La espectacular irrupción de los etíopes en el campeonato del mundo de campo a través celebrado en Madrid a principios del 1981 no fue si no el anticipo de lo que estaba por llegar. En aquella extraña carrera del hipódromo de la Zarzuela, dominada por los atletas del país africano, acabó ganando el estadounidense Virgin tras el clamoroso error de los hombres vestidos de verde, que sprintaron una vuelta antes de lo necesario pensando que ya se acababa la carrera. Aun así, Etiopía se llevó la victoria por equipos. Y el año siguiente, en otro hipódromo, el del Capanelle, en Roma, ya nadie pudo evitar el primer triunfo individual de un etíope, conseguido por Mohamed Kedir, el que más cerca había estado de ganar el año anterior tras recuperarse del increíble fallo de todo su conjunto. Doce meses más tarde le sucedió en el palmarés un compatriota, Bekele Debele. Y sus dos acompañantes en el podio, el portugués Carlos Lopes y el keniata Some Muge, eran todo un símbolo del inmediato futuro del mundial de cross. El luso logró la victoria en sus dos siguientes ediciones, las celebradas el año 1984 en Nueva Jersey, y el 1985 en, Lisboa. Y el africano fue el primer medallista de Kenia, logro en el que le siguió, en la cita de la capital portuguesa, Paul Kipkoech, acercando aun más al primer título a los cada vez más temibles atletas de raza negra procedentes de los altiplanos del nordeste de África.
Salida del mundial de cross del 1983, celebrado en Gateshead y primero en el que un atleta de Kenia subió al podio
Era cuestión de tiempo que uno de ellos triunfase en la cita más importante del cross, siguiendo la estela de los triunfos en pista que se habían iniciado, a nivel olímpico, casi una veintena de años antes, con la eclosión de los keniatas en los Juegos de México. Y, efectivamente, en el siguiente Campeonato del mundo de Campo a Través, disputado a mediados de marzo del 1986 en la localidad suiza de Neuchatel, el himno de Kenia sonó por primera vez para celebrar la victoria de uno de sus atletas. Lo que no esperaba nadie es que el ganador fuese el que probablemente resultaba más desconocido de los aun poco populares corredores del país africano, un joven que aun no había cumplido los 24 años y que se llamaba John Ngugi. Cuando aquel espigado corredor, de alrededor de uno ochenta de altura, piernas larguísimas y aspecto notablemente desgarbado, cobró ventaja al poco de iniciarse la prueba, prácticamente nadie sabía quien era. Los únicos datos que se tenían de él, aparte de su nombre de complicada pronunciación, eran que había ganado la prueba de los 1500 metros en los campeonatos del Este y el Centro de África el año anterior. Así que debía ser un mediofondista, por lo que resultaba aventurado que resistiera en cabeza hasta completar los doce kilómetros de competición sobre un terreno duro por el frío y resbaladizo por la fina lluvia que tanto contribuye al intenso verde de los paisajes suizos.
John Ngugi escapado en solitario en su primer mundial de cross, el de Neuchatel en 1986
Sin embargo, a mitad de recorrido, ya con más de seis kilómetros en sus largas piernas, el desconocido atleta vestido con la camiseta roja de Kenia no sólo seguía en cabeza si no que llevaba alrededor de doscientos metros de ventaja. Y aunque la segunda mitad de la prueba se le acabó haciendo algo larga, su ritmo empezó a decaer poco a poco pero la diferencia con sus rivales, pese a reducirse, no se recortó lo suficiente para que nadie le alcanzase. Después de algo más de treinta y cinco minutos y medio de carrera, el primero en alcanzar la cinta de llegada fue aquel chico de extraño estilo llamado John Ngugi. A su más inmediato perseguidor en los metros finales, el etíope Abebe Mekonnen, le faltaban apenas un par de segundos para echarle el guante y se tenía que conformar con la medalla de plata. El bronce era para un compatriota del ganador, Joseph Kiptum, que completaba el primer podio cien por cien africano en historia del mundial de cross. Además, otros tres compañeros suyos se clasificaban entre los ocho primeros y Kenia lograba de ese modo no sólo su primer título mundial de campo a través en la categoría individual, si no que también se imponía por equipos. Era el comienzo de un dominio que apenas si ha tenido interrupciones desde entonces. Y que, en el caso del sorprendente ganador, se iba a extender a las tres siguientes ediciones, haciendo su difícil nombre y su extraña figura cada vez más familiares.
Eso sí, la trayectoria de Ngugi no iba a ser fácil ni estar exenta de problemas y de carreras tan inexplicables cómo su forma de correr. Un estilo nada ortodoxo que pronto resultaría inconfundible para los aficionados y desesperante para sus rivales, incapaces de entender cómo era capaz de desplazarse a tal velocidad de esa forma, inclinado hacia delante, medio torcido el tronco, con el tirante de la camiseta cayéndose del hombro izquierdo mientras apenas movía el brazo de ese lado para acompañar el movimiento del otro y acompasarlo con su larga zancada, que ejecutaba sin esfuerzo aparente, cómo si flotase sobre los pesados terrenos llenos de barro en los que ellos se hundían.
Ngugi era eso que los anglosajones llaman un ‘natural’. El típico deportista de talento innato que es capaz de triunfar pese a no dominar la técnica. En su caso esas dotes para correr se habían desarrollado desde bien pequeño en el distrito de Nandi, uno de los epicentros del fenómeno ‘runner’ en Kenia, antes siquiera de que tal palabra se empezase a usar por aquellas latitudes. Allí se había trasladado su modesta familia de campesinos cuando el pequeño John apenas contaba tres años de edad. Y cubriendo todos los días su buena veintena de kilómetros a pie, para ir y venir del colegio, empezó a aficionarse a correr aquel crío delgaducho y alto de la tribu de los Kikuyu. Pocos años después, ya adolescente, seguía cubriendo largas distancias corriendo y caminando, mientras trabajaba de repartidor de leche, cuyo peso también contribuía a mejorar sus cada vez mayores capacidades físicas. En esa época, el joven Ngugi miraba con fascinación a los soldados que veía entrenarse con sus uniformes. Quería ser uno de ellos, y al cumplir los 20 años entraba en el ejército cómo mecánico. Empezaba entonces a practicar el atletismo, aunque sus entrenadores no tenían nada claro que aquel chico, que caminaba con los pies hacia fuera, pudiese llegar muy lejos. Cuando corría, su estilo era aun peor, con un movimiento que dejaba totalmente desmadejado su delgado cuerpo. Pero el cronómetro no se fija en esos detalles, sus tiempos mejoraban con rapidez y las victorias empezaban a llegar, hasta lograr la ya comentada del 1500 en los campeonatos del este y centro de África del 85, que fue el preludió de su descubrimiento a nivel internacional en el campeonato del mundo de campo a través del 86.
Ese triunfo en su debut al más alto nivel parecía ser flor de un día cuando en el campeonato de Kenia del año siguiente, dónde se elegía a los representantes del país africano para el mundial, Ngugi terminaba en una retrasadísima septuagésimo séptima posición. Con tan nefasto resultado se iba a quedar fuera del equipo. Pero el vigente campeón del mundo tenía una buena justificación para tal debacle; estaba aun muy reciente una operación en una rodilla, que se había lesionado al finalizar la anterior campaña, y no había querido forzar para estar en perfectas condiciones cuando más importaba, a finales de marzo, fecha de la cita del cross mundial en Varsovia. El responsable de la selección de Kenia confiaba en que así fuera y, desoyendo las quejas de varios de sus compañeros de equipo y sus respectivos preparadores, Ngugi era incluido en la formación nacional pese a no haberse ganado el puesto en la prueba de clasificación.
Ngugi y su compatriota Paul Kipkoech en acción en el mundial del 87 celebrado en Varsovia
La carrera de Polonia se convertía así en una prueba que Ngugi afrontaba con la doble motivación de demostrar su valía no sólo ante el mundo, aun dudoso de su verdadero potencial, si no, sobre todo, frente a sus compatriotas. Y ni a unos ni a otros les quedaban más dudas cuando se completaban los algo más de doce kilómetros de la carrera, disputada con temperaturas muy bajas y suelo húmedo y embarrado. Prácticamente desde el principio, la lucha por la victoria quedaba reducida a un mano a mano entre John Ngugi y su compatriota Paul Kipkoech. Los dos se distanciaban del resto y llegaban juntos al sprint final, en el que, pese a estar a punto de equivocarse de recorrido, se imponía el vigente campeón aunque ambos cruzaban la meta con el mismo tiempo. Lo de Neuchatel no había sido flor de un día y lo del campeonato de Kenia no tenía importancia. Ngugi tenía razón y ya era bicampeón mundial de campo a través.
Animado por sus éxitos en el cross, ese verano tomaba parte en la prueba de los 5000 metros del mundial de pista al aire libre en Roma. Y lo hacía a su estilo, sorprendiendo a todos con su poco ortodoxa forma de plantear las carreras. Ganaba su semifinal estableciendo un nuevo record de los campeonatos y en la final, viendo que el ritmo inicial era lento, se ponía a tirar en cabeza al paso por el primer kilómetro. Y pese a que no se distanciaba de sus rivales, muchos de ellos famosos por su rápido final, seguía así hasta el toque de campana, liderando un compacto grupo que en los últimos cuatrocientos metros lo rebasaba poco menos que en tromba para relegarlo a una anónima duodécima posición. La derrota era dolorosa pero la lección estaba aprendida, en pista las cosas eran diferentes.
De vuelta al campo a través para el inicio del año olímpico, en 1988, el mundial se celebraba en la lejana Nueva Zelanda. El escenario era el hipódromo de Ellerslie, en Auckland. Y sobre su cuidada hierba lucía el sol en un día de finales de marzo, con temperatura agradable y condiciones ideales para correr. Ngugi las aprovechaba y las disfrutaba más que nadie, logrando su tercer título consecutivo de Campeón del Mundo con un amplio margen de más de 20 segundos sobre su gran rival del año anterior, Kipkoech. Otros dos compatriotas de ambos, Koskei y Merande, completaban el cuarteto de Kenia en cabeza de la clasificación final, certificándose el absoluto dominio de sus atletas con ocho keniatas entre los nueve mejores.
Unos meses después, en Seul, Ngugi se cobraba la venganza de la derrota sobre el tartán de Roma el verano anterior. En los Juegos Olímpicos celebrados en la capital coreana, se enfrentaba de nuevo a los mejores especialistas del 5000 en pista. Uno de ellos, el portugués Domingos Castro, le provocaba antes del inicio de la prueba diciéndole algo así cómo ‘esto no es cross’, para recordarle que estaba fuera de su elemento. Y tal parecía que así era cuando Ngugi completaba el primer ochocientos el último y hasta algo descolgado del resto de finalistas. Pero entonces alargaba su ya de por sí extensa zancada, cambiaba el ritmo y en apenas cien metros los alcanzaba, los rebasaba a todos corriendo por la calle 2 y se iba sólo en cabeza tras completar el tercer cuatrocientos de la prueba en apenas 57 segundos. Un ritmo imposible de seguir para sus rivales. El africano había aprendido de su error en la carrera del mundial del año anterior y no iba a ponérselo fácil a los corredores de final más rápido. Aunque su ventaja se reducía en los últimos giros, empezaba la última vuelta todavía con un claro margen y mantenía una diferencia más que suficiente para llegar sólo a la línea de meta y disfrutar de la victoria saludando brazo en alto. El tricampeón del mundo de campo a través ya era también campeón olímpico en pista. ¡Ngugi no sólo ganaba en cross!
A principio de la siguiente temporada, en marzo del 89, su terreno de conquista volvía a ser la hierba, la tierra y el barro. Más de lo último que de lo primero, pese a que el Campeonato del Mundo de Campo a Través del 1989 se celebraba en el campo de golf de Stavanger, en Noruega. La lluvia se había encargado en convertir los greens y las calles de cuidado cesped en un auténtico lodazal, especialmente para la prueba absoluta masculina, la última del programa, que se disputaba sobre un terreno ya totalmente machacado por las dos carreras junior y la competición femenina. En algunas zonas, aquello más que un campo de golf parecía un campo de minas o una zona de trincheras de la primera guerra mundial. Pero nada cambiaba para Ngugi, que aplicaba la misma táctica, si se puede llamar así a su siempre anárquica forma de correr, empleada sobre el suelo sintético de la capital coreana. Salía de los últimos y, de repente, los pasaba a todos con esa insultante facilidad que desmoralizaba a sus rivales, se ponía en cabeza y empezaba a destacarse por delante del grupo. A los cinco kilómetros llevaba doce segundos de margen, pese a ir corriendo poco menos que en zigzag y hasta dando saltos para esquivar los peores charcos y buscar el terreno más firme entre el barrizal. Y la ventaja no cesaba de aumentar hasta completar el recorrido de algo más de doce mil metros. En la meta, Ngugi cruzaba el primero con casi medio minuto de ventaja sobre el británico Tim Hutchings, que se había entrenado en Kenia y se daba por muy contento con terminar segundo tras el imbatible keniata, ganador con la mayor ventaja nunca antes conseguida en un mundial de cross y primer hombre en lograr el cuarto título consecutivo de la especialidad.
Después de completar el poker de mundiales de cross, el repoker se haría esperar. El año siguiente de su rotundo triunfo en Noruega empezó para Ngugi en un lugar dónde ya había triunfado antes, Auckland, pero en escenario totalmente diferente. De la hierba del hipódromo en el que había ganado su tercer campeonato de campo a través paso al tartán del ‘Mount Smart Stadium’, sede de los vigésimo cuartos Juegos de la Commonwealth, para competir en la prueba de los 5000 metros. Una carrera que reunió en apenas trece y minutos y medio todo lo bueno y malo que le puede pasar a un atleta en competición. Empezó fatal para el keniata, con una caída en los instantes iniciales que le dejó descolgado del grupo, del que le separaban alrededor de 35 metros cuando se levantó para reemprender la marcha. Continuó con una auténtica exhibición de poder y fuerza, enjugando la diferencia, adelantando a todos los rivales y dejándolos atrás al estilo de su triunfo olímpico en Seul. Y concluyó con una agónica última vuelta, en la que su ventaja de casi cuarenta metros se disolvió cómo nieve al sol para acabar siendo alcanzado y rebasado sobre la misma línea de llegada por el australiano Andrew Lloyd, que se adjudicó la victoria por el exiguo margen de ocho centésimas de segundo.
Una derrota dolorosa en lo moral, a la que siguió el dolor físico de las lesiones. Apenas mes y medio después se disputaba en la localidad francesa de Aix les Bains el mundial de cross del 1990. Ngugi no llegaba en buenas condiciones y no iba a tener opción alguna de defender el título. Empezaba retrasado pero esta vez no remontaba y concluía en una anónima vigésima plaza, muy lejos del marroquí Khalid Skah, que se imponía por delante de dos compatriotas del derrotado campeón, Moses Tanui y Julius Korir. Al año siguiente, en Amberes, la historia poco menos que se repetía. Ngugi corría lesionado y esta vez no podía siquiera terminar, mientras Skah hacía honor al significado de su nombre, Khalid, ‘él que se va sólo’, y le dejaba pronto atrás para lograr su segundo título consecutivo, de nuevo por delante de dos atletas de Kenia, Tanui, que mejoraba en una posición su resultado del año anterior, y Simon Karori. Aun así, pese a no conseguir Ngugi ni sus compatriotas la victoria individual en estos dos años, Kenia se imponía en ambas ocasiones por escuadras, elevando a seis consecutivos sus triunfos en la clasificación por países.
Una racha que se acabaría extendiendo hasta dieciocho victorias seguidas, con máxima contribución de Ngugi en la siguiente, la séptima. Cuando nadie pensaba que el ya veterano campeón pudiese volver a ganar, machacado por las lesiones, con casi treinta años y muchos kilómetros en sus largas, delgadas y castigadas piernas, el atleta más impredecible de todos volvía a sorprender. Y lo hacía en el escenario menos apropiado para un africano acostumbrado al calor. El mundial de cross del 1992 se celebraba el 21 de marzo en el Franklin Park de Boston, con temperaturas apenas por encima del cero y nieve abundante cubriendo un trazado durísimo, lleno de subidas y bajadas. Pero ni el frío ni la nieve ni las cuestas eran obstáculo alguno para Ngugi, que mostraba de nuevo su mejor versión, corriendo en cabeza sin que nadie pudiese seguir su ritmo.
Ngugi logró sobre la nieve en Boston su quinto y último mundial de cross en el año 1992
El corredor de extraño estilo avanzaba de nuevo imparable con esa peculiar forma suya de correr, el cuerpo echado hacia delante, los hombros desalineados, el brazo izquierdo colgando, la ropa medio descolocada. Su larga zancada parecía aun más larga con el contraste de su oscura piel sobre el manto blanco que cubría el recorrido y le llevaba a la meta en primera posición para conseguir su quinto título de Campeón del Mundo de Campo a Través, por delante de su joven compatriota Mutwol, del etíope Bayissa y del hombre que había osado destronarle los dos años anteriores, el marroquí Skah, que se tenía que conformar con la cuarta plaza. El rey del cross había vuelto para la que sería su última exhibición.
Meses más tarde, Ngugi no se presentaba a un control antidoping en invierno y era suspendido por cuatro años. El atleta alegaba su absoluto desconocimiento del tema y, tras un buen número de reclamaciones, alegaciones y discusiones, la IAAF le daba la razón y levantaba la sanción por las circunstancias excepcionales que, al parecer, habían concurrido en el caso, culpando a la federación de Kenia por no informar adecuadamente a sus atletas sobre los procedimientos a seguir. Pero todo el proceso se había dilatado casi tres años y le costaba al keniata no sólo una buena cantidad del dinero ganado en las carreras si no, además, mucho esfuerzo mental y físico. Su preparación se resentía y el tiempo iba ya cobrando factura en su cuerpo. Finalmente reaparecía a principios del 1996, ya con casi 34 años de edad, en el Cross internacional de Ciudad del Cabo. Pero estaba fuera de forma tras casi tres temporadas sin competir, no rendía y decidía retirarse de las carreras.
Pese a que el final de su trayectoria deportiva no era el que hubiese deseado, los logros de Ngugi siguen siendo extraordinarios. Su paso por el atletismo mundial supuso el inicio del poco menos que ininterrumpido dominio de los keniatas en las pruebas de cross. Y aunque después él ha habido otros muchos y buenos corredores africanos que han destacado en los mundiales de campo a través, con dos de ellos superando incluso su palmarés (Paul Tergat logro también cinco títulos, pero consecutivos, y el fabuloso etíope Kenemisa Bekele igualó tal hazaña para añadir un sexto entorchado dos años después de conseguir el quinto), la larga figura de Ngugi emergiendo en solitario sobre la hierba, el barro o la nieve, es una de las imágenes más emblemáticas de la especialidad que se disputa fuera de las pistas.
A KENYAN XC LEGEND – JOHN NGUGI - reportaje sobre John Ngugi en la web oficial de la IAAF
JOHN NGUGI — JULY, 2014 - entrevista a John Ngugi de Gary Cohen