SUEÑOS HECHOS REALIDAD
EN LA CIUDAD QUE NUNCA DUERME

Si te gusta el cine antes o después tienes que visitar Nueva York. Si, además, te encanta viajar, eres un ‘urbanita’ convencido, no le haces nunca ascos a una buena hamburguesa, te emociona escuchar el ‘New York New York’ en ‘La Voz’ de Sinatra y te apasiona el deporte ‘made in USA’, ya tienes otras cuantas razones para visitar la ‘Gran Manzana’. En mi caso se daban todas ellas así que, cuando hace tres años cumplí, por fin, el sueño de estar allí, la visita se me hizo corta. En apenas seis días me dio tiempo a pasear por la quinta avenida, atravesar Central Park, subir a lo alto del Empire State, cruzar andando el puente de Brooklyn, ver la estatua de la Libertad desde el ferry de Staten Island, visitar el Metropolitan Museum, ‘embarcar’ en el Intrepid, alucinar con las pantallas gigantes de Times Square, asistir a un partido de los Knicks en el Madison, comprar un polo de los Yankees (¡y un par de osos de peluche en FAO’s!)… y, naturalmente, comer no solo una hamburguesa si no, además, un perrito comprado en un puesto callejero, un sándwich de Pastrami en Carnegie’s, un bagel de salmón en Barney Greengrass, una indefinible especialidad asiática en pleno Chinatown y hasta una ración de dulce ‘Red Velvet’ en el Lalo’s café. Y, naturalmente, reconocí un montón de lugares mil veces vistos en las pantallas del cine y la televisión, me bebí más de una ‘Blue Moon’ mientras veía fútbol americano en un pub… y quedé enganchado a la ciudad y su gente, a esa mezcla heterogénea de estilos y de culturas que hacen de Nueva York la capital del mundo.

Imágenes de Nueva York

Así que nada más coger el vuelo de regreso a casa ya estaba deseando volver. Mientras lo logro, y más aun de lo que ya hacía antes, no me pierdo una película o serie en la que aparezcan esas calles en las que me sentí cómo en casa. Y, por supuesto, cada año me pego al televisor para ver de cabo a rabo la maratón que recorre la ciudad atravesando sus cinco distritos. Un trazado que parte con la espectacular salida atravesando el imponente ‘Verrazano bridge’, sigue por el corazón del multicultural Brooklyn, y pasa a continuación por el más residencial Queens antes de cruzar el East River para adentrarse en su multitudinario recorrido por Manhattan. Un trayecto que lleva a los participantes primera avenida arriba hasta el bullicioso Bronx antes de volver, tras pasar por el mítico Harlem, en dirección contraria, quinta avenida abajo, primero bordeando Central Park y luego adentrándose en el pulmón verde de la ciudad antes de un último par de giros, saliendo del parque en la esquina del lujoso del Hotel Plaza para recorrer brevemente la calle 59, girar en Columbus Circle y encarar la recta final, de nuevo dentro del parque, en la que se encuentra la ansiada línea de llegada.

Recorrido de la maratón de Nueva York

Una carrera que es mucho más que una competición deportiva, ya que se ha convertido en la maratón más conocida y más multitudinaria. Nueva York es la prueba en la que sueña participar algún día prácticamente todo aquel que se pone unas zapatillas para salir a correr. Y si ser uno de las decenas de miles de ‘runners’ que toma la salida en Staten Island es ya un sueño, mas aún lo es llegar el primero a la meta en Central Park. Un sueño al alcance de muy pocos. Un sueño que desde hace muchos años parecía inalcanzable para cualquier atleta que no hubiese nacido en alguna altiplanicie africana. Pero, a veces, los sueños, incluso aquellos que parecen imposibles de cumplir, se hacen realidad. Y el domingo 5 de noviembre del 2017 pasará a la historia del deporte cómo un día en que se cumplió uno de esos sueños improbables. El típico sueño de cualquier adolescente amante del deporte que tiene en la pared de su cuarto los posters de ídolos a quienes le gustaría emular algún día. En este caso, la soñadora era una joven de Colorado que, a finales de los años 90, empezaba a ser consciente de los éxitos logrados por su madre, atleta antes de que ella naciese, y miraba con admiración la imagen de Grete Waitz logrando una de sus nueve victorias en Nueva York.

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Grete Waitz ganando la maratón de Nueva York en 1980, la tercera de sus nueve victorias en la carrera

Un sueño, cruzar la meta de Central Park en primera posición, que parecía inalcanzable incluso para una mujer que, años después de cerrar los ojos cada noche en aquel cuarto juvenil viéndose reflejada en la extraordinaria corredora noruega, ha sido la protagonista del auténtico cuento de hadas que fue la maratón neoyorquina del 2017: Shalane Flanagan. A sus 36 años de edad, la estadounidense ya sabía lo que era subir a un podio olímpico para recibir la medalla de bronce de los 10000 en Pekín 2008. Y también a un podio de un mundial, el de Cross del 2011 en Punta Umbría. Y había visto cómo sólo una atleta cruzaba antes que ella la ansiada meta en la maratón del 2010 en la Gran Manzana, cuando terminaba en segunda posición, a 20 segundos de la ganadora, la keniata Edna Kiplagat, y por delante de otra africana, Mary Keitany, que acabaría siendo la vencedora en tres de las siguientes cinco ediciones.

Imágenes de la maratón de Nueva York del 2010

Seis años después de aquel segundo puesto, Flanagan, ya con 36 de edad, se enfrentaba de nuevo a las dos africanas… y a unas cuantas mujeres más nacidas en aquellas tierras dónde correr es tan natural cómo respirar. Y aunque la carrera era táctica, lo habitual en una maratón sin liebres cómo la neoyorquina, pensar que pudiese batirlas a todas se nos antojaba improbable a los que veíamos la competición por la tele. Tal vez no tanto para la multitud de compatriotas que la jaleaban a su paso por las calles de Brooklyn, Queens, el Bronx y Manhattan, porque ellos también soñaban con su triunfo, y cuando se sueña todo parece posible. La propia Shalane pensaba en la posibilidad de esa victoria cómo el final soñado para su carrera deportiva y, apenas unos días antes, en una entrevista, había declarado que si se encontraba en la ‘increíble y totalmente fantástica posición de ganar el domingo, esa sería posiblemente mi última maratón, porque así es cómo quiero que acaben las cosas para mí’.

Entrevista a Shalane Flanagan antes de la maratón de Nueva York del 2017

Así que cuando la estadounidense saltó decidida del trío de cabeza en el que había acabado convirtiéndose el, hasta hacía poco, amplio y compacto grupo del que nadie parecía atreverse a partir, el sueño de la adolescente que miraba el poster de Grete Waitz empezaba a fundirse en uno con él de la veterana atleta de 36 años que buscaba la última y más grande de sus victorias. Sin una sola mirada atrás, Shalane abría hueco zancada a zancada en los últimos metros de la quinta avenida y se internaba en Central Park seguida a cada vez más distancia por la tres veces ganadora Mary Keitany. La menuda y potente africana no era capaz de seguir el implacable ritmo de la esbelta y decidida norteamericana, cuyo gesto serio y concentrado, con la mirada fija al frente, hablaba bien a las claras de su absoluta determinación. Había soñado con ganar esta carrera y lo iba a conseguir. Sólo cuando ya entraba en meta, brazos alto, permitía que las emociones tanto rato controladas aflorasen por fin. La más alegre de las sonrisas se mezclaba entonces con las más emocionadas y dulces lágrimas mientras saludaba al público y se envolvía en la bandera de su país. El sueño se había hecho realidad y su triunfo tenía, además, el doble significado extra de llegar apenas unos días después del cruel atentado terrorista que había golpeado a la ciudad y ser la primer victoria de una estadounidense en Nueva York en nada menos que cuarenta años.

Imágenes de la maratón de Nueva York del 2017

Cuatro décadas en las que el mundo del ‘running’, en general, y la maratón neoyorquina, en particular, han cambiado de forma espectacular. Porque entonces, en la segunda mitad de los años setenta, la multitudinaria carrera de alcance global que es ahora la prueba de la Gran Manzana estaba apenas en sus inicios. Tras unas primeras ediciones en las que discurría alrededor de Central Park y los participantes se contaban aun por cientos en vez de las decenas de miles de hoy día, la carrera dio en 1976 el primer gran paso hacia su actual popularidad. Era el año del bicentenario de la fundación de los Estados Unidos y en todo el país se sucedían las celebraciones. Para conmemorarlo, los organizadores de la joven maratón de Nueva York decidieron que la prueba recorriese las calles de la ciudad, pasando además por sus cinco distritos. Y en pleno boom del running, con los éxitos olímpicos de Frank Shorter cómo primer estímulo para animar a los estadounidenses a correr, la idea resultó todo un éxito. Con el campeón olímpico cómo principal reclamo junto a Bill Rodgers, ganador en Boston el año anterior, la maratón partió de Staten Island con más de dos mil participantes cruzando el puente de Verrazano en una imagen que se ha convertido en todo un emblema, y atrajo a multitud de espectadores a las calles para seguir de cerca el paso de los corredores, jaleándolos desde el primero hasta el último cómo héroes.

Dos horas y diez minutos después del inicio de la carrera, el primero de todos ellos en cruzar la meta fue Rodgers, abriéndose literalmente paso entre una multitud entusiasmada que bloqueaba el avance del coche de la organización que le precedía. Lo que iba a ser una celebración puntual se acababa de convertir en algo a repetir y, desde entonces, con ligeras variaciones respecto al recorrido original, la maratón de Nueva York ha seguido pasando cada año por Staten Island, Brooklyn, Queens, el Bronx y Manhattan.

Imágenes de la maratón de Nueva York del 1976

Y aunque las pocas imágenes de la época no la muestran más que en alguna desgastada fotografía en blanco y negro, menos de media hora después del ganador llegó la primera mujer: una pequeña corredora, de apenas metro y medio de estatura, poco más de cuarenta kilos de paso y raza asiática. Se trataba de ‘Miki’ Gorman, nacida cuarenta y un años antes en China, cómo Michiko Suwa, en el seno de una modesta familia japonesa. Su padre era un de los muchos soldados del ejército imperial destinados en China antes de la segunda guerra mundial. De vuelta a casa tras el conflicto bélico, Michiko creció en una modesta aldea de la región de Fukushima, en la parte central del país nipón. Una zona rural y muy pobre, en la que la vida era dura, la comida escasa y las distracciones mínimas más allá de las noticias del mundo exterior que llegaban a través de una vetusta radio. El padre de Michiko, aficionado al deporte, la usaba allá por 1948 para seguir en la distancia los Juegos Olímpicos de Londres, pero a su hija le interesaba más la programación musical. Sus sueños no eran de gloria olímpica si no artística. Quería ser bailarina, pero su diminuto cuerpo y sus cortas piernas en nada se parecían a las esbeltas figuras que triunfaban en los escenarios.

Sin resignarse a lo que la vida parecía haberle deparado, Michiko empezó a trabajar cómo niñera, cuidando a los hijos de un coronel de las tropas estadounidenses presentes en Japón tras la contienda. Así, además de ganar algún dinero, podría aprender inglés y tratar de ampliar sus hasta entonces muy limitados horizontes. Cuando su empleador recibió un nuevo destino, de vuelta a su país, la joven japonesa no se lo pensó dos veces, y pese a las reticencias de su familia, se fue a Estados Unidos con el coronel, su esposa y sus hijos. Recaló en un pequeño pueblo de Pensilvania, dónde la vida tampoco es que fuese fácil y casi nada había del ‘glamour’ que tenía asociado en su mente con el famoso sueño americano. Pero poco después recibió la oferta de otro militar, para cuidar de su prole en Los Ángeles, y empezó a vislumbrar ya algo de lo que se había imaginado cuando decidió abandonar su aldea en el Japón rural de posguerra… ¡aquello ya era otra cosa! Aunque ya tenía claro hacía tiempo que nunca iba a ser una estrella del ballet, su vida era cada vez mejor, especialmente cuando empezó a trabajar por su cuenta y a integrarse en esa nueva cultura que tan extraña le había resultado al principio.

Michiko acabó haciendo realidad su sueño americano del modo que menos esperaba

Pasaron los años, conoció a Mike Gorman, un apuesto hombre de negocios, se enamoraron, se casaron y la pequeña y tímida Michiko fue quedando cada vez más atrás para dar paso a ‘Miki’, igualmente menuda de físico pero cada vez más segura de si misma. Eso sí, seguía siendo extremadamente delgada y, animada por su esposo, que practicaba habitualmente deporte, se apuntó a un gimnasio con la intención de ganar algo de peso a base de fortalecer su figura mediante el ‘fitness’. El calentamiento previo consistía en correr una milla sobre una pista situada en el interior del gimnasio. Y, aunque al principio completar las once vueltas requeridas era todo un suplicio, pronto lo de correr le resultó más agradable que levantar kilos en las máquinas del gimnasio. Se empezó a concentrar sólo en la carrera, dando vueltas y más vueltas a aquella corta pista. Tantas vueltas daba que acabó ganando el trofeo que otorgaba el club a quien corriera más millas en sus instalaciones. Tenía 34 años y, poco menos que sin proponérselo, había conseguido su primer reconocimiento público, no eran los aplausos de un teatro a la primera bailarina pero resultaba igualmente satisfactorio. A ese primer triunfo en la pista ‘indoor’ del club atlético de Los Ángeles siguieron varios más en los siguientes tres o cuatro años. Todos quedaban admirados ante el tesón y la resistencia de aquella atleta de baja estatura pero enorme determinación, que corría sin parar dando vueltas y más vueltas al corto trazado de apenas 160 yardas.

Animada por los entrenadores del club, su marido y sus compañeros de gimnasio, 'Miki' decide entonces dar el siguiente paso, salir a correr fuera de aquella pista cubierta a la que había dado ya ni se sabe cuantos miles de giros. Se apunta a un cross y, con 38 años, compite por primera vez contra otras corredoras, disfruta enormemente de la experiencia que supone correr al aire libre… ¡y además gana! Ya no hay marcha atrás. Definitivamente aquello de correr le gusta, le hace sentirse bien, sin los complejos y la timidez que llevaba tanto tiempo asociada a su delgadez y su pequeña estatura, características que en las carreras no son en absoluto un impedimento para medirse de tú a tú (¡y ganarlas!) con todas esas chicas más jóvenes, más altas y de piernas mucho más largas que hasta entonces había mirado con cierta envidia.

Desde ese momento su progresión es meteórica. A finales de aquel año de 1973 debuta en una maratón, la popular prueba del ‘Western Hemisphere’, en Culver City, y su estreno es aun más exitoso que el del cross. No sólo supera los 42 kilómetros y 195 metros sin problemas, también llega la primera… y además, establece un nuevo record mundial femenino al cruzar la meta en 2h46’36”. ¡En una sola carrera ha pasado de ser una completa desconocida a convertirse en la maratoniana de referencia a nivel mundial! A ese primer triunfo le sigue otro aun más prestigioso unos meses después, cuando es también la primera mujer en la meta de la prueba más clásica de la distancia, la maratón de Boston. Pese a sufrir lo suyo en la durísima subida final del Heartbreak Hill, vence con casi 6 minutos de ventaja y establece un nuevo record de la carrera con un crono a apenas medio minuto de su registro en Culver.

Al éxito deportivo le sigue la inmensa alegría de tener una hija cuando, ya con 40 años de edad, apenas si contaba con ello. A base de determinación, ‘Miki’ sigue sorprendiendo y superando todas las ideas preconcebidas que se tenían sobre mujeres cómo ella. ¿Correr sola por la calle? ¿Empezar a competir a los treinta y muchos? ¿Ser madre a los cuarenta? ¿Ganar maratones teniendo más de cuarenta y una hija que atender? Todo eso no entraba en los aun demasiado rígidos esquemas de una sociedad que empezaba a presumir de ser la de la libertad... ¡pero en la que todavía faltaba mucho por conseguir! Todo eso lo logra ‘Miki’ a base de tesón, sobreponiéndose más a sus propios complejos que a los condicionantes externos, al fin y al cabo con unos cuantos mucho más duros (la guerra, la pobreza, el hambre) ya había lidiado desde la infancia.

Los éxitos de ‘Miki’ la convirtieron en todo un icono, presente en colecciones de cromos, cómo ‘Supersisters’, creada para inspirar a las niñas con los éxitos deportivos y profesionales de las mujeres más destacadas de la época

Así que no es de extrañar que todavía llegasen más triunfos para aquella pequeña gran mujer. Apenas unos meses después de dar a luz termina segunda en la última maratón de Nueva York que se disputa con su recorrido concentrado en Central Park. Y, al año siguiente, llega su ya comentada victoria en la primera edición de la prueba que une los cinco distritos de la Gran Manzana, la de 1976. Un triunfo que logra con 41 años de edad… y al que sigue una temporada de 1977 aun más extraordinaria. Primero repite victoria en Boston, dónde la menuda figura de ‘Miki’, con sus manos enfundadas en unos guantes blancos que recuerdan al inteligente y ágil personaje de Walt Disney, con el que prácticamente comparte apodo, es ya más que conocida. Cómo lo es también en las calles de Brooklyn, de Queens, del Bronx y de Manhattan, en las que unos meses más tarde es aclamada por millones de neoyorquinos camino de su segundo triunfo en la meta de Central Park, conseguido ya con 42 años de edad y que, hasta el pasado domingo, 5 de noviembre del 2017, era la última victoria de una atleta del país en la prueba.

Porque, evidentemente, aunque nacida en China y japonesa de familia, ‘Miki’ hacía ya tiempo que era ciudadana estadounidense a todos los efectos, por pasaporte y por forma de vida. Una vida de película que no podía pasar inadvertida para los avispados productores de Hollywood, que la retrataron en un film de principios de los ochenta, titulado ‘My Champion’, en el que el papel de Miki lo interpreta la estrella japonesa del momento en las pantallas del cine y la televisión, Yoko Shimada, popular por su papel en la exitosa serie ‘Shogun’ como 'partenaire' de Richard Chamberlain.

Vídeo clip con la banda sonora de ‘My Champion’, la película sobre la vida de ‘Miki’ Gorman

Así que, después de todo, el sueño americano se acabó cumpliendo para la pequeña Michiko de un modo muy diferente al que imaginaba durante su infancia en Japón, cuando anhelaba triunfar bailando en los escenarios. Un sueño que, de algún modo, vería cumplido también años después cuando su hija, Danielle, llegó a ser bailarina profesional y formó parte del elenco de artistas en musicales tan prestigiosos como Cat’s o la Bella y la Bestia.

Una historia, la de los sueños de una madre y su hija que, además, por esos caprichos del destino, se enlaza de forma curiosa con la que protagonizan la ganadora en Nueva York cuarenta años después, Shalane Flanagan y su madre, Cheryl Bridges, sin duda una de las grandes pioneras del running en Estados Unidos. Porque resulta que Cheryl era el ídolo de ‘Miki’ Gorman cuando empezó a competir. Y lo era no sólo por sus éxitos deportivos. Se trataba de una atleta alta, hermosa, de largas piernas, que reflejaba su inalcanzable ideal de aspecto físico. Pero lo que para ‘Miki’ era un sueño había sido años antes para Cheryl toda una pesadilla y, a la vez, el desencadenante para empezar a correr. Ser tan atractiva desde adolescente se convirtió en todo un problema para aquella joven alta y muy tímida, especialmente cuando empezó a sufrir las indeseadas ‘atenciones’ de su padrastro. Así que decidió que tenía que adelgazar lo máximo posible para empeorar su figura y así resultar menos apetecible a los ojos de su acosador y pasar lo más desapercibida posible en el instituto. Y para ello decidió poner en prueba lo que leyó en un artículo de Bill Bowerman, el famoso entrenador de atletismo de Oregon, en el que se explicaban las ideas de otro preparador, el neocelandés Arthur Lydiard, sobre los beneficios de lo que denominaba ‘jogging’. Se trataba de correr, pero no estrictamente cómo práctica deportiva si no para perder peso y mejorar el bienestar físico general.

Pero lo que empezó cómo una forma de escapar de su odioso padrastro se fue convirtiendo en una actividad que cada vez le resultaba más agradable a la joven Cheryl. Sus sesiones de carrera, que al principio se desarrollaban en la oscuridad para que nadie la observara, empezaron a ser cada vez más constantes y en unos meses ya no se avergonzaba de que la viesen correr. Y uno de los que la vieron fue un profesor del instituto, que la animó a entrenar con los chicos del equipo de cross. Pero es la única chica en la pista durante los entrenamientos y la dirección del colegio considera inapropiada su presencia junto a los muchachos, por lo que tiene que practicar en la otra esquina de la instalación deportiva, sin mezclarse con ellos. Aun así, no ceja en su empeño y con solo 17 años debuta en los nacionales de cross logrando una más que prometedora séptima posición que le vale su primer reconocimiento público en los prolegómenos de un partido del deporte por excelencia en Indiana, el baloncesto.

Sin proponérselo, Cheryl está abriendo un camino que en los siguientes años seguirán otras muchas jóvenes. Al año siguiente, en 1966, ingresa en la Universidad con una beca por ‘talentos especiales’, nombre con el que se conoce a las ayudas para deportistas que, hasta entonces, eran patrimonio exclusivo de los chicos, fuesen estos atletas o jugadores de basket o fútbol. Se convierte así en la primera mujer que recibe tal tipo de soporte para los estudios en base a sus capacidades deportivas. Unas capacidades que se demuestran día a día, especialmente cuando, al ser la única atleta femenina del equipo universitario, tiene que competir en las mismas carreras que los hombres y, para evitar problemas de índole legal, la hacen salir unos segundos por detrás, de forma que la competición no se pueda considerar mixta. Esos metros que le sacan de partida los chicos se convierten siempre en un acicate extra para superarse y, cada vez, logra rebasar a buena parte de ellos, convertidos en liebres a las que va ‘cazando’ una a una a la vez que aumenta su resistencia, su rapidez y su confianza en si misma.

Cheryl Bridges (de blanco) en una carrera de pista

Completado su ciclo universitario, Cheryl es ya toda una realidad en el mundillo atlético estadounidense en plena época de los Prefontaine, Wootle, Shorter y compañía. En 1969 lidera el ‘Team USA’ en los mundiales de cross que se celebran en Edimburgo y termina cuarta, a un paso de la medalla de bronce. Al año siguiente, ya casada, se traslada a vivir a California cuando su marido consigue un trabajo cómo entrenador en la universidad del estado. Con 23 años parece ya el tiempo de abandonar el deporte activo, al menos esa es la tendencia para las mujeres entonces, especialmente tras contraer matrimonio. Pero el siempre benigno clima del estado dorado lo convierte en un paraíso para los corredores y Cheryil, lejos de dejar de correr, empieza a hacerlo aun más, entrenando con los hombres del equipo de cross y completando cada día más y más distancia. Al final del año, muchos de sus compañeros de entrenamientos van a competir a ese mismo ‘Western Hemisphere marathon’ de Culver City en el que años después se estrenará 'Miki' Gorman y que también será el escenario para el debut de Cheryl en los 42 kilómetros y 195 metros. Un estreno que se salda con victoria pese a que, sin experiencia previa en una prueba de esas características, no calcula bien los ritmos, empieza demasiado fuerte y acusa el esfuerzo en la parte final, teniendo incluso que hacer algún trecho caminando. Aun así, es la primera mujer en la meta, con un tiempo de 3:14.45.

Entrevista a Cheryl Bridges sobre su carrera deportiva

El triunfo y, sobre todo, el convencimiento de que con una adecuada estrategia y una preparación específica, puede bajar de forma notable esa marca, la anima a dar el paso de buscar un entrenador para maratón. Contacta por carta con Bill Dellinger, compañero del mítico Bowerman en la Universidad de Oregon, y consigue convencerlo para que guíe sus entrenamientos desde la distancia. Y los resultados no tardan en llegar, se clasifica tercera en el nacional de cross y cierra la temporada de nuevo en la maratón de Culver City, dónde pone en práctica tanto la experiencia del año pasado cómo lo aprendido y entrenado con Dellinger. Empieza con un ritmo más tranquilo pero logra mantenerlo prácticamente constante hasta el final, sin más contratiempo que tener que adelantar a un energúmeno, que no ve con buenos ojos eso de ser rebasado por una mujer y trata de obstaculizar su paso hasta que otros competidores le hacen deponer su lamentable actitud y Cheryl tiene vía libre para dejarlo enseguida atrás. Poco después, cruza la meta siendo de nuevo la primera mujer, pero esta vez con un tiempo mucho mejor que el conseguido doce meses antes. De hecho, no sólo es mejor que su anterior marca… ¡si no que es el crono más rápido jamás conseguido por una mujer en ninguna maratón en todo el mundo! Es más, su 2h49’40 es la primera maratón completado por una mujer en menos de dos horas y cincuenta minutos.

Todo un hito que pasa algo desapercibido porque la atención mediática a las pruebas de maratón era escasa entonces, y más aun en el caso de las mujeres, para las que sigue siendo considerada una distancia nada apropiada. De hecho, al año siguiente, en los Juegos Olímpicos de Munich, la carrera más larga del programa femenino es la de los 1500 metros. Así que Cheryl, que soñaba con una medalla olímpica, tiene que conformarse con ver por televisión el triunfo en la carrera masculina de su compatriota Frank Shorter, pensando que ella también podría haber conseguido el oro en maratón de haber tenido ocasión de intentarlo. Pero tendrán que pasar doce años (hasta Los Ángeles 1984) para que, por fin, las mujeres también puedan ser olímpicas en la distancia de las distancias. Y ese primer oro olímpico, que tal vez hubiese logrado Cheryl en Munich, lo conseguirá otra estadounidense, Joan Benoit, cuando la alta corredora de Indiana ya hace tiempo que se ha retirado y se dedica a compatibilizar su negocio relacionado con el equipamiento para corredoras con el cuidado de la pequeña Shalane, nacida apenas un año antes.

Cheryl Bridges comenta los éxitos de su hija, Shalane Flanagan

Así que finalmente será su hija la que acabará completando el sueño olímpico de su madre, ya que Shalane será tercera en los 10000 de los Juegos de Pekín, consiguiendo una medalla de bronce que, años después, pasará a ser de plata al ser descalificada por doping la segunda clasificada. Y con Shalane convertida en atleta profesional, se cierra un curioso círculo que relaciona aún más a Cheryl con ‘Miki’ Gorman, ya que esta última, cuando logró su record mundial de maratón en Culver City, se lo arrebató precisamente a su ídolo, Cheryl, en la misma carrera dónde esta lo había conseguido. Y, cuarenta años después del segundo triunfo de ‘Miki’ en Nueva York, es Shalane quien la releva en el honor de ser la última estadounidense que llega la primera a la meta de Central Park.

Cuatro décadas en las que las mujeres han avanzado a la primera línea del mundo del running, hasta el punto de tener su propia carrera de élite en Nueva York con toda la atención mediática que ello conlleva, inimaginable cuando la madre de Shalane empezaba a correr poco menos que a escondidas a finales de los 60 o tenía que esquivar algún que otro machista en plena carrera a principios de los 70. Ella, las que la precedieron y las que siguieron su camino, cómo ‘Miki’, capaz de ganar una maratón de Nueva York con más de 40 años de edad y tras tener una niña, lo tuvieron mucho más difícil pero no por ello dejaron de pelear por sus sueños hasta acabar haciéndolos realidad. Qué, además, sus hijas también cumpliesen los suyos (y algunos que les quedaron pendientes a sus progenitoras) es todo un premio extra para aquellas pioneras que, primero, demostraron al mundo que correr maratones no era ‘cosa de hombres’ y, después, que no era en absoluto incompatible ser mujer, madre y atleta.

MÁS INFORMACIÓN:

THE FIRST FIVE-BOROUGH NEW YORK CITY MARATHON - Artículo de George A. Hirsch sobre la maratón de Nueva York del 1976 publicado el 2 de Noviembre del 2016

THE 35 GREATEST AMERICAN FEMALE MARATHONERS OF ALL TIME - Artículo de la revista women's running sobre las mejores maratonianas de la historia

MIKI GORMAN STARTED JOGGING IN 1969; NOW, AT 42, SHE IS ONE OF THE WORLD'S BEST MARATHONERS - Artículo de Barbara Wilkins sobre Miki Gorman publicado el 7 de noviembre de 1977 en la revista People

MIKI GORMAN — MAY, 2014 – entrevista a Miki Gorman

MIKI GORMAN. AHEAD OF HER TIME – artículo sobre Miki Gorman en el Hall of Fame del New York Road Runners Club

CHERYL BRIDGES, A HISTORICAL FIGURE – artículo de Kamal Jabbour sobre Cheryl Bridges publicado el 8 de febrero de 1999 en The Post-Standard

INTERVIEW: CHERYL TREWORGY - entrevista a Cheryl Bridges en la web 'Fast Women'

FIRST LADIES OF RUNNING - Libro de Amby Burfoot con prólogo de Shalane Flanagan y capítulos dedicados a Cheryl Bridge y Shalane Flanagan

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