LA PRIMERA MARATÓN OLÍMPICA FEMENINA

El injusto ‘San Benito’ de ‘sexo débil’ ha perseguido a las mujeres durante siglos en muchos ámbitos de la vida. El deporte, en general, y el atletismo en particular, no ha sido una excepción, relegando a las féminas a papeles secundarios hasta hace relativamente poco tiempo. Fuese por puro machismo, por afán de proteccionismo, más o menos bien intencionado, o por simple ignorancia, el hecho es que durante un buen número de años se consideró que la práctica deportiva no era adecuada para las mujeres.

Y aunque ya en los segundos Juegos Olímpicos de la Era Moderna, los de Paris en 1900, hubo competiciones con participación femenina, la incorporación de la mujer a un buen número de disciplinas y especialidades se fue demorando en el tiempo de forma notable. En el caso del atletismo, no se produjo hasta los Juegos de Ámsterdam, en 1928. Y entre las pruebas del programa femenino la más larga era la de los 800 metros, cuyo controvertido desarrollo, con crónicas de la época hablando (de forma exagerada) del penoso espectáculo de ver a varias de las finalistas totalmente exhaustas, llevó a los muy conservadores miembros del Comité Olímpico Internacional de la época a considerar que las mujeres no tenían resistencia ni capacidad física suficiente para competir en carreras que superasen los 200 metros sin que su salud se viese en serio peligro. Un mito que costó desterrar ya que, aunque poco a poco la distancia de las pruebas de atletismo olímpico femenino fue aumentando (reinstaurándose los 800 en Roma 1960), hasta los Juegos de Moscú, en 1980, la carrera más larga para las mujeres era aun la clásica prueba del medio fondo, los 1500.

Finalmente, en Los Ángeles 1984, las mujeres iban a romper otro de esos ‘techos de cristal’ contra los que repetidamente se van golpeando hasta hacerlos añicos y que, en el caso del atletismo, era la imposibilidad de optar a las medallas Olímpicas en pruebas de mayores distancias. El programa de la cita californiana incluía las dos carreras más largas nunca permitidas en unos Juegos para las atletas: los 3000 metros y la legendaria maratón con sus abrumadores 42,195 kilómetros. Una distancia en la que las mujeres, tras pelearlo durante muchos años, se habían conseguido hacer admitir a finales de los sesenta y que, en los dos años anteriores del retorno olímpico a la meca del cine, ya se había estrenado para ellas en los Campeonatos de Europa y del Mundo.

RETRANSMISIÓN COMPLETA DE LA CARRERA TAL Y COMO LA EMITIÓ LA ABC EN 1984:

Precisamente las ganadoras en ambas competiciones y, por tanto, primeras campeona europea y mundial de la distancia, la portuguesa Rosa Mota y la noruega Grete Waitz, formaban parte del plantel de cincuenta atletas, en representación de veintiocho países diferentes, que iban a tomar la salida de la primera maratón olímpica femenina. La resistente corredora lusa, la espigada atleta escandinava y su compatriota Ingrid Christiansen, vencedora en las maratones de Houston y Londres en los meses previos a los Juegos, partían como las principales amenazas para la poseedora de la mejor marca mundial, la estadounidense Joan Benoit, que encabezaba el trío de atletas más aplaudido por la afición local, las que lucían las letras USA en sus camisetas de color gris perla y, desfilando orgullosas tras la bandera de las barras y las estrellas, cerraban la marcha en la ceremonia de presentación de participantes con la que se celebró la efemérides que suponía la carrera.

En todo caso, para la diminuta atleta norteamericana, de menos de 1.60m de estatura y poco más de 45 kilos de peso, el mayor rival no eran las demás competidoras sino su propio cuerpo. Apenas tres meses antes había sufrido una importante lesión de rodilla cuando se preparaba para los siempre exigentes ‘trials’ en los que se decidía la selección de los Estados Unidos. Y aunque los superaba pese a tener que correrlos dos semanas después de someterse a una artroscopia, no llegaba a la gran cita olímpica con la preparación ideal.

De ello eran conscientes también sus rivales, por lo que apenas si se inmutaron cuando, tras apenas quince minutos de carrera, Benoit decidió abandonar el hasta entonces compacto grupo y marcharse en solitario. Faltaban más de 35 kilómetros, el calor iba a apretar de firme a medida que se acercase la parte decisiva de la prueba y las perseguidoras, con la noruega Waitz como principal referencia, confiaban en que, tarde o temprano, acabarían con la tempranera escapada de la atrevida norteamericana que, para ganar distancia decidió, incluso, no perder ni un segundo recogiendo agua en el primer puesto de avituallamiento liquido, otro factor que hacía pensar en lo insensato de su fuga.

Sin embargo, Benoit no estaba haciendo ninguna locura. Es más, tenía muy claro a que ritmo podía y tenía que ir para hacer ‘su carrera’. Su ataque se había producido pura y simplemente porque el arranque de la prueba estaba resultando demasiado lento para el plan que ella tenía previsto y del que no quería apartarse en ningún momento. Así que a medida que pasaban los kilómetros su ventaja no solo se reducía, como esperaban sus rivales, sino que iba cada vez más en aumento. De los treinta segundos que llevaba al paso por los diez kilómetros a más de un minuto a mitad de carrera y a dos cuando superaba los 30 kilómetros y el sol ya achicharraba el asfalto del recorrido entre el estadio de la universidad de Santa Mónica y el Coliseo de Los Ángeles. La pequeña estadounidense seguía imperturbable en la soledad de su carrera, y la imagen de su diminuto cuerpo, protegida la cabeza con una gorra blanca, se agigantaba en las anchas avenidas de las inmediaciones de Holywood. La suya iba camino de ser una hazaña digna de los mejores guiones de las películas que se filmaban en los estudios de la zona. Y, como toda película ‘holywudiense’ que se precie, merecía tener un final feliz.

Un final que, efectivamente, se producía cuando Joan Benoit aparecía, destacada y en solitario, por el arco de entrada del Coliseo. ‘Cuando lo cruzaba supe que mi vida iba a cambiar’, dijo después la atleta que estaba ya a apenas cuatrocientos metros de convertirse en la primera mujer que lograba el oro olímpico en la más olímpica de las pruebas, la legendaria maratón. Los espectadores que llenaban las tribunas totalmente abarrotadas la recibieron con una atronadora ovación que la acompañó mientras completaba una vuelta absolutamente triunfal, a mitad de la cual ya se permitió, por fin, relajarse algo, para quitarse la gorra y saludar con ella al enfervorizado público mientras cubría los últimos metros antes de cruzar la meta, brazos en alto, abiertos al azul del cielo californiano.

Prácticamente a la vez, entraba en el estadio Grete Waitz, que completaba la prueba alrededor de minuto y medio después para conseguir la medalla de plata. La noruega había conseguido recortar algo la diferencia en la parte final de la carrera, pero su reacción era tardía, Benoit no había desfallecido como ella esperaba y alcanzarla resultaba imposible. A continuación, en la tercera plaza, llegaba Rosa Mota, que había superado en los kilómetros finales la otra noruega, Ingrid Kristiansen.

La portuguesa completaba un podio extraordinario que hacía honor a la primera maratón femenina: en lo más alto, con la medalla de oro colgando de su cuello, la poseedora de la mejor marca mundial, Joan Benoit, a su derecha, recompensada con la medalla de plata, la campeona del mundo, Grete Wait, y a su izquierda, saboreando un bronce que convertiría en oro cuatro años después, la campeona de Europa, Rosa Mota. Tres mitos de la maratón femenina que ya eran grandes antes de aquella histórica carrera y que contribuyeron a hacerla aun más relevante con su actuación.

Una relevancia a la que también aportaron su granito de arena otras dos atletas que alcanzaron la meta minutos después de que las tres primeras estuviesen ya celebrando su éxito. En el puesto once la cruzó una veterana británica, Joyce Smith, toda una estrella del mediofondo mundial a principios de los años 70, que a mediados de los ochenta seguía en activo en las pruebas de larga distancia. A sus 46 años, Joyce terminó la primera maratón olímpica femenina y se convirtió en la atleta de más edad en competir en unos Juegos Olímpicos, una 'marca' que nadie ha batido desde entonces.

Y cerca de la británica durante buena parte de la prueba había estado una joven suiza, Gabriela Andersen-Schiess, que en los kilómetros finales empezó a sentir los efectos del calor y la deshidratación pero estaba resuelta a alcanzar la llegada. Su entrada en el estadio, con paso lento y tambaleante, trajo enseguida a la memoria de todos las dramáticas imágenes en blanco y negro de Dorando Pietro en los metros finales de la maratón olímpica de Londres en 1908. Entonces, el italiano había sido ayudado por los médicos y jueces, lo que acabó causando su descalificación. Una situación que no se iba a repetir, Gabriela, aun sin apenas poder tenerse en pie, siguió sin que nadie la tocase, adelante bajo la atenta mirada de los asistentes y, pese a que parecía que en cualquier momento se iba a desplomar, se mantuvo a duras penas en pie hasta traspasar la ansiada línea de meta, tras la cual ya cayó sobre el tartán sin un gramo más de fuerza en su delgado cuerpo.

Su demostración de pundonor, sin embargo, no sólo no resultó negativa para la recién estrenada maratón femenina olímpica, como los más agoreros empezaron entonces a predecir. Al contrario, el empeño de la suiza por alcanzar el soñado objetivo de cualquier maratoniano, completar los infernales 42,195 kilómetros, no hizo sino ser una prueba más, si es que aun hacia falta alguna otra, de que las mujeres estaban tan capacitadas como los hombres para superar la distancia incluso en las condiciones más difíciles, y hacerlo, además, con la misma capacidad de entrega y sacrificio vistos tantas veces antes en los atletas masculinos.

Después de todo, la primera maratón olímpica femenina había sido todo un éxito, el san Benito del ‘sexo débil’ no se les podría aplicar nunca más a las mujeres en lo que a la maratón se refiere. Y, por ello, no deja de ser hasta curiosamente apropiado que se librasen de él en una carrera que acabó ganando una atleta apellidada Benoit, nombre de origen francés que en español equivale, precisamente, al del Santo que la tradición usa para las etiquetas injustas que se aplican a según que personas en determinadas ocasiones.

MÁS INFORMACIÓN:

"Eleven Wretched Women" – qué pasó realmente en los primeros 800m olímpicos femeninos, por Roger Robinson en la web de Runners World

The fight to establish the women's race – la lucha para el establecimiento de la maratón femenina, estracto del libro 'Olympic Marathon', de Charlie Lovett

"The Games of the XXIII Olympiad: Los Angeles, 1984" – crónica de la maratón femenina de los Juegos de 1984, estracto del libro 'Olympic Marathon', de Charlie Lovetta.

LA ’84: The greatest women’s marathon ever? – artículo de Aidan Curran en su blog 'Run and Jump' sobre si la de carrera femenina de 1984 fue la mejor maratón de la historia

www.joanbenoitsamuelson.com - Web oficial de Joan Benoit

'I stopped running when I was 74. You don't pick up your feet as much' – entrevista a Joyce Smith en la que repasa su carrera, publicada en el blog sobre running de 'The Guardian'

DEJA TU COMENTARIO:

¡COMPARTE!