Daniel Ceán-Bermúdez
@daniel_cean

Durante mucho tiempo, escalar hasta lo más alto del Everest parecía tan imposible cómo correr la milla en menos de cuatro minutos. Y, de repente, en apenas doce meses, se consiguieron los dos retos. El 29 de mayo de 1953, Edmund Hillary y Tenzing Norgay, alcanzaron la hasta entonces inexpugnable cima. Y el 6 de mayo del año siguiente, Roger Bannister rompió la invisible barrera que se conocía cómo ‘el Everest del atletismo’.

Pero no porque ya se hubiesen logrado estaba todo hecho. Si hablamos de alpinismo, aun quedaban otras montañas que escalar, o diferentes modos de llegar a la cumbre más alta del mundo. Y por lo que respecta a la milla atlética, una cosa era correrla en menos de cuatro minutos en pista de ceniza y otra muy diferente hacerlo sobre otras superficies. En uno y otro caso, los que consiguieron culminar los siguientes retos no tuvieron tanta notoriedad cómo los primeros en ser capaces de llevarlos a cabo. Cosa lógica, por otra parte, ya que quien abre camino siempre recibe más aplausos.

Una vez que Bannister bajó de los cuatro minutos en aquella carrera de Oxford, fue cómo si se hubiera roto un dique. A los pocos días John Landy mejoró el crono del británico en casi un segundo y medio. Y en agosto de aquel año de 1954 los dos corrieron por debajo de los cuatro minutos en la inmortal ‘milla milagro’ de los Juegos de la Commonwealth celebrados en Vancouver. Enseguida se unieron más atletas a ese selecto club de los que eran capaces de terminar una milla en menos de un minuto por vuelta. Lo que hasta hacía poco era un reto imposible se empezaba a convertir en el método para separar a los mejores de los no tan buenos. Muy pronto ya se consideraba que para aspirar a ser alguien en el mediofondo había que correr una milla sub4.

Apenas un par de años después, a principios del 1956, un joven australiano de 18 años de edad empezaba a mostrar dotes para acercarse pronto a esa barrera. Su nombre era Herb Elliot y desde bien joven su talento en las pistas de atletismo rivalizaba con su fuerza para remar, su pericia con el balón ovalado del fútbol australiano, su capacidad para tocar el piano, sus dotes de cálculo matemático y su elocuencia en los debates universitarios. Alto y bien parecido, Herb tenía tales dotes naturales que podía destacar en todo lo que desease. Pero le faltaba la voluntad necesaria para centrarse en algo concreto y la constancia para seguir adelante sin dejarse amilanar por las dificultades. Dejaba el fútbol cuando se rompía la nariz practicándolo. Y poco después decidía olvidarse también del atletismo, después de sufrir una fractura en un pié al caerle encima del mismo un piano que estaba colocando para una función. Al fin y al cabo, en la vida había más que el deporte y su sacrificio. Empezaba a trabajar de vendedor en la empresa de su padre y disfrutaba saliendo con los amigos por la noche. Fumaba y seguía el deporte cómo mero espectador. Así fue cómo aquel año acudió a los Juegos Olímpicos que se disputaron en su país, en la ciudad de Melbourne. Desde las tribunas del estadio vio cómo el soviético Vladimir Kuts se imponía de forma espectacular en las carreras de 5000 y 10000 metros… y aquello fue una especie de revelación… ¡tenía que volver a correr!

Cuentan que ese mismo día se coló en la villa olímpica para hablar con los atletas. Y que a continuación fue al encuentro de aquel entrenador con extraño aspecto y comportamiento algo excéntrico que el verano anterior, cuando había corrido la milla en 4’22 con 17 años de edad, le había dicho que si seguía sus consejos pronto bajaría de los cuatro minutos en la distancia. Era el famoso Percy Cerutty, el preparador con el que había empezado John Landy. De un día para otro, la forma de vida del joven Elliot cambió por completo. Se acabó el tabaco. Nada de salir de noche. Todo quedó sustituido por una férrea disciplina para fortalecer su cuerpo y su mente siguiendo las enseñanzas de aquel ‘gurú’ que se empeñaba en hacerle sufrir y en superar sus límites. Sus métodos eran poco convencionales y puede que hasta muy discutibles, pero el cronómetro le daba la razón. Después de apenas unas semanas entrenando con Cerutty, Elliot, convertido ya en lo que su entrenador denominaba un ‘estotano’ (mezcla de estóico y espartano), volvió a competir… ¡y de que manera! En su primera carrera de esta nueva etapa batió el record del mundo junior de la milla con un registro de 4’06.0. Un tiempo que enseguida rebajó en más de segundo y medio con un 4’04.4 que ya le acercaba a la barrera de los cuatro minutos. Y nada más cumplir los 19 ya la tenía al alcance de la mano cuando corría sólo cuatro décimas por encima del 4’00.

Era cuestión de tiempo, de muy poco tiempo. Aunque, en realidad, casi a quien menos le importaba era al propio Elliot. Corría para ganar, el tiempo empleado en cruzar la meta no era si no un resultado secundario del objetivo principal, llegar antes que nadie. Algo que hacía una y otra vez, porque desde aquella primera y victoriosa milla de inicios del año anterior, su primera carrera con Cerutty de entrenador, se había impuesto en todas las demás que había disputado… ¡y ya eran unas cuantas!

Por eso casi se puede decir que apenas le dio importancia al 3’59.9 con el que inauguró el año 58, convirtiéndose, a sus apenas 19 años, en el atleta más joven que rompía la cada vez más destrozada barrera de los cuatro minutos. Los records y las marcas no eran más que cifras, lo más satisfactorio era la sensación de triunfar una y otro vez. Las carreras se sucedían y Elliot las ganaba todas, a base de fuerza y rabia, corriendo de un modo instintivo, sin apenas táctica y con la victoria siempre en mente. Lo que realmente le motivaba era la competición. Y a principios de febrero del 1958 iba a tener motivación de sobra con un rival de lujo, Merv Lincoln, a quien muchos consideraban en Australia el sucesor de Landy. Aunque una lesión le había impedido brillar en el 1500 olímpico de Melbourne, había vuelto con fuerza tras los juegos, tenía una mejor marca personal de 3’58.9 y sería un duro adversario. Además, le preparaba Franz Stampfl, el austriaco que había sido entrenador de Bannister cuando rompió la barrera de los cuatro minutos. Un preparador metódico y tradicional, totalmente opuesto en su filosofía y estilo al un tanto estrafalario y decididamente poco convencional Cerutty, con quien, además, no se llevaba nada bien.

Imágenes de una milla en Australia con victoria de Elliot por delante de Lincoln

En su primer enfrentamiento la victoria era clara para Elliot, que extendía su racha de triunfos y volvía a correr la milla por debajo de los cuatro minutos. Pero el que iba a resultar más especial era el segundo, en Perth, su localidad natal. Con Elliot corriendo cada vez más rápido, Lincoln deseoso de tomarse la revancha y sus dos entrenadores decididos a motivarles al máximo, para que el triunfo de su pupilo demostrara que métodos de preparación eran más eficaces, había los ingredientes perfectos para una gran carrera sobre el bien cuidado óvalo de hierba en el que se iba a desarrollar la competición. Cómo efecto final que remarcase el antagonismo entre el joven Elliot y el más experto Lincoln, el primero vestía camiseta clara y pantalón oscuro, el segundo lucía justo la equipación opuesta, elástico de color sobre inmaculado pantalón blanco. La carrera no defraudaba las expectativas, al contrario. Se convertía en un cerradísimo duelo entre ambos que no se dilucidaba definitivamente hasta cinco minutos después de que ambos cruzasen la línea de meta, literalmente, codo con codo, Elliot por dentro, Lincoln pegado a él por fuera. Finalmente el veredicto de los jueces le daba la victoria a Elliot y el mismo crono a ambos, 3;59.6. Por primera vez se había corrido una milla sobre hierba en menos de cuatro minutos… ¡y lo había hecho dos atletas a la vez!

Un logro que, a la vista de lo que estaba por venir en los siguientes meses, no deja de ser poco menos que anecdótico en el extraordinario palmarés que acabaría atesorando Elliot. El joven australiano completaba ese mismo año de 1958 un verano realmente mágico. A finales de julio ganaba la medalla de oro en las carreras de la media milla y de la milla en los Juegos de al Commonwealth disputados en Cardiff. Definitivamente, Elliot, ya era más una realidad que una brillante promesa, el nuevo Landy no era Lincoln si no aquel chico de Perth que corría con una fuerza y una determinación tan extraordinarias cómo su rapidez.

Reportaje de la televisión francesa sobre Cerutty y Elliot

Poco después, el 6 de agosto en Dublin, Elliot participaba en una milla que reunía a los mejores mediofondistas de la época. Se trataba de un mitin atlético organizado por el promotor Billy Morton cuyo principal reclamo era el duelo entre la estrella local, Ron Delany, campeón olímpico de los 1500 en Melbourne, y el nuevo joven prodigio australiano de la milla. Ambos se habían enfrentando unos meses antes en Estados Unidos, en una carrera que había concluido con otra de las victorias de Elliot en la distancia. Así que la competición en territorio irlandés era una especie de revancha para Delany. Además, también eran de la partida el gran rival australiano de Elliot, Merv Lincoln, y el neocelandés Murray Halberg, que acababa de lograr el oro en la prueba de las 3 millas de los Juegos de la Commonwealth. Por si fuera poco, el recordman mundial de esa distancia, otro australiano, Albie Thomas, era contratado para ejercer de liebre sobre la pista, de reciente construcción y muy cuidado firme de ceniza, en cuya inauguración había conseguido precisamente su plusmarca. Se presentaba, por tanto, una carrera ideal para lograr grandes marcas, con el doble aliciente de la dura lucha que se podía esperar entre Elliot, Delany, Lincoln y Halberg más el fuerte ritmo que iba a marcar Thomas. Para alguien a quien motivaba tanto la competición cómo a Elliot era la carrera perfecta en la que, además de ir a por la victoria, conseguirla llegaría, con toda seguridad, acompañado de una gran marca.

De salida, Thomas cumplía con creces su papel de acelerar desde la primera yarda. Su primera vuelta resultaba incluso más rápida de lo previsto, 56 segundos, pero los cuatro aspirantes a la victoria aguantaban pegados a él. Y así seguían también en el segundo giro, no tan explosivo pero aun más que suficientemente veloz cómo para completar la media milla bien por debajo de los dos minutos pese al susto de ver aparecer por la pista a un perro suelto que, por fortuna, no llegaba a interferir con la carrera. Entonces, una vez cumplido el trabajo de Thomas, llegaba el momento de la verdad para los demás. Y Elliot no esperaba por nadie, tomaba el mando en la contrarecta del tercer giro. Aunque era consciente de que no se estaba yendo sólo, de que otro atleta le seguía de cerca, ya no miraba atrás. De haberlo hecho, habría visto que quien respondía a su ataque no era el ídolo local, Delany, si no su gran rival en Perth y tantas otras carreras en casa, Lincoln. Por eso, cuando este le rebasaba al llegar al toque de campana, Elliot se sorprendía pero, tras un breve momento de duda, retomaba la iniciativa, volvía a acelerar y se lanzaba a por el último giro decidido a que nadie le pudiese adelantar de nuevo antes de la meta. Espoleado doblemente por el afán de ganar y la cercanía de tres potentes rivales, que seguían sin rendirse pese al altísimo ritmo, Elliot alcanzaba la meta en primera posición con un crono extraordinario. El vigente record mundial de la milla, en poder de Ibbotson, era de 3:57.2. Elliot no es que lo batiese, es que lo destrozaba. Bajaba de 57, y de 56… ¡y también de 55! El nuevo tope mundial de la milla era suyo con un estratosférico registro de 3:54.5 que hacía inútil el asimismo extraordinario 3:55.9 de Lincoln y los magníficos 3:57.5 de Delany y Halberg, que llegaban emparejados en lucha por la tercera posición. Hasta Thomas, que llegaba quinto, habiendo seguido en carrera hasta el final tras cumplir su papel de liebre en la primera mitad de la prueba, bajaba de los cuatro minutos, barrera que habían superado por primera vez cinco hombres en la misma carrera. La combinación de una pista rápida, un ambiente eléctrico y una participación estelar había dado sus frutos y Elliot, además de seguir invicto en la milla se convertía en el rey absoluto de la distancia también en las tablas de records.

Imágenes del record mundial de la milla de Elliot en Dublín

Tablas en las que su nombre aparecería enseguida al lado de otra distancia, los 1500. Unos días después de la fabulosa carrera de Dublín, Elliot repetía exhibición de fuerza, poder y clase en Goteborg, corriendo la milla métrica en 3.36, es decir, también más rápido que nadie hasta entonces. En apenas ocho meses, aquel joven australiano que acababa de bajar de los cuatro minutos en la milla, demostrando que podía ser alguien en las pruebas de mediofondo, ya no es que fuese alguien, es que era, y con diferencia, el mejor de todos. De enero a agosto había conseguido ser el primer en bajar de 4 minutos en la milla sobre hierba, se había proclamado campeón de la Commonweatlh en la milla y la media milla, había batido el record mundial del 1500 y había destrozado el de la milla, llevándolo por primera vez por debajo del 3:55, un registro que apenas unos pocos años antes era absolutamente inimaginable.

Después de tan fabulosa temporada, Elliot se tomaba con más tranquilidad el año siguiente… al menos en lo que a temas deportivos se refiere. Porque, cómo siempre había pensado, aunque por un tiempo hubiera cambiado de opinión, en la vida había más que el atletismo. Se casaba con su novia de siempre, conseguía una beca para estudiar en la Universidad de Cambridge y hasta estaba a punto de pasarse al profesionalismo tras recibir una sustanciosa oferta de un promotor estadounidense que finalmente rechazaba. El año siguiente era olímpico, y el 1500 en Roma se convertía en su siguiente gran objetivo.

Decir que una carrera cualquiera, la que sea, es la mejor nunca hecha por nadie en la historia resulta siempre aventurado. Al fin y a cabo es poco menos que imposible hacer comparaciones justas entre competiciones de diferentes épocas, cada una con sus circunstancias particulares en cuanto a condiciones en que se disputan y participantes en la misma. Pero, con toda la prudencia requerida para afirmaciones de este tipo, no me parece nada descabellado considerar la protagonizada por Herb Elliot en el estadio olímpico de Roma en septiembre del 1960 como el mejor 1500 olímpico nunca hecho por nadie. Tras un inicio de carrera a ritmo no excesivamente alto, cosa lógica en una final dónde lo que importan son los puestos y no las marcas, el australiano tomó el mano de la prueba a falta de 500 metros. Entonces, aceleró de forma tan bestial que en apenas dos o tres zancadas sus rivales ya se habían resignado a pelear por la medalla de plata. Aquel australiano era inalcanzable para cualquiera de ellos. El oro olímpico iba a ser suyo, de eso no había duda cuando iniciaba la última vuelta con amplio margen sobre el resto de participantes. Pero esta vez Elliot no luchaba sólo contra los demás, también peleaba contra el tiempo. Había acordado con Cerutti, que observaba la carrera desde la tribuna, que este le hiciese una seña con una toalla amarilla si llegaba al toque de campana en ritmo de record mundial o con un rival cerca. Así que cuando veía a su entrenador ondeándola sobre su cabeza apretaba aun más, sin saber cual de las dos situaciones era en la que se encontraba, y completaba el giro final en un furioso sprint hasta cruzar la meta en 3:35.6, rebajando su anterior plusmarca en casi medio segundo y aventajando en más de dos y medio al segundo clasificado, el francés Michel Jazy. Herb Elliot lo había logrado, era campeón olímpico y había batido de nuevo el record del mundo

Imágenes de la final del 1500 en los JJOO de Roma 1960 comentadas por Herb Elliot.

De por si ambos logros simultáneos en un 1500 ya son para incluir su carrera entre las más destacables de la historia, a la par, por ejemplo, de la protagonizada por Lovelock en 1936 con igual doble éxito. Pero es que, además, aquel día de finales de verano del 1960 hacía calor en la capital de Italia, cómo suele ser habitual en la urbe rodeada por las siete colinas. La temperatura estaba por encima de los treinta grados, con la humedad del cercano Tiber haciendo el ambiente aun más bochornoso y nada ideal para grandes registros en pruebas de mediofondo. Además, el ritmo inicial no fue alto, con un primer cuatrocientos en torno a los 59 segundos, seguido de otro cercano al minuto. Y una vez que Elliot se puso en cabeza, a falta aun de más de una vuelta, nadie fue capaz de seguirle por lo que llevó todo el peso del esfuerzo sin relevo alguno. Teniendo todo eso cuenta, su 3.35.6 en pista de ceniza y sin liebre alguna marcando el paso es realmente colosal. Algo que bien se encargarían de resaltar los cronos de posteriores finales olímpicas sobre el notablemente más rápido tartán sintético que se empezaría a usar años después. Aun así, el registro del ‘aussie’ le hubiese dado la victoria o puesto de medalla en un buen número de ellas, lo que da buena idea de lo rapidísimo que corrió aquel día ese chaval de sólo 22 años… que esa es otra, su juventud y aun escaso recorrido competitivo cuando logró tal hazaña.

Mejorar lo hecho en Roma se antojaba difícil incluso entonces para el propio Elliot. Tras su éxito olímpico aun compitió en unas cuantas carreras más durante una gira por Europa. Las ganó todas, la mayoría con cronos magníficos además. Pero ya no era lo mismo, se sentía saciado con lo conseguido. Tras estar a punto de ser derrotado en una competición menor de la universidad de Cambridge, decidió poner punto final a su corta pero brillantísima carrera deportiva. En cuatro años había disputado cerca de cincuenta pruebas de 1500 o la milla. En todas había logrado la victoria. Y de las treinta seis veces que triunfó en la distancia imperial, en diecisiete terminó por debajo de cuatro minutos. Era el momento de dejarlo, aun invicto. Porque habrá quien pueda poner en duda que su triunfo en Roma es el mejor 1500 olìmpico de todos los tiempos, pero una cosa si que es indudable en el caso de Elliot: el adjetivo de imbatible le pertenece sin discusión posible. ¡Nadie logró ganarle nunca en una carrera de la milla o el ‘milqui’!

MÁS INFORMACIÓN:

THE AMAZING HERB ELLIOTT - artículo de Dan Connery sobre Herb Elliot publicado en noviembre del 1958 en Sports Illustrated

PROFILE: HERB ELLIOTT - artículo sobre Herb Elliot en la web de historia del atletismo 'RacingPast'

ATHLETICS AUSTRALIA HALL OF FAME - HERB ELLIOT (1938-) AC MBE - artículo sobre Herb Elliot en el salón de la fama del atletismo australiano

EL 'MILLERO' INVENCIBLE - artículo de Javier Martínez sobre Herb Elliot publicado en 'El Mundo' en agosto del 2014

Elliott v Lincoln v Delany - Santry Mile, Dublin, August 6, 1958 - Great Races # 12 - artículo sobre la carrera del record de la milla en Dublín 1958 publicado en la web de historia del atletismo 'RacingPast'

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