LOS ALL BLACKS DEL ATLETISMO:
2- LA DÉCADA DORADA DE LOS PUPILOS DE LYDIARD

Un éxito del calibre de la sensacional victoria de Jack Lovelock en la final de 1500 de los Juegos Olímpicos de Berlín tardó en repetirse para el atletismo de Nueva Zelanda. Y no sólo por la larga interrupción que supuso la segunda guerra mundial para el deporte. En los primeros Juegos celebrados tras el conflicto bélico, los de Londres en 1948, la delegación ‘All Black’ se fue de vacío y con más pena que gloria, ya que ninguno de sus tres atletas alcanzó siquiera las finales de sus respectivas pruebas. No fue hasta los siguientes, celebrados el año 1952 en Helsinki, cuando el país austral añadió nuevas medallas a su todavía escasa cosecha.

Una fue de bronce, la conseguida por John Holland, que superó con creces su resultado de cuatro años antes en la capital británica, dónde había caído en las semifinales de los 400 metros vallas. En esta ocasión, el atleta nacido en un suburbio de Auckland alcanzó con brillantez la final (tras ganar su serie y ser segundo en su semifinal), y terminó tercero por detrás del estadounidense Charles Moore, que se impuso con claridad estableciendo un nuevo record olímpico, y del soviético Yuriy Lituyev, que ya le había batido también en la carrera previa.

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John Holland (970) camino de la tercera plaza en la final de 400 metros vallas de Helsinki en 1952 que ganaría Charles Moore (1006) por delante de Yuriy Lituyev (433)

Y la otra fue de oro, lograda por la saltadora de longitud Yvette Williams que, dieciséis años después del triunfo de Jack Lovelock en Berlín, sumaba la segunda presea dorada del atletismo neocelandés. La muy versátil Yvette, campeona de su país no sólo en el salto de longitud si no, además, en los lanzamientos de peso, disco y jabalina, había quedado sorprendentemente fuera del equipo que acudió a Londres, pero se resarció en Helsinki, dónde participó en tres disciplinas, siendo sexta en peso, décima en disco y campeona olímpica en la que indudablemente era su mejor especialidad, el salto de longitud. Aunque el concurso no había podido empezar peor, con dos nulos en los dos primeros intentos, un primer salto válido de 5.90, en el tercero, la situaba ya en la pelea por las medallas. Y un fantástico vuelo hasta los 6.24 en el cuarto, nuevo record olímpico, a sólo un centímetro del tope mundial establecido once años antes por la legendaria Fanny Blankers Koen, era más que suficiente para asegurarle la medalla de oro, la segunda para el atletismo ‘All Black’, que recibía de manos del primer medallista del atletismo neocelandés, Arthur Porritt, convertido en 'Sir' y miembro del COI 28 años después de su bronce en París 1924.

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Yvette Williams vuela hasta el 6.24 con el que consiguió la medalla de oro de salto de longitud en los Juegos de Helsinki en 1952

Cuatro más tarde, en Melbourne 1956, el marchador Norman Reed sumaría la tercera al imponerse en los extenuantes 50 kilómetros marcha, con su distintivo pañuelo anudado al cuello cómo curioso complemento al característico uniforme negro con el helecho plata de Nueva Zelanda, tapado en esta ocasión por el dorsal número 10 sobre el pecho.

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Norman Reed al frente del grupo en la final de los 50 kilómetros marcha, en la que consiguió la medalla de oro en los Juegos de Melbourne en 1956

Pero habría que esperar hasta los Juegos de Roma, en 1960, para que llegara la siguiente medalla de oro para los ‘All Black’ en una carrera en pista, continuando la senda iniciada por Lovelock en 1936… y, además, no sería una si no dos ¡y conseguidas con apenas unos minutos de diferencia! No es de extrañar, por tanto, que aquel 2 de septiembre sean una de las fechas más recordadas en el deporte de Nueva Zelanda.

Todo empezó con la final de los 800 metros, una prueba en la que el gran favorito era el recordman mundial Roger Moens, el hombre que había batido la legendaria marca del alemán Rudolf Harbig. El potente atleta belga, con aspecto de tímido profesor a causa de sus gafas, llegaba a la capital de Italia con un solo objetivo, lograr la medalla de oro que esperaba haber ganado cuatro años antes, en los Juegos de Melbourne… pero que ni siquiera pudo intentar conseguir. En los meses previos, mientras entrenaba en un oscuro y lluvioso día, se le empeñaron las lentes y no vio el poste de una red de tenis, contra el que se golpeó, lesionándose en una pierna y teniendo que renunciar a los Juegos. Por eso, los de Roma suponían una motivación extra para él. Era ahora o nunca porque los años pasaban, ya tenía 30 y los jóvenes venían pisando fuerte.

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Snell ganando su serie clasificatoria de 800 en los JJOO de Roma 1960

Uno de ellos era el neocelandés Peter Snell, virtualmente desconocido antes de los Juegos pero que, tras ganar con autoridad su serie clasificatoria, se permitía el lujo de batir al belga en semifinales. En todo caso, la final debería ser otra cosa, pensaba Moens, que estaba más pendiente de otro joven atleta procedente de un país de la Commonwealth, el jamaicano, representante de las Indias Occidentales George Kerr, de 22 años de edad cómo Snell, que le había impresionado al batir el record olímpico en la otra semifinal. O del alemán Paul Schmidt, autor de la mejor marca mundial de aquel año olímpico. En cambio, Snell parecía haber cumplido ya más que de sobra sus objetivos metiéndose entre los seis finalistas, cuya lista completaban otro germano, Manfred Matuschewski, y un suizo, Christian Wagli.

Precisamente era el suizo quien marcaba el ritmo en la primera de las dos vueltas a la pista, pasando el toque de campana en cabeza por delante de Schmidt, Kerr y Snell, con Moens en una vigilante quinta plaza. Las posiciones no cambiaban en la primera curva ni en la recta de contrameta, pero el grupo se iba comprimiendo, con los dos que lo cerraban, el neocelandés y el belga, apretando el paso y presionando al jamaicano y el alemán que, a su vez, amenazaban cada vez más al suizo. Entonces Moens pasaba al ataque, en la última curva ya era segundo y entraba en la recta primero por el exterior de la calle 2 mientras Wagli y Schmidt cedían y Kerr trataba de responder abriéndose a la calle 3.

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Snell cruza la meta por delante de Moens, en la final de los 800 metros de Roma 1960

Y entonces surgía por entre todos ellos Snell, que se había mantenido pacientemente por el interior en la curva y encontraba hueco entre las calles 1 y 2 para ganar posiciones a medida que los cinco iban avanzando con las pocas fuerzas que les quedaban en la siempre agónica recta final de un 800. Por delante, Moens, miraba a su derecha, veía que Kerr no le podía seguir y, por un instante, cerraba los ojos y ya se veía campeón. Pero entonces aparecía por su izquierda un atleta de camiseta negra que oscurecía su sueño de gloria. Era Snell, que aguantaba mejor la inevitable pérdida de velocidad de los metros finales y lograba una victoria tan inesperada cómo merecida que le daba a conocer al mundo con el que sería sólo el primero de sus grandes éxitos.

Vídeo de la final de los 800 metros en los JJOO de Roma 1960

Un triunfo basado tanto en su talento natural cómo en la exhaustiva preparación a la que le sometía Arthur Lydiard, cuyos métodos revolucionaron en buena medida la forma en que se planteaba hasta entonces el entrenamiento de los atletas de medio fondo y fondo. Un modo de prepararse del que la victoria de Snell fue sólo la primera prueba de su eficacia, ya que apenas media hora después, en la final de los 5000, otro pupilo del entrenador ‘kiwi’ iba a dar la segunda.

Halberg (de negro) por detrás de Landy en la milla milagro

Se trataba de Murray Halberg, un atleta que no podía tener un aspecto más diferente a Snell. Si el primero era de constitución fornida y musculosa, el segundo respondía más al estereotipo de corredor de fondo: esbelto, delgado y de largas piernas. Pero, curiosamente, ambos tenían en común haber practicado otros deportes antes de dedicarse por entero al atletismo. Y mientras Snell destacaba en especialidades tan dispares cómo el tenis, el criquet o el golf, Halberg, que era cinco años mayor, había practicado rugby hasta que un fuerte placaje le dañaba gravemente el hombro izquierdo y dejaba ese brazo prácticamente paralizado. Correr se convertía entonces en el deporte al que mejor podía adaptarse, y aunque ello implicaba llevar el brazo casi inmóvil, no le impedía convertirse enseguida en uno de los mediofondistas más destacados del país, hasta el punto de que en 1954, con apenas 21 años de edad, ya debutaba en los Juegos de la Commonwealth con la camisera negra de Nueva Zelanda. Y lo hacía, además, no corriendo una prueba cualquiera, ya que era uno de los participantes en la que posteriormente se conocería cómo ‘la milla milagro’: el sensacional duelo entre John Landy y Roger Bannister que terminó con victoria del británico sobre el australiano y los dos cruzando la meta en menos de cuatro minutos.

Dos años más tarde, Halberg tenía un no muy afortunado debut olímpico, tomando parte en el 1500 de los Juegos de Melbourne, cuya final concluyó en la undécima plaza. Y dos después, ya con mucha más experiencia a nivel internacional, lograba la victoria en las tres millas de los Juegos de la Commonwealth de 1958. Desde entonces, siguiendo los consejos de Lydiard, Halberg, que había sido el primer neocelandés en correr la milla por debajo de la por entonces mítica barrera de los cuatro minutos, se concentró en las distancias más largas y llegaba a Roma con fundadas aspiraciones de éxito, bien fuese en la prueba de los cinco kilómetros o en la de los diez, en la que tomaría parte unos días después.

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Halberg (84) en la parte de atrás del grupo durante la primera parte de la final de los 5000 en Roma 1960

Y ese 2 de septiembre de 1960, tras ver el triunfo de su compatriota Snell en el 800, Halberg saltaba a la pista para competir en la final del 5000. Una carrera que se presentaba muy abierta, con doce atletas entre los que no estaban algunos de los nombres que más sonaban cómo aspirantes a medalla en los días previos a los Juegos, tal cómo el británico Gordon Pirie o el soviético Boris Yefimov, que habían quedado eliminados en las series previas. Y que se desarrollaba durante más de su mitad cómo era de esperar dada la ausencia de un favorito claro, con todos corriendo muy juntos, vigilándose a un ritmo no especialmente exigente, marcado durante la mayor parte del tiempo por el polaco Kazimirerz Zimny. La situación empezaba a cambiar en la octava vuelta, cuando el británico Dave Power decidía avivar el paso, lo que reducía el grupo a siete. Y entonces, cuando restaban aun tres vueltas, Halberg sprintaba cómo si se tratase de la última recta y abría un notable hueco respecto a sus sorprendidos perseguidores.

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El podio de los 5000 en Roma 1960, con Halberg (oro), Grodotzki (plata) y Zimny (bronce)

A falta de dos giros, el valiente (temerario, pensaban sus rivales) neocelandés llevaba alrededor de 20 metros de ventaja y al resto les entraban las dudas… ¿aguantaría a ese ritmo? El alemán Godotzky trataba entonces de reaccionar, pero Halberg mantenía prácticamente 15 metros de diferencia cuando la campana anunciaba el inicio del último giro. O desfallecía por completo o nadie iba a poder alcanzarle. Y aunque, lógicamente, el pupilo de Lydiard acusaba el esfuerzo derivado de su agresiva táctica, por segunda vez en apenas media hora un atleta vestido de negro y con el único adorno en su uniforme de un helecho plateado cruzaba la meta en la primera posición. Los ‘All Blacks’ del atletismo habían logrado dos medallas de oro el mismo día. Y, además, los dos triunfos los habían conseguido atletas preparados por el mismo entrenador, Arthur Lydiard, y en dos pruebas tan diferentes cómo el 800 y el 5000.

Imágenes de la final de 5000 en los JJOO de Roma 1960

Dos éxitos a los que se sumaría, ocho días más tarde, el bronce logrado por otro de sus pupilos, Barry Magee. El neocelandés terminaba tercero en una prueba de maratón convertida en legendaria no sólo por su majestuoso entorno (con recorrido nocturno en sus kilómetros finales, alumbrado por antorchas al paso por lugares tan históricos cómo las termas de Caracalla antes de llegar al arco de Constantino), si no, sobre todo, por el extraordinario triunfo de Abebe Bikila, que ganaba corriendo descalzo y establecía, además, un nuevo record mundial.

Los triunfos ‘All Black’ de Roma no iba a ser, además, flor de un día, especialmente en lo que respecta al joven campeón en los 800 metros. Cuatro años después, en los Juegos de Tokio en el 1964, Peter Snell ya no era el desconocido novato que había sorprendido a todos en la final de Roma si no la máxima estrella del medio fondo. Suyos eran los records mundiales del 800, las 880 yardas (logrados ambos en la misma carrera tras una sensacional demostración sobre pista de hierba en Christchurch, a principios de 1962) y la milla (establecido también sobre hierba, apenas una semana antes, en Whanganui). Éxitos que, junto a su triunfo olímpico y sus dos medallas de oro en los 'Empire Games', le hacía merecer el honor de portar la bandera de Nueva Zelanda en el desfile inaugural de los primeros Juegos Olímpicos disputados en un país asiático.

Imágenes del doble record mundial en 800 metros y 880 yardas logrado por Peter Snell en Christchurg el 2 de febrero del 1962

Seis días después, Snell era el gran y poco menos que único favorito en la final de la primera de las dos pruebas en que tomaba parte, la de los 800 metros. Y hacía honor a los pronósticos con una carrera que controlaba por completo, manteniéndose por la cuerda y en el centro del grupo hasta que, a falta de doscientos metros, lanzaba un fortísimo ataque al que ninguno de sus rivales era capaz de ofrecer respuesta. Mientras el canadiense Crothers, el keniata Kiprugut y el jamaicano Kerr luchaban a la décima por la segunda posición, con sus rostros crispados por el esfuerzo y llegando incluso a tropezarse entre ellos en los metros finales, por delante el atleta de camiseta negra cruzaba la meta sin descomponer por un instante su fluido estilo. Snell lograba su segunda medalla de oro olímpica y, además, establecía un nuevo record de los Juegos.

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Snell cruza la meta como claro ganador de la final de 800 en Tokio 1964

Dos días más tarde se disputaba la final de 1500, en la que había doble representación ‘All Black’, ya que además de Snell también se había clasificado entre los doce mejores su compatriota John Davies, un atleta de características muy diferentes, con peor final que Snell pero capaz de mantener un alto ritmo desde el principio. Así que tras un tímido arranque, con el francés Bernard en cabeza, Davies se ponía al frente y marcaba el paso del grupo hasta que, a falta de doscientos metros, Snell, que se había ido acercando paulatinamente a los puestos delanteros, repetía su movimiento del 800 y se iba solo por delante de todos. Los espectadores parecían estar asistiendo a la misma carrera pero con diferentes actores. Ni Davies, ni el británico Alan Simpson, el checo Josef Odlozil o el polaco Witold Baran podía hacer otra cosa que pelear por la segunda posición, en otro apretado sprint que dejaba la plata en poder del futuro marido de la extraordinaria Vera Caslavska y el bronce en manos del compatriota del ganador. Por delante, Snell entraba en meta con amplio margen para echar un par de miradas atrás y celebrar tranquilamente su tercer título de campeón olímpico... y su primera victoria en un 1500, ya que nunca antes había disputado una carrera en la distancia 'métrica' de la anglosajona milla.

Imágenes de las finales de 800 y 1500 en los JJOO de Tokio 1964 con comentarios de Peter Snell

El doble oro de Snell y el bronce de Davies se veían acompañados, además, por otro bronce para Nueva Zelanda en una prueba de medio fondo, el 800 de la categoría femenina. En realidad para las féminas, la doble vuelta a la pista era entonces poco menos que de gran fondo, ya que se trataba de la carrera más larga incluida en su programa olímpica, víctimas aun de la ridícula creencia sobre su presunta fragilidad para afrontar mayores distancias. La final se convertía pronto en una persecución a la francesa Maryvonne Dupureur, que había batido el record olímpico en semifinales y atacaba cuando apenas se llevaban doscientos metros, abriendo hueco respecto a sus siete rivales. Un hueco que se mantenía prácticamente hasta la última curva, cuando surgía con fuerza por el exterior la británica Ann Packer, subcampeona unos días antes en el 400, que superaba a la gala y conseguía la medalla de oro que se le había escapado en su prueba favorita. Acusando el esfuerzo de su atrevido ataque, Dupureur lograba al menos terminar segunda, y el podio lo completaba la neocelandesa Marise Chamberlain, que lograba la cuarta medalla para la escuadra ‘All Black’ en Tokio y elevaba a doce la cuenta de metales olímpicos en la historia del atletismo de su país.

Una cuenta que alcanzaba el número 13 en los últimos Juegos de la década de los 60 cuando Mike Ryan terminaba tercero en el durísimo maratón olímpico de México en 1968. El atleta neocelandés, nacido en Escocia y que había emigrado a las antípodas a principios de los 60, cuando ya empezaba a destacar en las carreras de su tierra natal, llegaba incluso a ocupar la segunda plaza, por detrás del a la postre, ganador, Mamo Wolde, cuando se entraba en la parte decisiva de una prueba en la que los efectos de la altitud se dejaban sentir, produciendo un buen número de abandonos y desfallecimientos. Finalmente, Ryan no podía evitar verse superado cerca del final por el japonés Kimihara, que le precedía en la meta del estadio por apenas unos segundos.

Imágenes de la maratón olímpica de México 1968 con comentarios del tercer clasificado, el neocelandés Mike Ryan

La medalla de bronce lograda por el representante de Nueva Zelanda redondeaba, en cuanto a éxitos olímpicos, una década prodigiosa para los atletas de la camiseta negra y el helecho plateado que se había iniciado ocho años antes en aquel inolvidable 2 de septiembre en Roma, cuando Snell y Halberg ganaron dos oros en apenas media hora siguiendo los consejos de Arthur Lydiard. Unas enseñanzas que también estaban en la base del rendimiento de Ryan, a quien habían llegado de la mano de otro medallista ‘All Black’, John Davies, el compañero de Snell en el 1500 de Tokio.

MÁS INFORMACIÓN:

PETER SNELL: Profile - Artículo sobre Snell en la web de historia del atletismo RacingPast

PEERLESS SNELL'S CHRISTCHURCH RECORDS STILL STAND - Artículo de Tony Smith en el 2012 sobre los records mundiales logrados por Snell en 1962

MURRAY HALBERG: Profile - artículo sobre Halberg en la web de historia del atletismo RacingPast

GOLDEN HOUR FOR KIWI RUNNERS IN ROME, 2 SEPTEMBER 1960 – artículo en la web oficial de la historia de Nueva Zelanda sobre las victorias de Snell y Halberg en los JJOO de Roma 1960

1960 OLYMPIC GAMES ROME, AUGUST 25-SEPTEMBER 11 – artículo en la web de historia del atletismo RacingPast sobre las carreras en los JJOO de Roma 1960

1964 OLYMPIC GAMES TOKYO, OCTOBER 10-24 – artículo en la web de historia del atletismo RacingPast sobre las carreras en los JJOO de Tokio 1964

ARTHUR LYDIARD BIOGRAPHY – biografía de Arthur Lydiard en la web oficial de la historia de Nueva Zelanda

YVETTE WILLIAMS LEAPS FOR GOLD AT HELSINKI, 23 JULY 1952 - artículo en la web oficial de la historia de Nueva Zelanda sobre la victoria de Yvette Williams en los JJOO de Helsinki 1952

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