Daniel Ceán-Bermúdez
@daniel_cean

El meeting de atletismo celebrado el 22 de junio del 2018 en Madrid dejó una carrera histórica para el atletismo español: el fabuloso 400 en el que Bruno Hortelano y Óscar Husillos corrieron por debajo del record nacional de la distancia, en poder de Cayetano Cornet desde el ya lejano 1989. Pero el 44.96 del atleta catalán no fue la única marca con solera que cayó ese día en la pista del Centro Deportivo de Moratalaz. En la prueba de 100, por detrás del rapidísimo chino Bingtian Su, ganador con 9.91, cruzó la meta en 9.99 un joven de 20 años de edad, Filippo Tortu. Su registro, primero de un italiano por debajo de esos diez segundos para recorrer el hectómetro que aún son territorio casi desconocido para los corredores de raza blanca, borró de la lista de plusmarcas de su país el 10.01 conseguido hace casi 40 años por todo un mito de la velocidad en Italia: Pietro Mennea.

Imágenes del record italiano de 100 metros logrado por Tortu en el meeting de Madrid del 2018

Volver a leer en las noticias el nombre del extraordinario velocista italiano nos trajo a la mente recuerdos de infancia y adolescencia, cuando sus hazañas lo convirtieron en toda una celebridad en su país y en una figura conocida incluso aquí, pese a nuestra mucha menor tradición atlética. En mi caso, no se muy bien porqué, Mennea siempre me llamó especialmente la atención. Tal vez fuera por su aspecto, todo un contraste con la imagen habitual de los velocistas. En la pantalla de la tele se le veía muy bajo, delgado y pálido en comparación con la mayoría de sus rivales, casi todos altos, fuertes y de piel negra. Uno no podía menos que identificarse con la figura del menudo italiano que desafiaba a los musculosos estaodunidenses, los esbeltos caribeños y los potentes atletas de la Europa del este.

En realidad, Mennea no era tan pequeño (¡ya hubiera querido yo medir su 1.78!) aunque si era más bajo y tenía un cuerpo mucho liviano que sus rivales. Eso sí, sus apenas 70 kilos eran todo fina musculatura, modelada a base de esfuerzo para compensar con trabajo lo que la naturaleza había regalado a los físicos más dotados de sus competidores. Ese trabajo era la clave de su continua presencia en las finales de las grandes competiciones. Fuesen estas europeas o mundiales, de 100 o de 200, una de las ocho calles la ocupaba aquel atleta vestido con la camiseta ‘azzurra’ de la selección italiana. En 1971, con apenas 19 años de edad, ya era uno de los finalistas en el doble hectómetro del europeo de Helsinki, carrera que terminaba en la sexta posición mientras fijaba su mirada en las anchas espaldas del entonces poco menos que imbatible Valerij Borzov. Un año después, en los Juegos Olímpicos celebrados en Munich, el prodigioso velocista soviético volvía a ser el primero en cruzar la meta en la carrera de 200, pero el joven italiano ya estaba más cerca, a 30 centésimas y en la tercera posición. La medalla de bronce era suya en el estreno olímpico con solo 20 años de edad.

Imágenes de la final de 200 metros en los Juegos Olímpicos de Munich 1972

Dos años más tarde, en los europeos celebrados en Roma, Borzov y Mennea se encontraban en la final de 100, con ajustada victoria para el representante de la URSS por siete centésimas. Y en la de 200, el italiano lograba la victoria ante la ausencia, por lesión, del ucraniano. La trayectoria deportiva de prácticamente cualquier deportista acaba describiendo casi siempre una parábola y ese campeonato marcaba el punto de cruce entre la de ambos. La de Mennea estaba aún en la fase ascendente, la de Borzov empezaba, poco a poco, el inevitable descenso. Sin embargo, en los siguientes Juegos Olímpicos, los de Montreal en 1976, el poderoso atleta del este todavía era capaz de sumar una medalla más a su ya larga lista, la de bronce en los 100 metros. En cambio, el italiano, que llegaba a Canadá convencido de subir al podio, sufría la enorme decepción de terminar cuarto en la final de 200. Mennea salía mal (su principal defecto) y, pese a que trataba de recuperar en la recta el terreno perdido en la curva, era incapaz de alcanzar en los últimos metros al poderoso trío de atletas de raza negra que reafirmaban la teoría de su superioridad sobre los de piel blanca en las pruebas de velocidad. La victoria era para el jamaicano Don Quarrie por delante de los estadounidenses Millard Hampton y Dwayne Evans.

Imágenes de la final de 200 metros en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976

La cuarta posición era considerada un auténtico fracaso, no sólo por la siempre voluble prensa y afición de un país latino como el suyo sino, sobre todo, por el propio atleta. Mennea se exigía a si mismo mucho más aún de lo que cualquier técnico, periodista o espectador le pudiera pedir. Y como suele ocurrir muchas veces con los más grandes, a partir de la rabia por la derrota construía sus mejores victorias. En el siguiente campeonato de Europa, celebrado en Praga en 1978, el italiano se convertía en el nuevo rey de la velocidad europea. Ganaba la final de 100, con Borzov entregando el cetro en la octava plaza, y se imponía también en la de 200. En la distancia más larga paraba el crono en 20:16, nuevo record de los campeonatos y una marca que le acercaba a la barrera de los 20 segundos, el gran obstáculo que le separaba de su siguiente gran objetivo, del motivo que le había empujado realmente a entrenarse más que nadie para tratar de correr más deprisa que ninguno otro: emular a Tommie Smith.

Diez años antes, mientras participaba en una competición nacional defendiendo los colores del club de su ciudad natal, el ‘Avis Barletta’, el joven Mennea había visto por televisión la final de 200 de los Juegos Olímpicos de México. Y había quedado impresionado por la forma de ganar del atleta estadounidense, remontando de forma explosiva en los últimos metros para vencer y establecer un record mundial estratosférico… ¡19:83! Además, la famosa reivindicación, puño enguantado de negro en alto, del ganador añadió aún más motivos de admiración para aquel chico que venía del pobre sur de Italia. Pietro sabía también lo que era verse discriminado, aunque no fuese por el color de la piel sino por la clase social y la procedencia. Aquel día, delante de la pantalla de televisión en blanco y negro, su forma de ver el atletismo cambió para siempre. Hasta entonces, correr había sido, sobre todo, un pasatiempo. Incluso un modo de ganarse unas liras, a base de desafiar coches deportivos en sprints de 50 metros, en los que ganaba siempre para sorpresa de los conductores de aquellos Alfas, Lancias o hasta algún Porsche, a cuyo favor apostaban los que no conocían la rapidez de aquel muchacho delgado pero de endemoniada rapidez. Después de ver a Tommie Smith, el pequeño velocista sureño supo que quería ser como él, aunque midiese quince centímetros menos y su piel fuese mucho más clara. ¡Quería batir el record del mundo y ser campeón olìmpico!

Imágenes de la final de 200 metros en los Juegos Olímpicos de México 1968

Por eso, once años más tarde, ya con 27 años de edad y en el apogeo de su carrera deportiva, Mennea, vio en la Universiada que se iba a celebrar en México, en 1979, su gran oportunidad para lograr el primero de los dos sueños. Se preparó a conciencia, con más intensidad aún de la mucha que ya había impresionado hasta entonces a rivales y compañeros, a técnicos y a especialistas. Llegó a la capital azteca convencido de sus posibilidades y lo empezó a demostrar en unas pruebas previas a la competición, logrando ese 10:01 en los 100 metros que ha resistido en la tabla de records de Italia durante casi cuarenta años. Unos días después ya bajó de los 20 segundos en la primera serie del 200. Estaba más en forma que nunca, justo en el momento y lugar adecuado para alcanzar el dificilísimo reto.

Todo estaba preparado para el gran día, la final del doble hectómetro en el mismo escenario del triunfo de Smith. En la calle 4, Mennea sabía que su rival no era ninguno de los otros siete atletas con quienes compartía pista aquel día en un estadio de gradas semivacías. Daba igual. Luchaba contra un mito, contra su ídolo de juventud. No podía haber mayor motivación. La escasa presencia de público y la quietud del aire, preludio de tormenta, añadían más factores a un ambiente casi irreal. El disparo de salida sonaba con más estruendo que nunca en los oídos del velocista del sur de Italia. La salida, su habitual punto débil, no era mala esta vez. El atleta vestido de azul atacaba la curva con la máxima decisión. Casi con demasiada, ya que al entrar en la recta a punto estaba de pisar la línea exterior, lo que le hubiese costado la descalificación y, en todo caso, le hacía correr más metros. A cambio, su velocidad era mayor cuando encaraba el último cien, con la mirada fija al frente, seguro de que nadie le inquietaba, de que sólo la sombra de Smith le perseguía. Unos instantes después, menos de veinte segundos desde que retumbara en el casi vacío cemento el estruendo del ‘bang’ inicial, apenas nueve tras ese paso que casi le lleva más allá del límite de su calle, Mennea cruza la meta sin perder velocidad, con un brusco gesto de agachar la cabeza en el último instante para tratar de arañar alguna centésima más, y sigue corriendo unos cuantos metros. Sólo entonces se detiene, mira el marcador electrónico y ve cuatro números de un significado muy especial 19.72… ¡ha batido el record de Tommie Smith! ¡¡ha corrido más deprisa que el extraordinario velocista estadounidense en la misma pista de México!! ¡¡¡es el hombre más rápido del mundo!!!

Imágenes de la final de 200 metros en la Universiada de México 1979

Unos días más tarde es presentado al gran Muhammad Ali con esas mismas palabras y el fabuloso boxeador no puede menos que exclamar sorprendido “¡pero si no eres negro!”… a lo que Mennea responde “¡soy negro por dentro!”. Una réplica que va más allá de la frase ingeniosa, en el sentido de ser toda una reivindicación. Porque, al igual que Smith, él es también un luchador y un idealista que ha llegado hasta ahí a base de esfuerzo y trabajo. Un enorme sacrificio que ha merecido la pena. Lo que era poco más que un sueño utópico once años antes se ha convertido en realidad… o, al menos, una parte. Porque aún falta otra, la de ser también campeón olímpico además de recordman mundial. Entonces, el boicot de Estados Unidos a los juegos de Moscú en 1980 está a punto de tirar por la borda las esperanzas de Mennea. Finalmente, el gobierno italiano permite a su comité olímpico nacional participar sin himno ni bandera, como harán también otros países del bloque occidental. El velocista a quien todos en su país conocen ya como 'la flecha del sur' podrá disputar sus terceros Juegos Olímpicos. Es, además, su gran ocasión para lograr la ansiada medalla de oro.

Sin embargo, las cosas no empiezan nada bien para el italiano, eliminado con claridad en la semifinal de 100 metros. Las dudas anidan entonces en su cabeza hasta que una visita de su viejo rival, el ya retirado Borzov, le sirve de inesperado acicate. Es ahora o nunca y cuando sale a la pista del estadio olímpico de Moscú no deja que ningún pensamiento negativo se interponga en su camino. Ni siquiera la contrariedad de última hora que supone el cambo de calle, de la siempre favorable cuatro, justo en el centro para poder controlar mejor a los rivales a derecha e izquierda, a la nada apetecible ocho, la más exterior de todas, desde donde no podrá ver a sus competidores y, a cambio, estará a la vista de todos ellos, sirviéndoles de referencia.

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El jamaicano Don Quarrie, campeón de 200 en Montreal 76, y el británico Alan Wells, vencedor del 100 en Moscú, los dos máximos rivales de Mennea en la final de 200

Unos competidores magníficos, además. Porque, incluso con la ausencia de los estadounidenses, el nivel de la final de 200 es muy alto. En la calle 1 está el cubano Silvio Leonard, clásico ejemplo de velocista caribeño, puro talento natural pero también notablemente irregular. En la 2 se prepara el polaco Marian Woronin, futuro recordman europeo del 100, dispuesto a hacer valer su gran salida. A su lado, en la 3, apenas pestañea la nueva promesa de la inagotable cantera de la Alemania del Este, Bernhard Hoff, otro producto más de la escuela de Leipzig. Unos metros más adelante, en esa 4 que debía haber sido para Mennea, resalta el contraste entre la equipación amarilla y la piel color ébano del jamaicano Donald Quarrie, el campeón olímpico de la distancia en Montreal, la clase hecha sprinter. Su presencia eclipsa por completo al, tal vez, más flojo de los ocho, aunque no por ello sea un rival desdeñable. Se trata de otro polaco, Leszek Dunecki, cuyo semblante serio, en la calle 5, deja claro que sabe lo que hace, no en vano esta va a ser su tercera gran final en dos años. La sobriedad del europeo da paso, en la calle 6, a la exhuberancia del segundo cubano entre los ocho mejores, Osvaldo Lara, otra perla del Caribe dispuesto a todo pese a la intimidante presencia a su derecha, en la calle 7, del enorme Alan Wells, un escocés de potencia mayúscula que acaba de ganar la final de 100 metros hace unos días y busca el doblete. Su extraordinaria fuerza y su inmensa musculatura refuerzan la sensación de que Mennea, a su lado en la calle 8, es demasiado pequeño y delgado para competir en una prueba como esta, por mucho que sus éxitos durante la última década hayan desmentido esa hipótesis.

Una teoría que, en todo caso, parece retomar vigencia cuando se da la salida y el corpachón de Wells sale disparado de los tacos y, casi de inmediato, tapa al menudo Mennea al ponerse en paralelo con el italiano en plena curva. La salida del ‘azzurro’ no ha sido buena, y ver como Wells ya le supera antes de llegar a la recta se lo confirma. Pero no se amilana. Aunque entra en el segundo cien unos metros por detrás del robusto escocés, y con otros cuatro atletas entre ambos, Mennea mantiene los ojos fijos en la llegada, como el año anterior en México cuando luchaba por batir la sombra de Smith en la distancia que significan once años de historia. Ahora los rivales están ahí, en la misma pista, pero su presencia no hace sino aumentar el valor de lo que está a punto de ocurrir. Porque la lenta curva ha sido algo así como tensar la cuerda del arco antes de disparar una flecha: la flecha del sur. Los metros finales del italiano nacido en Barletta son apoteósicos. Como una saeta recien lanzada, primero acelera y después mantiene la velocidad mientras sus rivales la van perdiendo, lo que hace aún más evidente la diferencia entre su fluido movimiento y el cada vez más espeso de sus oponentes. Mientras el comentarista de la RAI grita cada vez más alto, ‘¡recupera¡ ¡¡recupera!!’, Mennea avanza y en cada zancada recorta distancias y gana posiciones. A falta de unos cincuenta metros ya está por delante de Woronyn y de Hoff. Veinte más allá rebasa a Leonard y a Quarrie. Y en los diez últimos primero alcanza a Wells y después lo deja atrás, con el escocés agachando la cabeza impotente mientras el italiano cruza la línea de meta con el tronco erguido, los brazos en alto y una expresión de incontenible alegría en su rostro… ¡es campeón olímpico!

Imágenes de la final de 200 metros en los Juegos Olímpicos de Moscú 1980

El doble sueño está conseguido y esas dos carreras de 200 metros, la de México en el 79 y la de Moscú en el 80, serán las dos mejores de una larga trayectoria deportiva que aún deparará un bronce mundial en 200 y otras dos participaciones olímpicas. Un largo corolario que precede a su posterior actividad en la docencia y la política, truncada demasiado pronto por su fallecimiento, a causa de un tumor, en marzo del 2013, antes de cumplir los 61 años de edad. Desde entonces, su figura se recuerda de muy variadas formas en su país, sea bautizando con su nombre el primero de los trenes de alta velocidad italianos, el ‘frecciarossa’, celebrando, cada 12 de septiembre, la fecha de su record mundial (que duró 19 años como tal y aún es la vigente plusmarca europea) el ‘Pietro Mennea Day’ o poniendo su nombre al 'stadio dei Marmi', en Roma. En esta instalación deportiva, muy ligada a su vida de atleta, se filmaron además un buen número de escenas del documental ’19.72’, grabado en el 2012 y que repasa su vida, con testimonios propios, de sus familiares, amigos, compañeros y, especialmente, de su entrenador, Carlo Vittori.

La relación entre atleta y preparador (tan estrecha como, en ocasiones, turbulenta) es, además, una de los hilos conductores en la miniserie para televisión ‘Pietro Mennea – La freccia del Sud’, emitida por la RAI en el 2015, en la que se cuenta, de forma bastante novelada eso sí, la trayectoria de Mennea desde sus modestos orígenes en Barletta hasta su triunfo olímpico en Moscú. Y aunque el guionista se toma demasiadas licencias en lo que se refiere sobre todo a la vida personal del atleta, introduciendo como personaje clave en la trama a la que sería su esposa, Manuela, más de diez años antes de que la conociera en la realidad, la ambientación es notable y el resultado es interesante, con pasajes especialmente emotivos que reflejan las múltiples facetas de una personalidad cuya influencia en el atletismo de su país llega hasta nuestros días. Además, su fama también traspasó los confines de su patria, no en vano la de Mennea es una figura que recordamos con especial cariño quienes nos aficionamos al rey de los deportes cuando aquel menudo velocista italiano se empeñaba en desafiar a la lógica para batir a los corredores más altos, más fuertes y de piel mucho más oscura.

'Pietro Mennea, la freccia del sud', episodio 1

'Pietro Mennea, la freccia del sud', episodio 2


'Pietro Mennea, la freccia del sud', episodio 3

'Pietro Mennea, la freccia del sud', episodio 4

MÁS INFORMACIÓN:

STORIA DELLE OLIMPIADI: MENNEA, LA FRECCIA DEL SUD INCANTA MOSCA – artículo sobre la victoria de Mennea en Moscú 1980

VI RACCONTO IO IL VERO PIETRO MENNEA – artículo sobre la serie de telvisión dedicada a Mennea

PIETRO MENNEA - artículos sobre Pietro Mennea publicados en el diario 'La Repubblica'

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