El pasado viernes 20 de octubre del 2017, en el teatro Campoamor de Oviedo, cuatro jugadores de la selección de Nueva Zelanda de rugby interpretaron su famosa ‘haka’ ante los Reyes de España cómo espectacular cierre a su presencia en la región para recoger el Premio Princesa de Asturias de los deportes. En esta ocasión, ejecutaron su aguerrida danza ataviados con camisa y corbata en lugar de con el uniforme que les da nombre, esas camisetas negras con el escudo del helecho plateado que son el símbolo de uno de los equipos más conocidos del deporte mundial. Una fama que se han ganado a pulso con sus éxitos en los terrenos de juego, y a la que ha contribuido también poderosamente ese ritual previo a cada partido, en el que todos los componentes del grupo se funden en uno, siguiendo una ancestral tradición de su tierra.
Una tradición que se asoció al deporte por primera vez cuando a finales del siglo XIX un equipo de rugby formado por nativos de Nueva Zelanda disputó una serie de partidos fuera de su país. Y que se consolidó con los ‘Originals’, la formación que acabó dando paso a los actuales ‘All Blacks’ y en la que había jugadores tanto de procedencia anglosajona cómo indígena. Vestidos ya de negro y con el helecho plateado cómo escudo, impresionaron al mundo en una larga gira por las islas británicas, Francia y Estados Unidos, que les llevó a disputar treinta y seis partidos entre septiembre del 1905 y febrero del 1906, con el extraordinario balance de treinta y cinco victorias y una sola derrota. Y, antes de cada partido, los neocelandeses interpretaron la llamativa danza que les reafirma en su identidad multirracial, a la vez que avisa a los rivales de su orgullo, su unión y su fuerza, con el negro de sus uniformes cómo valor intimidatorio añadido.
Pero antes incluso de que aquellos ‘Originals’ asombraran con su dominio del rugby a principios del siglo pasado, ya vestían de ‘all black’ los representantes de Nueva Zelanda, que empezaron a competir fuera de su país en pruebas de atletismo a finales del diecinueve. Desde entonces, al igual que sus compatriotas del balón ovalado, los atletas del país austral han logrado numerosos triunfos al máximo nivel mundial. Y aunque a lo largo de los años hay éxitos neocelandeses en disciplinas tan diferentes cómo los 100 metros lisos, el salto de longitud o el lanzamiento de peso, probablemente sean los conseguidos en las pruebas de medio fondo por los corredores de la camiseta negra adornada por el helecho plateado los que más se recuerdan. Tal vez porque durante mucho tiempo la milla y su equivalente ‘europeo’, el 1500, fueron las indiscutibles pruebas reinas de un atletismo mundial dominado sobre todo por los atletas de origen anglosajón, fuesen estos británicos, estadounidenses o de los países de la Commonwealth cómo Nueva Zelanda.
Arthur Porrit (camiseta negra, 689) logró la primera medalla olímpica del atletismo neocelandés al terminar tercero en los 100 metros de los JJOO de París en 1924, carrera ganada por el británico Harold Abrahams que inmortalizó en el cine la película ‘Carros de Fuego’
Además, el primer oro olímpico del atletismo neocelandés llegó precisamente en el 1500 y tuvo lugar en unos Juegos, los de Berlín en 1936, cuya repercusión mundial fue la máxima conseguida hasta entonces por cualquier evento deportivo de nivel internacional. Y una de las competiciones más esperadas de aquellos Juegos era la final atlética de los 1500 metros, que se celebraba el 6 de agosto con un estadio olímpico de Berlín absolutamente abarrotado y en el que aun resonaban los ecos de los extraordinarios triunfos logrados por Jesse Owens en las dos jornadas anteriores. Una carrera que nadie se quería perder, ni siquiera Hitler, aunque el canciller germano llegaba tarde, lo que obligaba a posponer unos minutos la salida… ¡para algo era él quien mandaba en todo lo que ocurría en aquella Alemania que dominaba con puño de hierro!
Los doce finalistas en los 1500 de Berlín 1936 en el instante de tomar la salida
Y aunque obviamente el líder nazi seguro que deseaba la victoria de Fritz Shaumburg o Werner Böttcher, los dos alemanes que había logrado superar la criba de las series, en la que había caído uno de los favoritos, el rapidísimo británico Sydney Wooderson, lesionado en un tobillo, ninguno de los atletas locales estaba en los pronósticos de una prueba que contaba con prácticamente lo mejor de lo mejor en el medio fondo mundial de los años treinta. Entre los doce finalistas estaban el italiano Luigi Beccali, vigente campeón olímpico, y los dos atletas que le habían acompañado en el podio de Los Ángeles cuatro años antes, el británico Jerry Cornes y el canadiense Phil Edwards. También era de la partida el cuarto clasificado entonces, Glenn Cunningham, de Estados Unidos, cuya determinación para sobreponerse a las terribles quemaduras de un accidente doméstico en la infancia, le había llevado no sólo a volver a caminar, cuando los médicos pensaban que nunca podría volver a hacerlo, si no a convertirse en un atleta de primer nivel mundial. Cunningham llegaba a Berlín con el record de la milla en su poder y dispuesto a lograr la medalla de oro, aunque para ello tuviese ya dos duros rivales en su propio equipo: sus compatriotas Gene Vezke, autor de la mejor marca mundial del 1500 en pista cubierta, y Archie San Romani, ganador por delante de ambos en los siempre exigentes ‘trials’ de selección estadounidenses, una carrera durísima que había dejado fuera de la formación ‘yanqui’ el recordman mundial de la distancia, Bill Bonthron. Y todos ellos debían tener muy en cuenta, además, al neocelandés Jack Lovelock, cuya progresión desde la séptima plaza en el 1500 de los anteriores Juegos Olímpicos le había llevado a batir el record de la milla al año siguiente, manteniéndose desde entonces en la élite del medio fondo a base de combinar sus dotes naturales con un muy estudiado entrenamiento y una extraordinaria visión táctica de las carreras. El sueco Eric Ny, el francés Robert Goix y el húngaro Miklós Szabó, completaban la docena de atletas que esperaban en la pista a que el dictador se acomodase en su tribuna y pudiera comenzar la carrera.
El estadounidense Cunningham al frente del grupo
Instantes después, con unos cuantos minutos de retraso sobre el horario previsto, se anunciaba por los altavoces el inicio de la final de 1500. El silencio se adueñaba del estadio hasta que sonaba el disparo de salida y los aplausos y vítores del público acompañaban las primeras zancadas de los atletas sobre la pista de ceniza. El británico Cornes tomaba el mando por delante del italiano Beccali, el germano Böttcher, el sueco Ny y el canadiense Edwards, único atleta de raza negra en una distancia que, por aquel entonces, era poco menos que feudo exclusivo de los blancos. Para entusiasmo de la grada, y de la máxima autoridad que la presidía, Böttcher tomaba el liderato en el primer paso por meta, pero apenas si se mantenía unos pocos metros en cabeza antes de que Cornes volviese a recuperar la iniciativa. De todas formas, el ritmo era lento y el grupo iba compacto. Demasiado lento y demasiado compacto para los intereses de Cunningham, que pasaba a la primera posición en el transcurso de la segunda vuelta y parecía querer acelerar, seguido por el otro germano, Shaumburg, y marcado de cerca por el neocelandés Lovelock, que había iniciado la carrera a cola del grupo pero al ver al recordman de la milla situarse en cabeza le había seguido en su progresión. Al paso por el 800, el estadounidense seguía en cabeza, acompañado por el sueco Ny, que también había remontado posiciones en la parte media de la carrera, pero el ritmo no había mejorado y, de hecho, el segundo 400 era finalmente algo más lento que el primero. Poco después, Ny adelantaba a Cunningham en la curva del mil, a cuya salida el norteamericano estaba a punto de caerse, tras tropezar con el bordillo y llegar incluso a poner un pie fuera de la pista, aunque lograba rehacerse sin perder siquiera la segunda plaza.
El sueco Ny lidera al inicio de la última vuelta, seguido por Cunningham y Lovelock
Se entraba así en la vuelta final, con Ny cómo inesperado líder al toque de campana, Cunningham segundo, por el interior y, emparejado a él por el exterior, Lovelock, que daba sensación de ir muy tranquilo, con su relajado estilo, sin apenas braceo. Y, en efecto, el atleta vestido de negro estaba esperando su momento para lanzar un ataque que iba a llegar mucho antes de lo que en él era habitual. El neocelandés, que solía surgir cómo una flecha en el último cien, había planificado muy bien la carrera y, consciente de que, si esta era lenta, sus rivales pensarían que iba a aguardar hasta la recta final para aplicar su demoledor cambio de ritmo, lo anticipaba doscientos metros y los pillaba totalmente por sorpresa. Cuando faltaban trescientos, Lovelock aumentaba la frecuencia de su corta zancada y la amplitud de su braceo, rebasaba a Ny y distanciaba en unos metros a Cunningham, que tardaba lo justo en reaccionar para perder contacto. El norteamericano daba cuenta también del sueco, a quien superaba justo a continuación el italiano Beccali y los dos se iban a la caza del neocelandés, entre ellos tres iban a estar las medallas. Pero, pese al esfuerzo de sus perseguidores, Lovelock no perdía ventaja y entraba en la recta claramente en cabeza y sin dar síntomas de desfallecer. Su cálculo había sido perfecto, cómo comprobaba con una breve mirada atrás cuando ya apenas restaban cuarenta metros. Ni Cunningham ni Beccali le iban a poder alcanzar. El temprano ataque había dado sus frutos, sorprendiendo a sus rivales. El atleta de rubio cabello rizado y uniforme negro con el helecho bordado en plata se proclamaba campeón olímpico y, además, establecía un nuevo record mundial tras completar la final de los 1500 en 3:47.8. Era la primera medalla de oro del atletismo de Nueva Zelanda en unos Juegos Olímpicos.
Ese primer gran éxito para su país sería, en cambio, el último de Jack Lovelock. El ya doctor en medicina por la Universidad de Oxford había decidido que la de Berlín sería su última carrera antes de dedicarse por entero a su profesión. Y aunque finalmente disputaría una más, la milla de Princeton, en la que sería segundo tras uno de sus rivales en la final olímpica (el prometedor estadounidense San Romani, cuarto en la capital alemana), no cambiaba sus planes. Su cuidada planificación y su analítico estudio del entrenamiento y sus rivales le había llevado a conseguir el oro y el record mundial en la que definió, en las anotaciones que meticulosamente añadía a su diarios tras cada competición, cómo 'indudablemente la carrera más hemosamente ejecutada de mi vida, un auténtico climax para ocho años de trabajo constante, una creación atlética'. Lovelock había alcanzado la perfección que siempre había buscado, el atletismo ya no lo podía ofrecer nada mejor. Además, en 1940, una caída mientras montaba a caballo le dejaba secuelas en forma de problemas de visión y mareos que, años después, es probable que fuesen la causa indirecta de su prematuro fallecimiento. Un día de finales de diciembre de 1949, cuando ejercía la medicina en Nueva York, Lovelock telefoneó a su esposa diciéndole que se encontraba mal y volvía a casa… pero nunca llegaría. Mientras esperaba el metro en una estación de Brooklyn, se supone que sufría uno de aquellos mareos que le sobrevenían de vez en cuando desde el accidente ecuestre, con tan mala fortuna que caía a la vía instantes antes del paso de un tren que acababa con su vida.
Con lo que no terminaba aquel tren era con su legado y su recuerdo, que sigue muy vivo en su país de origen. Una estatua lo recuerda en la localidad de Timaru, en cuyo instituto estudió en los años 20. Y el pequeño ‘roble de la victoria’, que todos los campeones olímpicos recibían cómo premio en los Juegos de Berlín, fue plantado en sus jardines, se yergue majestuoso a su lado y está considerado monumento nacional en Nueva Zelanda.
JACK LOVELOCK BIOGRAPHY - Artículo sobre Lovelock en la web oficial de la historia de Nueva Zelanda
PROFILE: JACK LOVELOCK 1910-1949 - artículo sobre Lovelock en la web de historia del atletismo RacingPast
LOVELOCK WINS 1500-M GOLD AT BERLIN. 6 AUGUST 1936 – artículo sobre el 1500 de Berlín 36 en la web oficial de la historia de Nueva Zelanda
GLENN CUNNINGHAM V LUIGI BECCALI V JACK LOVELOCK (1936) 1,500 1936 OLYMPIC GAMES IN BERLIN – artículo sobre el 1500 de Berlín 36 en la serie 'grandes carreras' de la la web de historia del atletismo RacingPast