“¿A dónde va ese chiflado?” pensó Chris Chataway cuando vio salir, como perseguido por el diablo, a aquel ruso en los primeros metros de la final de 5000 en el Campeonato de Europa celebrado el año de 1954 en Berna. Era el primer paso por meta, quedaban aún doce vueltas completas a la pista y ese tal “¿Kuts?” no podía ir muy lejos. Mejor quedarse al lado del gran Emil Zatopek, esa si que era una jugada segura y no la loca apuesta del atleta de la Unión Soviética.
Emil Zatopek era el gran favorito en la final de 5000 del europeo del 1954
Así que, aunque pasaban un par de vueltas y la diferencia de Vladimir Kuts sobre el resto del grupo no hacía sino aumentar, el joven británico no se preocupaba en exceso. Si alguien tan experto como Zatopek se mantenía tranquilo no iba a ser él quien perdiera los nervios. “Ya tomará la iniciativa cuando considere oportuno, y entonces ahí estaré yo para seguirle” debía ser lo que se pasaba por la cabeza del atleta nacido 23 años antes en el lujoso barrio londinense de Chelsea. Y, en efecto, en el cuarto giro el veterano campeón checo decidía que ya estaba bien de esperar y pasaba a liderar el grupo perseguidor. Enseguida, el margen de Kuts, que había llegado a ser de unos veinte metros, empezaba a disminuir. Era cuestión de (poco) tiempo que lo alcanzaran, reduciendo a una absurda chiquillada su intento de sorprender al mejor fondista de la época.
Pero no, ni por esas. El rubio atleta vestido de rojo se daba cuenta de la reacción que se producía detrás de él. Y no sólo no cedía más terreno sino que aumentaba su ritmo y hacía crecer la ventaja cada vez más. Parecía imposible pero estaba ocurriendo. A base de completar los tres primeros kilómetros en menos de 8:25 y el cuarto en poco más de 2:50, el sorprendente Kuts encaraba el último mil a ritmo de record mundial y con toda la recta principal de ventaja. Para Chataway, quedarse con Zatopek no había sido tan buena idea después de todo. Era el único que resistía el ritmo del checo, pero al ruso (ucraniano en realidad) no iba a haber modo de echarle el guante. Apenas tres minutos más tarde, Kuts cruzaba la meta destacado en primera posición. Habían pasado menos de catorce minutos desde el disparo de salida. Exactamente 13:56.6. El semidesconocido soviético era el nuevo campeón de Europa y el nuevo plusmarquista mundial. Doce segundos más tarde, Chataway superaba al fabuloso Zatopek y terminaba segundo. En lo que respecta a batir al casi imbatible checo, su plan había funcionado… pero no había sido suficiente para ganar. ¡Aquel ruso, ucraniano o lo que fuese no estaba tan loco después de todo!
Kuts cruza en primera posición la meta del 5000 en el europeo de Berna de 1954
De todas formas, no estaba mal… subcampeón de Europa, por delante de Zatopek… es más, sonaba realmente bien. Sin duda era un buen broche para una temporada de lo más intensa. En mayo, Chataway había participado en la histórica hazaña de romper la barrera de los cuatro minutos en la milla, llevando a Roger Bannister hasta el toque de campana para que su amigo rematase la faena. Poco después, había marcado también el ritmo en el nuevo record de la distancia logrado por John Landy en Turku. Y como no todo iba a ser hacer de liebre para que otros alcanzaran la gloria, en los Juegos del Imperio, celebrados en Vancouver, había vencido en la prueba de las tres millas.
El verano se estaba acabando y era momento de tomarse un respiro. Así que el campamento en Salisbury, al que le tocaba acudir unos días después para terminar de cumplir sus deberes con la patria, se convertía en un agradable relax. Acostumbrado al duro entrenamiento atlético que había llevado desde primavera, bajo las órdenes de Franz Stampfl, aquello era de lo más relajado. Y, además, la disciplina no era tan férrea como para no permitir alguna que otra escapada nocturna con los compañeros. ¡Qué demonios! Se lo había ganado de sobra. Al fin y al cabo lo del atletismo no era sino una distracción para su trabajo diario en el conglomerado de empresas Guinness. Se lo tomaba en serio, pero tampoco era algo a lo que se pudiera dedicar profesionalmente y había más cosas en la vida que correr sin parar día tras día.
Pero correr le gustaba, tanto o más que fumar o salir de noche, porque una cosa no tenía porque quitar la otra después de todo. Así que cuando, de vuelta a casa, abría una carta en la que le convocaban para una reunión atlética a celebrarse en Londres a mediados de octubre, con un equipo de atletas de Moscú como rivales de la formación de la capital, no se lo pensaba dos veces. Era todo un honor ser elegido, la competición se iba a disputar en el ‘White City Stadium’ londinense y, además, tenía una cuenta pendiente con ese 'ruso'. Lo mismo pensaba la prensa capitalina, que animaba el ambiente previo centrando su atención sobre todo en el duelo que su muchacho, Chataway, iba a mantener con el soviético Kuts en la prueba de 5000.
Y fuese por la campaña mediática, porque la ocasión de ver a los todavía algo misteriosos deportistas de la URSS en directo lo requería o, simplemente, porque la afición al atletismo en particular, y al deporte en general, es tan grande entre los londinenses como para acudir siempre en masa a presenciar todo tipo de eventos, el caso es que las gradas del viejo estadio que había visto entrar tambaleante a Dorando Pietri en los Juegos Olímpicos del 1908 estaban llenas a rebosar la noche del 13 de octubre. Una noche fría y húmeda, como lo suelen ser casi todas a la vera del Támesis en esa época del año. Pero aunque la temperatura era baja, el ambiente estaba bien caldeado por lo entusiastas espectadores, que jaleaban a los componentes del equipo de Londres en cada competición con los representantes de la lejana Moscú. Unos ánimos que, en la mayoría de las ocasiones, no eran suficientes. Los soviéticos habían traído una formación realmente potente y estaban ganando en casi todas las pruebas.
Pero quedaba la más esperada, el 5000. Bajo las luces direccionales que se habían situado en lo alto del viejo estadio, carente de iluminación, saltaban a la pista, enfocados como estrellas de cine, los cuatro participantes en la prueba. Vestidos con camiseta roja los soviéticos: el número 3 Vladimir Kuts, el 4 su compañero Okorokov. De blanco los británicos, con el 1 Chataway, con el 2 Driver. Los ojos de los cerca de cuarenta y cinco mil aficionados en las tribunas, y de los muchos cientos de miles más que seguían el ‘meeting’ atlético a través de la recién estrenada señal internacional de Eurovisión, estaban todos con el 1 y el 3. ¿Podría el pelirrojo de Chelsea con el rubio ucraniano? Era la gran duda también en la cabeza de Chataway. Eso sí, esta vez no se iba a ver sorprendido por aquel chalado que iniciaba la carrera como si el primer doscientos fuese el último. Ahora ya sabía a lo que se enfrentaba. Y estaba en casa, delante de los suyos. No podía defraudar a todos aquellos que ya coreaban su nombre desde las gradas… ‘¡Chat-a-way! ¡Chat-a-way! ¡Chat-a-way!’ ¡¡Tenía que ganar a Kuts!!
El plan era sencillo en su planteamiento, mucho más complicado en su ejecución. Se trataba, pura y simplemente, de aguantar junto al ‘ruso’ hasta el final para batirle en los últimos metros. Así que cuando Kuts partía una vez más a su estilo, disparado, Chataway se pegaba a él como una lapa, dispuesto a resistir como fuera. Evidentemente, el soviético sabía muy bien lo que el británico quería hacer, así que se proponía ponérselo más que difícil, imposible. Su ritmo pronto era más rápido que el de dos meses antes en Berna. Pero aún corriendo por debajo de sus parciales de entonces Kuts no conseguía escaparse. Tras cuatro primeras vueltas frenéticas, no sólo Chataway le marcaba de cerca, también su compañero y el otro inglés seguían ahí. Necesitaba más… y lo tenía. Empezaba entonces a lanzar poderosos cambios de ritmo cada cierto tiempo, buscando romper de ese modo la resistencia de sus tenaces rivales. Okorokov y Driver cedían al primer envite. Chataway también parecía quedarse atrás. Habían aguantado hasta cerca de mitad de carrera pero eso era todo, debía pensar Kuts cuando observaba el hueco de casi quince metros sobre su más inmediato perseguidor.
¡Pero no era todo! Aunque el inglés lo había visto negro cuando el primer tirón de Kuts le había hecho perder contacto, no se rendía. No podía rendirse, en su ciudad y con toda esa gente animándole. Fijaba su mirada en la espalda del rubio atleta de camiseta roja, cuyo dorsal se convertía en la diana a alcanzar. Reaccionaba antes de que el margen fuese imposible de recuperar y volvía a situarse justo tras el implacable líder. Empezaba entonces un mano a mano extraordinario. Cada vez que Kuts aceleraba, Chataway respondía. Con cada ataque que no cumplía su objetivo se desesperaba el ruso y se crecía el inglés. “A este tipo no hay quien lo deje atrás” debía pensar Kuts. “El loco este me quiere matar” imagino que escuchaba en su cabeza el inglés. Los dos tenían razón, Kuts trataba de destrozar a Chataway corriendo de un modo muy diferente a lo que el inglés estaba acostumbrado, clavando los tiempos por vuelta (siempre en torno a los 69-70 segundos) pero consiguiéndolo a base de 'hachazos' en lugar de a ritmo constante. Pero el corredor local estaba dispuesto a aguantar lo que fuese necesario.
Así iban pasando los metros y los minutos. Cada vez más largos unos y otros para los atletas, a causa del cansancio. Cada vez más cortos para los aficionados en las gradas y delante del televisor, tan entusiasmados ante el espectáculo como para no querer que llegara a su fin. Pero aquella tortura se tenía que acabar. Aunque para los dos atletas parecían horas, habían pasado menos de trece minutos desde el disparo inicial cuando escuchaban otro sonido muy diferente. Era el toque de campana final. Y sonaba de forma muy distinta para los dos rivales. “Sólo te queda una vuelta para dejarlo atrás… ¡y ese tío sigue ahí!”, advertía a Kuts. “¡Aguanta, que ya es la última!”, animaba a Chataway.
Ya había caído la noche cuando los dos iniciaban el último giro a la pista, corriendo juntos dentro del redondo haz luminoso del foco que los seguía desde las alturas, añadiendo dramatismo visual a su combate. El intenso círculo de luz blanca acrecentaba el contraste cromático entre los dos atletas, uno rubio vestido de rojo, otro de pelo color zanahoria y camiseta blanca. A su alrededor todo era oscuridad. En las tribunas el coro animando al ídolo local crecía en volumen ‘¡¡Chat-a-way!! ¡¡Chat-a-way!! ¡¡¡Chat-a-way!!!’. El griterío era ensordecedor. Sostenía al británico en la contrarrecta, mientras el soviético seguía empeñado en distanciarlo. Empujaba al londinense con un impulso invisible en la última curva, cuando ya apenas le quedaban fuerzas. Faltaba sólo la recta final. Nada más que cien metros. Tan poco y, sin embargo, aún tanto. Kuts seguía por delante pero Chataway no había llegado hasta tan lejos para rendirse. “¡Un último esfuerzo y es tuyo!” le decía su cabeza. “¡No nos queda aire!” era el ahogado grito de respuesta de sus pulmones. “Aún podemos acelerar un poco más” replicaban sus doloridas pero voluntariosas piernas. ¡Tenían razón! Con los ojos fijos en la cinta de llegada, la figura vestida de blanco empezaba a avanzar por la calle 2 algo más deprisa que la de rojo en la 1. Se ponía a su altura cuando apenas si quedaban diez metros y, sin reserva alguna para recorrer ni un centímetro más a esa velocidad, alcanzaba el alivio de la meta apenas dos décimas de segundo por delante de su incrédulo rival.
Chataway lo había conseguido. Kuts no había logrado distanciarle pese a lanzarle todo su potente arsenal. El resultado era, además, extraordinario. El brutal ritmo del soviético y la tenaz resistencia del británico los había llevado a batir el record mundial por cinco segundos. El nuevo plusmarquista de 5000 era Chataway con un crono de 13:51.6.
Chataway recibe el premio de personalidad deportiva del año de la BBC
“El cuarto de hora con más dolor de mi vida”, lo definiría tiempo después el agotado ganador. Un tormento seguido del éxtasis del record y con premio extra al término de aquel increíble 1954 para los corredores británicos. Unas semanas después, la BBC inauguró su elección de ‘Personalidad deportiva del año”. Y el premiado no fue Bannister, el primer hombre que alcanzó la cima del Everest del atletismo. El elegido fue el amigo que le ayudó a lograrlo y acabó la temporada batiendo el record mundial de 5000 metros en una carrera extraordinaria, Chris Chataway. Después de todo había merecido la pena volver a entrenar tras aquel par de semanas de relax en Salisbury.
1954: Chataway beats 5,000m world record - Noticia de la BBC sobre el record mundial de Chataway.
Chris Chataway, the first Sports Personality of the Year, tells BBC Sport Online's Robin Scott Elliot the story of the race that won him the award. - El 5000 del Londrés-Moscú de 1954 contado por Chataway en la web de la BBC
5,000: KUTS V. CHATAWAY - LONDON, 13 OCTOBER 1954. Great Races # 10 - Artículo sobre el 5000 del Londrés-Moscú de 1954 en la web de historia del atletismo RacingPast