas también de espectadores, recreaba en lo posible la silueta de la mascota de los juegos, el simpático perro salchicha Waldi. Un trazado del que la ‘cola’ y la ‘espalda’, que eran los últimos doce kilómetros, con paso por los jardines ingleses, se sigue conservando, pero hecho a la inversa, en la maratón popular que cada año se celebra a principios de otoño en Munich.
Un total de setenta y cuatro participantes iniciaban la prueba. Entre ellos estaban el vigente campeón olímpico, Mamo Wolde, vencedor en México 68 y, a sus 40 años de edad, dispuesto a elevar a cuatro oros consecutivos la racha de Etiopía en la prueba, iniciada por Abebe Bikila con su legendaria victoria corriendo descalzo por las calles de Roma en 1960 y continuada por él mismo, ya con zapatillas, cuatro años después en Tokio. El gran atleta abisinio estaba, además, presente entre el público, en la que sería su última y muy emotiva aparición pública, en silla de ruedas debido a un accidente de tráfico cuyas secuelas le costarían la vida un año después.
También era de la partida el subcampeón en México 68, el japonés Kenju Kimihara, otro de los aspirantes a las primeras posiciones en una carrera que no presentaba un favorito claro, ya que varios eran los candidatos con credenciales más que suficientes para luchar por los puestos de cabeza. Entre ellos estaban, por ejemplo, el australiano Derek Clayton, recordman mundial desde siete años antes, cuando, en Fukuoka, había sido el primero en romper la barrera de las dos horas diez minutos, el belga Karel Lismont, campeón de Europa de la distancia el año anterior, y su compatriota, el legendario Gaston Roelants, que a sus 42 años seguía siendo un hombre a tener en cuenta en la maratón, cómo demostraba su quinta plaza en ese mismo europeo. Una carrera en la que el bronce lo había ganado el británico Ron Hill, otro grande de la maratón en los últimos años sesenta y primeros setenta, que llegaba a Munich en busca de lo único que le faltaba a su rico palmarés, una medalla olímpica. Y, naturalmente, nadie debía olvidar al germano Lutz Philipp, el gran favorito del público local, que unía al hecho siempre especial para cualquier atleta de correr en casa su 2:12.50 lograda unos meses antes en Manchester, que era la mejor marca mundial lograda por nadie aquella temporada. Un registro del que no estaban lejos los dos mejores representantes de Estados Unidos, el joven Frank Shorter (ganador a finales del año anterior en la prestigiosa maratón de Fukuoka) y el algo más veterano Kenny Moore (olímpico ya en México cuatro años antes), que habían llegado juntos, con el mismo tiempo de 2:15.57, en los ‘trials’ de su país, celebrados en Florida.
Tres de los favoritos, el británico Ron Hill (289), el autraliano Derek Clayton (28) y el alemán Lutz Philipp (332), en los primeros puestos del grupo al inicio de la maratón
Shorter, nacido en Munich 25 años antes, cuando su padre ejercía cómo médico del ejército, destinado en la ciudad alemana, había estado ya cerca de lograr una medalla apenas unos días antes. El estadounidense había sido quinto en la final de los 10.000, entrando en meta justo por detrás de nuestro Mariano Haro, superados ambos en la lucha por los metales por el finlandés Lasse Viren, el belga Emiel Puttemans y el etíope Miruts Yifter. Un esfuerzo que, junto al hecho de haber tenido que correr otro 10.000 previo para lograr plaza en la final, parecía pasarle factura cuando en los primeros kilómetros de la maratón perdía ligeramente contacto con el amplio grupo de cabeza, comandado por el australiano Clayton y el británico Hill, cuyo atuendo, con pantalón de material reflectante y camiseta de tejido muy ligero y calado, para combatir el calor y la humedad, había estudiado él mismo, experto cómo era en cuestiones textiles.
Frank Shorter por delante de Mariano Haro en la final de 10000 metros. El estadounidense acabaría quinto, justo por detrás del español
Sin embargo, el duro corredor británico era, contra todo pronóstico, uno de los primeros en ceder cuando se llegaba al kilómetro 15 y Shorter, que había acelerado su ritmo a partir del 10, se encontraba en cabeza poco menos que sin querer, sorprendido al ver que nadie era capaz de seguir su ritmo después de cinco kilómetros cubiertos algo por debajo de los 3 minutos cada mil metros. Queda aun más de media carrera pero el atleta norteamericano se encuentra a gusto y con fuerzas así que mantiene esa cadencia y en el kilómetro 20 ya lleva casi medio minuto de ventaja sobre un grupo encabezado ahora por Lismont, Wolde y su compatriota Moore. Cinco más tarde, a lo largo de la céntrica ‘Briener Strasse’, la diferencia se acerca al minuto, barrera que alcanza en el 30, ya en los caminos de los jardines ingleses, cuyo recorrido de ida y vuelta dibuja sobre el mapa de Munich la cola de la mascota olímpica. En el 35 el margen ha superado el minuto y medio sobre Lismont, que ahora va solo en el segunda lugar, por delante de Wolde, aunque entre ambos hay apenas cinco segundos, mientras Moore ya ha perdido contacto con ellos y está en tierra de nadie, cuarto con amplio margen sobre Kimihara y Hill, que ocupan la quinta y sexta posición.
El campeón olímpico en México, Mamo Wolde, se tuvo que conformar con la medalla de bronce en Munich
En los kilómetros finales no hay cambios, Shorter recorre los últimos metros antes del Estadio Olímpico con su estilo fluido, sin dar síntoma alguno de fatiga y con más de dos minutos de ventaja sobre Lismont, que ha abierto hueco también respecto a Wolde, para quien va a ser el bronce porque ni Moore, ni Kimihara, ni Hill, que completa la parte final de la prueba en compañía de su compatriota McGregor, lograr recortar distancias y mantienen sus posiciones.
Sin embargo, cuando Shorter está a apenas unos metros de entrar en el estadio a través del túnel que da acceso a la pista, escucha con sorpresa una atronadora ovación procedente de sus abarrotadas tribunas. Unos instantes antes de su llegada, hay alguien que aparece corriendo sobre el tartán, vestido con camiseta y pantalón de atleta y con un dorsal a la espalda. Los espectadores piensan que es el primer clasificado de la maratón y le reciben con el jubiloso estruendo que merece todo aquel que completa tan larga y dura carrera, especialmente si lo hace en la primera posición. Pero aquel corredor de elástica azul y calzón amarillo no merece aplauso alguno. Se trata de un joven estudiante alemán que ha burlado la seguridad y quiere gastar una pesada broma.
El impostor que entró en el estadio antes que el primer clasificado y confundió al público
Tras el desconcierto inicial, todos se empiezan a dar cuenta de lo que pasa, empezando por el autor de la famosa ‘Love Story’, Erich Segal, que ejerce labores de comentarista en la ABC y grita ‘¡es un impostor! ¡qué lo saquen de ahí!’ en la retransmisión en directo de la televisión estadounidense. Hasta que la policía consigue echarlo de la pista, los aplausos iniciales se transforman en agudos silbidos de desaprobación. Una sonora pitada que, sin ir destinada a él, es el desagradable sonido que recibe al verdadero ganador, Frank Shorter, cuando entra en el estadio menos de un minuto después de la irrupción del ‘espontáneo’ que le ha robado los aplausos. El estadounidense no entiende lo que pasa pero sigue adelante, seguro de ser el primero y creyendo que el público alemán no está apreciando su esfuerzo en lo que vale, quien sabe si a causa de su nacionalidad. ‘Ya sé que los americanos no caemos muy bien pero dadme un respiro’, contó después que pensaba cuando escuchó los silbidos y abucheos en lugar de los aplausos y vítores que esperaba y merecía.
Vídeo resumen oficial
De todas formas, nada ni nadie le va a quitar el placer de disfrutar del merecido triunfo. En los últimos metros, a Shorter ya le acompaña una aun tímida ovación de los aficionados que llenan las tribunas, y cruza la meta sonriente y satisfecho con su extraordinario triunfo. Se trata de la tercera medalla de oro en la maratón para un atleta de los Estados Unidos, lograda, además, 64 años después de la anterior, conseguida por Johnny Hayes en la famosa maratón de los Juegos de Londres de 1908, cuando el italiano Dorando Pietri llegó primero pero totalmente exhausto y tuvo que acabar recibiendo ayuda para cruzar la línea de meta, lo que le acabó costando la descalificación. Así que, entonces, tampoco el ganador final había sido el primer en cruzar el túnel de acceso al estadio para completar sobre la pista los últimos metros. Algo que tampoco había ocurrido en el otro triunfo de un estadounidense en la prueba, el conseguido por Tom Hicks en la loca maratón de San Luis en 1904, a quien entonces le precedió en la llegada otro ‘bromista’ de estilo muy diferente al de Munich, ya que en aquella ocasión se trató de un atleta que se había retirado pero luego reemprendió la marcha en los kilómetros finales, tras haber completado buena parte del recorrido en coche.
Frank Shorter cruza la meta sonriente cómo ganador
Una especie de maldición para los campeones olímpicos de maratón estadounidenses en la categoría masculina que, a ojos del propio Shorter, casi puede decirse que se extendió a los siguientes Juegos, los celebrados en Montreal en 1976. En ellos, volvió a ser el segundo que entró en el estadio. Y lo hizo, además, a menos de un minuto del primero em acceder a la pista, que en esta ocasión si fue un competidor real, el alemán oriental Waldemar Cierpinski. Un atleta sobre cuyas prestaciones ha mostrado sus dudas el estadounidense en varias ocasiones, tras descubrirse años después los famosos papeles de la ‘Stasi’, la policía secreta de la antigua RDA, en los que se documenta el dopaje sistemático a que se sometían sus atletas. Así que, sea tras un impostor o un presunto tramposo, al final Shorter se quedó con la sensación de haber tenido el curioso destino de entrar al estadio 48 segundos por detrás del que se llevó la ovación tanto en la maratón olímpica de Munich cómo en la de Montreal. Nada, en todo caso, que haya ensombrecido ni sus éxitos ni, especialmente, la relevancia de los mismos cómo uno de los hechos más significativos en la eclosión del fenómeno del ‘running’ en su país, y la posterior expansión del mismo a nivel global. Un crecimiento que a día de hoy parece poco menos que imparable y que prácticamente se inició a raíz de su victoria en los Juegos Olímpicos de 1972.
El maratón olímpico de Munich 1972 - artículo publicado en la web 'Soy Maratonista'
Frank Shorter: vivir para correr - artículo sobre Frank Shorter de Francisco Belda
Olympic memories: Munich's marathon imposter, Frank Shorter, and the 'running boom' of the 1970s – artículo sobre la maratón de Munich 72 y la influendia de Shorter en el aumento de la popularidad del 'running'
ABC coverage of the "imposter" at the 1972 Olympic marathon – artículo sobre la retransmisión de la maratón de munich 72 por parte de la ABC
40 Years Ago: Frank Shorter won the Olympic Marathon – artículo con recortes de prensa de la época sobre la maratón de Munich 1972
Frank’s story – artículo de John Brant sobre la vida de Frank Shorter publicado en la Runner's World de octubre del 2011
‘Marathon man’ Frank Shorter reflects on the running boom he helped create – entrevista a Frank Shorter sobre su influencia en la evolución del 'running'
Memories of a dirty Olympic marathon – artículo de Gare Joyce sobre la maratón de Montreal 1976