La competitividad propia del deporte suele ir acompañada de una actitud egoísta en sus practicantes, especialmente si participan en pruebas individuales. Por ello, lo opuesto al egoísmo, el altruismo, no resulta especialmente habitual en quienes compiten al más alto nivel en busca de la victoria. De hecho, se suele decir que los buenos tipos no ganan, y en muchas ocasiones no deja de haber algo de verdad en ello. Sin embargo, ha habido deportistas para quienes ganar no lo era todo, especialmente en tiempos en los que el deporte aún se regía mayoritariamente por esa máxima de ‘lo importante es participar’ acuñada por el padre del olimpismo, el Barón Pierre de Coubertin.
Un buen ejemplo de ello es Philip Baker, un atleta británico de principios del siglo XX que destacó más por ayudar a sus compañeros que por buscar a toda costa sus propios éxitos, aunque no por ello dejó de lograr buenos resultados. Philip era el sexto de los siete hijos de una pareja formada por una escocesa y un cuáquero de origen canadiense y destacada trayectoria política. Unos orígenes que probablemente ya tuvieron una notable influencia en su carácter y su forma de afrontar el deporte y la vida. Además, el joven Philip estaba dotado de una notable inteligencia y un físico atlético, cualidades que le permitieron destacar tanto en las actividades académicas como en las deportivas durante su etapa de estudiante en el prestigioso King’s College de Cambridge. Fueron cuatro años, del 1908 al 1912, en los que además empezó a demostrar también dotes para la política y el mando, alcanzando los cargos de presidente de la Cambridge Union Society y del club atlético de la Universidad.
En su último año de estudiante se celebraban en Estocolmo los Juegos Olímpicos y Baker, que había destacado en las pruebas de mediofondo, con un buen número de victorias en las pruebas de 880 yardas y la milla, se apuntó a las distancias métricas más o menos equivalentes que se incluían en el programa, los 800 y 1500 metros. En la primera no paso de las series iniciales mientras que en la segunda le fue mucho mejor y alcanzó la final. Una carrera en la que los estadounidenses eran mayoría, con nada menos que siete representantes entre los quince finalistas. Frente a ellos y junto a Baker competía otro británico, su joven rival de la universidad de Oxford, Arnold Jackson. Un rubio y espigado corredor, de potente final, que había ganado a Baker en la milla del encuentro anual entre los equipos de las dos prestigiosas instituciones académicas. Así que, consciente de sus escasas opciones ante el potente equipo norteamericano, Baker se olvidaba del egoísmo propio de todo atleta que sale a una final olímpica en busca de la medalla y ofrecía su ayuda a Jackson. El plan era marcarle el ritmo hasta la última vuelta para que este pudiese hacer uso de su rapidez en los metros finales. Dicho y hecho, Baker se pegaba a los yanquis, con Jackson tras él, y en el último cuatrocientos el alto atleta de Oxford plantaba cara a los estadounidenses y rebasaba en la recta de meta al trío formado por Abel Kviat, Norman Taber y John Paul Jones para cruzar el primero la línea de meta mientras Baker veía con satisfacción el victorioso sprint de su compatriota desde unos metros más atrás, en la sexta posición. Su esfuerzo había tenido recompensa en forma de triunfo para el otro representante británico.
Dos años después, el estallido de la primera guerra mundial ponía un largo y triste paréntesis en la actividad deportiva. Durante la contienda, Baker, pacifista convencido, demostraba de nuevo su preocupación por los demás y servía en el cuerpo de ambulancias, primero en el frente francés y posteriormente en el italiano. En ambos se ganaba el reconocimiento por su labor en forma de medallas muy diferentes a las olímpicas, como la francesa y la británica al valor o la cruz de guerra italiana. Esos convulsos años le dejaban además otra recompensa mucho más personal cuando al inicio de la guerra conocía a una enfermera llamada Irene Noel. Se casaban en 1915 y, en otra muestra de su absoluta falta de egoísmo, el apellido de ella pasaba a formar parte del suyo en lugar de perderse al adoptar la esposa el del marido, como es costumbre en su país. Así Phillip pasaba a ser conocido como Noel-Baker, apellido compuesto que utilizó oficialmente a partir de 1921 tras hacer pública su decisión en un texto publicado en ‘The London Gazette’.
Un año antes, en 1920, el deporte mundial se volvía a reunir para disputar unos Juegos Olímpicos después de la interrupción causada por el conflicto bélico. El escenario era Ámberes. Y aunque inicialmente Baker era contrario a su celebración, por considerar que había otras necesidades mucho más imperiosas a las que dedicar el dinero en los duros años de posguerra, finalmente acudía a la ciudad belga como abanderado del equipo británico y capitán del equipo de atletismo para participar de nuevo en las pruebas de 800 y 1500. En la distancia más corta ganaba su serie clasificatoria pero decidía no tomar parte en la siguiente ronda para concentrarse en el 1500, cuyas eliminatorias se presentaban especialmente duras, con cuatro semifinales en las que los tres primeros pasaban directamente a la final. El británico era segundo en la última, una carrera que resultaba de lo más accidentada, con el español Juan Muguerza no pudiendo completarla y el francés René Leray siendo recalificado pese a acabar quinto, perjudicado por una maniobra del estonio Johannes Villemson, que era excluido.
En la carrera decisiva, Noel-Baker vuelve a pensar más en el éxito de su país que en el suyo propio y hace de perfecto escudero para su compatriota Albert Hill, ganador el día antes de la prueba de los 800 metros. Los dos corren juntos y llegan a la última vuelta por detrás del norteamericano Joel Ray, al que superan tras el toque de campana. Mientras Hill aumenta su ritmo en cabeza, Noel-Baker le cubre las espaldas resistiendo el ataque por el exterior de otro estadounidense, Larry Shields, y los dos británicos cruzan la meta en las dos primeras posiciones. Para Hill es el doblete de oro en el 800 y 1500, una hazaña que ni siquiera los grandes Coe y Ovett serán capaces de repetir en la era dorada del mediofondo británico en los años 80. Para Noel-Baker queda de nuevo la satisfacción de haber colaborado al triunfo de un compatriota, acompañado además en esta ocasión por una medalla de plata. Será su último gran éxito deportivo como atleta, aunque estará presente también como capitán del exitoso equipo de atletismo británico en los siguientes, celebrados en 1924 en París y convertidos en inmortales por la película ‘Carros de Fuego’.
Retrato de Philip Noel-Baker en 1942 cuando era miembro del ministerio de la guerra.
En esa época, Noel-Baker, que ha visto de cerca los horrores de la guerra en su puesto dentro del servicio de ambulancias del ejército, está cada vez más involucrado en política y trabaja como asistente de Robert Cecil en la formación de la Liga de las Naciones, la organización precursora de la actual ONU. De ahí en adelante, y en especial tras la segunda guerra mundial, su implicación con la causa pacifista será clave en su labor como miembro del parlamento y experto en desarme. En este último campo se convierte en un referente a nivel mundial, hasta el punto de recibir en 1959 el Premio Nóbel de la Paz. Una medalla de oro muy diferente a las olímpicas que nunca llegó a ganar pero en cuya consecución por parte de sus compatriotas Jackson y Hill participó con su altruismo en las pistas.
PHILIP JOHN NOEL-BAKER, BARON NOEL-BAKER – entrada sobre Philip Noel-Baker en la Enciclopedia Británica.
PHILIP NOEL-BAKER - BIOGRAPHICAL – biografía de Philip Noel-Baker en la web oficial de los premios Nóbel
NOEL-BAKER, PHILIP (1889-1982) - entrada sobre la 'placa azul' dedicada a Philip Noel-Baker en English Heritage
PHILIP BAKER – Datos e historial deportivo de Philip Noel-Baker en la web Sports-Reference.