Daniel Ceán-Bermúdez
@daniel_cean

El genial Javier del Arco tituló ‘Dicen que ganó Peter Revson’ su crónica del Gran Premio de Canadá de automovilismo del 1973, publicada en la inolvidable revista ‘Fórmula’. Una carrera de confuso desarrollo a causa de la lluvia y, sobre todo, de la utilización del ‘safety car’ por primera vez en la máxima categoría del deporte del motor. La irrupción del coche de seguridad en plena competición, para neutralizarla durante unas vueltas a causa de un accidente, provocó un auténtico lío que terminó sin que participantes, público, prensa y hasta los propios cronometradores supiesen muy bien cual era el orden real de los monoplazas en la pista. Finalmente fue declarado ganador el McLaren M23 decorado con los colores de Yardley pilotado por Revson, aunque no todo el mundo estaba seguro de si había sido el rico heredero estadounidense, el segundo clasificado, Emerson Fittipaldi, con el fantástico Lotus 72 negro y oro de John Player, o incluso el sexto en la tabla, Howden Ganley, al volante del poco competitivo Iso Marlboro de Frank Williams, quien había completado más distancia en menos tiempo.

Imágenes del Gran Premio de Canadá de Fórmula 1 del 1973

Cuarenta y cinco años después, me permito el atrevimiento de tomar prestada la idea del título escrito por el maestro de la prensa del motor en España, para aplicarlo a otra competición de características muy diferentes pero similar en cuanto a lo confuso de su desarrollo y controvertido de su resultado: la maratón olímpica de París en el año 1900.

De por sí, todos aquellos Juegos Olímpicos fueron confusos, al estar incluidos cómo una actividad más en el programa de la Exposición Universal que celebraba el inicio del siglo XX. Era el segundo evento de ese tipo albergado por la capital de Francia, once años después del primero, para el que se había erigido, no sin notable controversia, la ahora mundialmente famosa torre de acero diseñada por Gustav Eiffel. Una década más tarde, la moderna construcción ya se estaba consolidando cómo el icono de la Ciudad de Luz, y a su alrededor se volvieron a reunir las delegaciones de un buen número de países. La atención de los visitantes se repartía entre la espectacularidad de los pabellones presentados por las diferentes naciones y las innovaciones tecnológicas mostradas en ellos. Y cómo atracción adicional se disputaron una serie de competiciones deportivas, con el objetivo de consolidar el recién nacido movimiento olímpico ideado por el Barón Pierre De Coubertin y que había celebrado cuatro años antes, en Atenas, los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna. Un nombre que no se aplicó en la que ahora se considera a todos efectos cómo segunda edición, ya que los de París 1900 se conocieron entonces cómo ‘Concurso internacional de ejercicios físicos y deportivos’. Unas competiciones que se celebraron siguiendo un calendario muy disperso, que se extendió a lo largo de cinco meses, de mayo a octubre, y que incluyó especialidades de lo más variopinto, algunas tan curiosas vistas desde la perspectiva actual cómo el ‘tira y afloja’ que enfrentaba a dos equipos tirando de los extremos opuestos de una cuerda.

En el programa de las competiciones atléticas, celebradas a mediados de julio, se incluyó la de maratón que tanta expectación había despertado en Atenas. De hecho, en los años posteriores a la prueba que coronó al griego Spiridon Louis cómo directo heredero de la tradición helena, que se remontaba a la legendaria gesta del soldado Filípides, se disputaron en todo el mundo un buen número de pruebas de longitud similar, en torno a los 40 kilómetros. Las carreras de larga distancia empezaron a tener especial aceptación en Norteamérica y Gran Bretaña, y también gozaban de creciente popularidad en Francia y en los países nórdicos. Esas eran las procedencias de la mayoría de los menos de veinte participantes que finalmente tomaron la salida. Su cifra fluctúa entre trece y diecisiete, en un primer dato confuso de una carrera que estuvo llena de ellos y que resultan poco menos que imposibles de aclarar más de un siglo después.

Todos ellos se enfrentaban a una primera dificultad marcada tanto por la fecha de celebración de la prueba, en pleno julio, cómo por la hora de salida, a las dos y media del mediodía: el intenso calor. A esas horas de aquel 19 de julio en París, el sol brillaba con fuerza sobre la capital francesa y el mercurio de los termómetros se empeñaba en dejar atrás la marca de los 35º y acercarse a la de los 40º. Unas condiciones climatológicas durísimas que iban a hacer tantos o más estragos que el duro recorrido de algo más de 40 kilómetros sobre el que se iba a disputar la carrera. Un trazado que tenía su inicio y su fin en la pista de hierba del Racing Club de París, en pleno ‘Bois de Boulogne’, que era la sede de las pruebas de atletismo. Los participantes tenían que dar cuatro vueltas a su óvalo de 500 metros y piso irregular antes de abandonarla para atravesar el pulmón verde parisino hasta alcanzar la ‘Porte de Passy’. Ahí comenzaba el largo giro alrededor de la ciudad, recorriendo en sentido horario el contorno de las antiguas murallas que la protegían de las invasiones en siglos anteriores. Un trazado que en la actualidad ocupa el ‘Periferique’, la ronda de denso y vertiginoso tráfico que rodea el corazón de París.

En las puertas de la antigua fortificación estaba previsto establecer unos puntos de paso para asegurarse de que los atletas seguían el recorrido correcto. Pero esa sería la única medida de la organización para controlar la carrera. Entre puerta y puerta no había señalización alguna más que la propia y todavía escasa de la red viaria, que, además, estaba abierta al tráfico para complicar aun más las cosas a los sufridos maratonianos que se habían atrevido con el desafío. Un reto decididamente colosal: correr 40 kilómetros a casi cuarenta grados, sobre piso irregular en el que se alternaban la hierba, la tierra, el asfalto roto y los adoquines, sin apenas indicaciones de por dónde tenían que ir, mezclados entre los primeros automóviles a motor, los carruajes, los ciclistas, los transeúntes y hasta el ganado que campaba a sus anchas en la zona de la Porte de la Villete, en cuyas inmediaciones estaba el matadero municipal.

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Los corredores se mezclan con ciclistas, aficionados y peatones en las calles de la periferia de París durante la maratón olímpica del año 1900

Entre los competidores el mayor contingente era el de los franceses, y tres de ellos, Auguste Marchais, George Touquet-Denis y Emile Champion, tomaban la iniciativa en el sector inicial a través del bosque, una parte de la carrera que tenía más de competición campo a través que de una maratón urbana cómo la entendemos hoy día. Con ellos iba también en cabeza el sueco Ernst Fast, decidido a demostrar lo apropiado de su apellido. Pero al salir del bosque y llegar a la puerta de Passy, dónde se iniciaba el largo giro alrededor de la ciudad, el escandinavo, siguiendo las indicaciones de un gendarme, no se sabe bien si despistado o deseoso de librar de un rival a sus compatriotas, giraba a la derecha en vez de la izquierda y recorría un buen trecho en dirección contraria antes de darse cuenta de su error y reemprender la marcha en el sentido correcto, ya a buena distancia de los primeros.

Pese al tiempo perdido, el sueco lograba alcanzar de nuevo la cabeza de carrera a la altura del siguiente control de paso, situado hacia el kilómetro 6 en la puerta de Maillot, por el que transitaba junto a los galos Touquet-Denis y Champion, que seguían por delante y a los que se había unido Arthur Newton, un bajito estaodunidense de sólo 17 años de edad que unos días antes había terminado cuarto en la prueba de 2500 metros obstáculos.

El estadounidense Arthur Newton compitió en París tanto en la maratón cómo en la prueba de obstáculos.

A esas alturas de la prueba el caos ya era notable y se habían producido un buen número de bajas. Las más destacadas eran las de los británicos Saward, Pool y Randall, que habían llegado a París precedidos de cierta fama por haber sido los tres primeros en la Londres-Brigthon, una prueba de distancia notablemente superior a la maratón. Pero entre el fuerte calor y el descontrol organizativo, los tres representantes del Reino Unido pronto perdían contacto con los primeros y, desencantados mientras trataban de avanzar esquivando peatones y ciclistas en los kilómetros iniciales, decidían abandonar sin llegar a cubrir siquiera una cuarta parte del recorrido.

Tampoco llegaba mucho más lejos el francés Touquet-Denis. Deshidratado a causa del intenso calor y la falta de bebida, optaba por buscar un café en el que tomar un refrigerio. Lo encontraba, tras recorrer cerca de medio kilómetro fuera del trazado de la prueba y, una vez allí, decidía que en un día tan veraniego cómo aquel la mejor opción era tomarse un par de cervezas y olvidarse de tan dura carrera.

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El francés Georges Touquet-Denis lideró durante buena parte de la prueba pero acabó sucumbiendo al calor

De este modo, sin alcanzar siquiera el ecuador de la prueba, apenas quedaban en competición la mitad de los que la habían iniciado. Al paso por la puerta de Pantin, en el kilómetro 15, Fast y Champion, dos atletas de nombres decididamente premonitorios de buen resultado, ocupaban las dos primeras posiciones por delante de Newton. Los tres habían atravesado no sin dificultades la zona del matadero, atestada de rebaños de ganado, y sufrían sobre la cuesta adoquinada que les llevaba a la ‘porte de Vincennes’, situada en el punto medio de la carrera. Allí les alcanzaba Michel Théato, un jóven atleta local, de profesión ebanista, nacido en Luxemburgo 22 años antes pero afincado en París desde hacía tiempo. Theato, que venía remontando después de un inicio de carrera prudente, pasaba poco después a ocupar la primera posición y se empezaba a distanciar de sus perseguidores, entre los que Fast cedía terreno, aquejado de calambres que le obligaban a detenerse y hacer caminando varios trechos de lo que restaba de carrera.

Aun así el sueco, pese a tardar casi cuatro horas en alcanzar la meta, conseguiría terminar en la tercera posición. Muy por delante de Fast, que finalmente no resultaba tan rápido cómo su nombre indicaba, Champion, tampoco podía hacer honor a su apellido de campeón y tenía que conformarse con la segunda plaza a algo menos de cinco minutos de Théato, que cruzaba la línea de llegada cómo ganador, siendo además el único de los competidores que completaba la durísima carrera en menos de tres horas.

Michel Théato llega primero a la meta en la pista de hierba del 'Bois de Boulogne'.

El triunfo del atleta que competía con los colores del Racing de París fue acogido con entusiasmo por los espectadores que aguardaban la llegada de los primeros en la pista del bosque de Bolonia. Pero su triunfo no fue tan bien admitido por alguno de sus rivales. El norteamericano Newton acabó quinto pero llegó a meta pensando que era el primero por no haber visto a nadie adelantarle (o, al menos, eso declaró), y acusó al vencedor de haber utilizado atajos en el recorrido. Para ello alegó cómo prueba el hecho de que el primero apenas si tenía la ropa manchada mientras él iba cubierto de barro. Su compatriota Dick Grant, séptimo y último clasificado, terminó quejándose de haber sido tirado al suelo de forma premeditada por un ciclista cuando corría junto al ganador. Queja parecida expresó el francés Besse, cuarto al final. Sea cómo fuere, nadie pudo probar tales incidentes. Por otro lado, hay testimonios de un periodista de la época que siguió la carrera junto a los líderes y no apreció irregularidad alguna, aunque el hecho de ser francés hace que su testimonio fuese puesto en duda por los competidores de las otras nacionalidades.

Así que, por mucho que protestaran unos y otros, Théato fue proclamado ganador por delante de Champion y Fast. Los tres figuran desde entonces en el historial olímpico cómo medallistas de oro, plata y bronce en la maratón de París del 1900, los dos primeros representando a Francia y el tercero a Suecia. Pero, en realidad, no fue hasta 1912 cuando se decidió otorgar las preciadas medallas a los tres primeros clasificados de cada prueba olímpica. En los muy atípicos Juegos del primer año del siglo, en Paris, los premios fueron muy diferentes y de lo más variopinto. En la mayoría de los casos se trató de obsequios ofrecidos por particulares. Por lo que respecta a los maratonianos, su recompensa parece ser que consistió en unas frágiles piezas de cerámica.

Las únicas medallas que hubo en los Juegos de París en el 1900 fueron las conmemorativas de la Exposición Universal.

Y en cuanto a la nacionalidad del ganador, pasaron cerca de cien años hasta que, en los 90, el periodista francés Alain Bouille descubrió que Théato, nacido en Luxemburgo, nunca había adquirido la ciudadanía francesa pese a residir en el país desde joven. Basándose en esos datos, el comité olímpico luxemburgués presentó en el 2004 una reclamación al internacional, solicitando que se computase para su país la medalla de oro ganada por Théato. Pero la protesta fue rechazada y su triunfo sigue apareciendo en las estadísticas cómo conseguido por un representante de Francia, por lo que la única medalla de oro lograda por un atleta del Gran Ducado continúa siendo la que obtuvo Josy Barthel, contra todo pronóstico, en el 1500 de los Juegos de Helsinki en 1952. Por todo ello, y con las brumas del paso de tanto tiempo haciendo poco menos que imposible saber que ocurrió realmente en aquella caótica carrera por la periferia de París en pleno verano del 1900, lo único que podemos asegurar a ciencia cierta es que ‘dicen que ganó un francés’.

Y en cuanto a la nacionalidad del ganador, pasaron cerca de cien años hasta que, en los 90, el periodista francés Alain Bouille descubrió que Théato, nacido en Luxemburgo, nunca había adquirido la ciudadanía francesa pese a residir en el país desde joven. Basándose en esos datos, el comité olímpico luxemburgués presentó en el 2004 una reclamación al internacional, solicitando que se computase para su país la medalla de oro ganada por Théato. Pero la protesta fue rechazada y su triunfo sigue apareciendo en las estadísticas cómo conseguido por un representante de Francia, por lo que la única medalla de oro lograda por un atleta del Gran Ducado continúa siendo la que obtuvo Josy Barthel, contra todo pronóstico, en el 1500 de los Juegos de Helsinki en 1952.

Por todo ello, y con las brumas del paso de tanto tiempo haciendo poco menos que imposible saber que ocurrió realmente en aquella caótica carrera por la periferia de París en pleno verano del 1900, lo único que podemos asegurar a ciencia cierta es que ‘dicen que ganó un francés’.

MÁS INFORMACIÓN:

1900: PARIS: THEATO OU LA VICTOIRE CONTESTEE - artículo sobre la maratón olímpica de París 1900 en la web francesa 'Marathoninfo'

1900 Olympic Marathon - artículo sobre la maratón olímpica de París 1900 en el blog de Chris Hipkins

Pandemonium in Paris. “Preposterous”, says the perplexed Mr Pool – artículo de Bob Phillips sobre los primeros años de la maratón en la web sobre historia del atletismo ‘racingpast.com’

Michel THÉATO (1878-1919) – artículo sobre Michel Theato.

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