Daniel Ceán-Bermúdez
@daniel_cean

¿Con quien ha empatado éste? se suele decir despectivamente cuando se habla de algún deportista cuyas victorias no nos parecen especialmente relevantes. Pero empatar puede tener un mérito enorme si el rival contra el que se iguala es del máximo nivel. Si hablamos de atletismo en los años 60, llegar a meta de una carrera a la vez que el gran ídolo norteamericano, Steve Prefontaine, o el campeón olímpico en Tokio Billy Mills, no es un resultado desdeñable. Precisamente con ambos ‘empató’ un atleta de corta estatura, cuerpo delgado y gafas de pasta sobre sus ojos. Un aspecto nada prometedor para enfrentarse al fibroso y atractivo rubio de Oregon o al alto y fornido nativo Sioux. Sin embargo, ni uno ni otro pudieron distanciar, en sendos mano a mano, a Gerry Lindgren, un corredor de fondo cuya determinación le llevó a logros muy superiores a los que presagiaban su menudo físico y sus poco halagüeños inicios en la vida y en el deporte.

Hijo de padre alcohólico y maltratador, el joven Gerry era el clásico chaval de poca talla y aspecto debilucho en el que se suelen cebar los más fuertes de la clase. Pero también tenía un feroz amor propio y un extraordinario afán de superación. Y aunque es complicado saber, a ciencia cierta, cuanto de verdad y de ficción hay en muchas de las historias que cuenta sobre su vida, tanto en entrevistas como en su autobiografía (un libro escrito por su sombra según lo subtituló él mismo), lo que es evidente sólo con ver su apariencia es que no daba el perfil del típico atleta de éxito. Con uno sesenta y algo de estatura y menos de 60 kilos de peso, delgado y con esa pinta de ‘empollón’ despistado que siempre añaden unas gafas de montura gruesa, el joven Lindgren acabó haciéndose respetar a base de correr más rápido que ninguno de sus compañeros de instituto en el frío estado de Washington. Porque hasta su procedencia se lo ponía complicado, siendo natural de Spokane, junto a la frontera de Canadá, zona de duras condiciones climatológicas situada lejos de los principales centros atléticos del país.

En 1964, con sólo dieciocho años Gerry ya era toda una referencia en las pruebas de mediofondo y fondo estadounidenses gracias a registros como su 13:44 en 5000 metros. Una marca que se mantuvo como record nacional para esa edad durante cuatro décadas. O el 8:40 de ese mismo año en las dos millas en pista cubierta, crono que resistió casi medio siglo sin ser batido por nadie. De ser el hazmerreír del colegio, Lindgren había pasado en muy poco tiempo a convertirse en la inspiración de muchos. Porque, al fin y al cabo, si alguien con tan poco aspecto de atleta era capaz de correr tan deprisa eso es que aquello podría resultar al alcance de muchos otros. Naturalmente, no lo estaba. Porque pese a su cuerpo en apariencia enclenque, el joven corredor de Washington State era todo un portento de fuerza y resistencia, con una capacidad casi legendaria para aguantar durísimos entrenamientos. Desafortunadamente para Gerry, una torcedura de tobillo en vísperas de su debut olímpico, en el 10000 de los Juegos de Tokio de ese mismo año, le dejó sin opciones en una carrera tremendamente abierta que acabó ganando, contra todo pronóstico, su compatriota Billy Mills. El oro y la fama fueron para el duro marine procedente de una reserva india en lugar de para el pequeño estudiante de los alrededores de Seatle.

Gerry Lindgren no consiguió medalla en Tokio así que se conformó con un souvenir muy japonés

Unos meses después, en los campeonatos estadounidenses de 1965, los dos se volvieron a encontrar en una pista. Y de nuevo Lindgren llegaba con un tobillo tocado. Además, estaba envuelto en una agria polémica, por negarse a acatar la orden de no participar que había dado la NCAA a los deportistas universitarios como él. Así que el corredor del estado de Washington tenía un triple acicate en aquella competición… cuádruple en realidad, porque él mismo se añadía presión extra diciéndole a Mills, poco antes de empezar la carrera de 6 millas, que iba a salir en busca del record mundial de 10000 que ostentaba Ron Clarke. Al campeón olímpico le parecía buena idea y acordaban hacer juntos las primeras cinco millas, relevándose para mantener el ritmo necesario. Pese a tener el tobillo dolorido, Lindgren empezaba fiel a su estilo de salir a tope. Un modo de correr que era el reflejo en la competición de su carácter impulsivo y su afán por ganarse el respeto que su menudo físico no imponía ante sus adversarios.

Dos primeras vueltas desenfrenadas le hacían olvidarse por completo del dolor y sentar las bases para una carrera frenética. Mills le relevaba al mando en las dos siguientes, y no se abría al iniciar la quinta para que Lindgren volviera a ponerse en cabeza. Ambos completaban emparejados ese giro y el siguiente. Y seguían corriendo a tope en los que venían a continuación. Se estaban ‘ayudando’ de un modo diferente al previsto. En vez de turnarse en llevar la cadencia necesaria, cada uno trataba de demostrarle al otro quien era el más fuerte y eso les servía de acicate para ir aún más deprisa de lo que creían posible.

Al paso por las 4 millas los dos iban en tiempo de record del mundo y Lindgren forzaba todavía más la marcha. A Mills le costaba seguirle. No cedía, aunque su siguiente ‘relevo’, para alcanzar las 5 millas que se habían puesto como tope para su ‘colaboración’, ya no era tan exigente. Lindgren se daba cuenta y comenzaba la milla final con otro fuerte cambio de ritmo. Parecía que iba a ser el definitivo pero Mills no era de los que se rendían fácilmente, como bien había demostrado en la final de Tokio ante ese Ron Clarke contra cuyo record corría ahora. El campeón olímpico reaccionaba con un poderoso sprint y no sólo volvía a alcanzar a Lindgren sino que lo superaba. Era un toma y daca espectacular que los aficionados seguían entusiasmados desde las tribunas. Ya no se trataba ‘sólo’ de ir a por la plusmarca mundial, que ambos estaban destrozando. Ganar era todavía más importante para los dos y ninguno estaba dispuesto a ceder.

En la penúltima vuelta, Lindgren atacaba como si fuese la última y Mills resistía. Al toque de campana, el fornido marine tomaba el mando con decisión por el interior de la pista pero el pequeño estudiante se mantenía pegado a él. Los dos estaban dando el máximo pero seguían corriendo juntos, sin que se abriera el más mínimo hueco que diera un indicio sobre quien iba a llegar el primero. En la última curva, Lindgren forzaba la marcha todavía un poco más y parecía que ganaba algo de terreno, pero Mills aceptaba el reto y mantenía el pulso para entrar en la recta final codo con codo. Así recorrían los últimos cien metros, el atleta más alto por la cuerda, el más bajo justo a su lado. Los dos estaban decididos a vencer. Si uno era duro y obstinado, el otro lo era tanto o más. Imposible que ninguno cediera ni un milímetro. Los dos cruzaban la meta a la vez, ambos convencidos de haber sido el ganador. Antes de saber quien tenía razón, ya estaba claro que el objetivo del record se había logrado. Habían cruzado la meta, emparejados, más de seis segundos por debajo del registro de Clarke. Finalmente, un atento análisis de la photo-finish declaraba vencedor a Mills, que había inclinado ligeramente su cuerpo hacia delante en el último momento, y segundo a Lindgren, que había alcanzado la cinta de llegada totalmente erguido. Eso sí, a los dos se les adjudicaba exactamente el mismo tiempo: 27:11.6 ¡nuevo record mundial!

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Retrato de Lindgren en 1968 con los colores de la Universidad del Estado de Washington

Al final de esa temporada Mills dejó las carreras. Pero al joven Lindgren todavía le quedaban muchas por delante. La mayoría terminaban en victorias y en no pocas lograba nuevos records, tanto nacionales como mundiales. Sin embargo, es probable que su carrera más famosa acabara siendo la disputada cinco años después con la nueva estrella del atletismo estadounidense como rival, Steve Prefontaine. En 1969, el joven prodigio de Oregon era la gran figura emergente y le había ganado con claridad la semana anterior a la gran final de campo a través de la Pacific Eight, la liga de las ocho mejores universidades del oeste. Justo el acicate extra que necesitaba el orgulloso Lindgren para salir más decidido que nunca a destrozar la carrera desde el mismo pistoletazo de salida.

En cuanto se iniciaba la prueba, el pequeño atleta con la camiseta roja de ‘Washington State University’ arrancaba a toda velocidad en la milla inicial, que discurría colina arriba en el campo de golf de Stanford. Y aunque inicialmente se distanciaba, justo al coronar la empinada cuesta aparecía a su lado un doble destello dorado, la melena rubia y la camiseta amarilla del líder del equipo de Oregon. Prefontaine no sólo alcanzaba a Mills sino que seguía a toda velocidad pendiente abajo y tomaba unos metros de ventaja. Era el turno de Mills para replicar con la misma decisión. Poco después se ponía a su altura y a partir de ahí la carrera se convertía en un recital de hachazos por parte del de Washington, respondidos siempre con firmeza por el de Oregon.

Pegados uno al otro, corriendo en paralelo, los dos coronaban la última subida antes de la línea de meta. ‘Pre’ atacaba entonces y se ponía por delante, cerrando el paso a Mills, que reaccionaba y se abría hueco para situarse de nuevo a su altura. Sus codos y hombros chocaban varias veces mientras la maniobra se repetía en los metros finales. Los recorrían a toda velocidad sobre la cuidada hierba del campo de golf, avanzando absolutamente pegados entre un estrecho pasillo de espectadores que gritaban y los jaleaban, entusiasmados por el espectáculo, a medio camino entre carrera y lucha. Tal parecía que cada uno trataba de tirar al otro al suelo para sacudírselo de encima de una vez, después de haberlo soportado durante toda la carrera sin ser capaz de dejarlo atrás.

Prefontaine y Lindgren codo a codo en la llegada del cross Pacific 8 de 1969

Pero no había forma. Lindgren seguía siendo tan obstinado como cinco años antes, en su carrera contra Mills. ‘Pre’ no le iba a la zaga en determinación. Ninguno cedía ni un ápice y el resultado era una llegada digna de película, cada uno apoyándose contra el otro, con sus rostros desencajados y dispuestos a ser el primero como fuera. La cinta de llegada envolvía a la vez las letras verdes sobre fondo amarillo de Oregon y las blancas en campo rojo de WSU mientras el atractivo rubio y el gafudo moreno la alcanzaban con los ojos cerrados y, literalmente, hombro con hombro, sin saber quien había ganado.

Tal vez, recordando en su subconsciente la ya lejana llegada ante Mills, Lindgren se inclinaba ligeramente hacia delante mientras ‘Pre’ se mantenía erguido, y los jueces determinaban, a ojo, porque no había otra forma de hacerlo, que el ganador era el atleta de Washington. La victoria era suya aunque, al igual que en aquella otra carrera memorable, a los dos primeros se les atribuía exactamente el mismo tiempo hasta la décima: 28’32”4.

Lindgren por delante de Ron Clarke

Además de protagonizar esas dos increíbles carreras contra Mills y Prefontaine, a lo largo de su carrera Lindgren batió al otro grande del mediofondo estadounidense de la época, Jim Ryun. Y también al número uno mundial, el australiano Ron Clarke. Así que, después de todo, aquel enclenque y bajito atleta de gafas no sólo ‘empató’ con dos de los mejores, sino que venció a otros tantos de los que estaban en la élite. Le faltó, eso sí, rematar en una gran competición, ya que por diferentes causas los resultados en las citas internacionales más importantes le fueron siempre esquivos. Entre eso, el mayor carisma de ‘Pre’ y su prematuro fin, que elevó a leyenda su figura, no es de extrañar que la imagen más recordada de Lindgren sea precisamente la de esa llegada al sprint contra la estrella de Oregón. Una imagen que, además, define a la perfección el carácter de un atleta de aspecto tan improbable como increíble eran su fuerza, resistencia y determinación.

MÁS INFORMACIÓN:

GERRY LINDGREN INTERVIEW – Entrevista a Lindgren en la revista ‘Youth runner’.

LINDGREN'S LEGEND – Entrevista a Gerry Lindgren en la revista ‘Runners World’

THE LONGEST RUN: THE STORY OF GERRY LINDGREN - Artículo de Greg Bishop sobre Lindgren publicado en el Seatle Times en el 2002

REMEMBERING “THE GREATEST FOOTRACE EVER” – artículo de Chris Chavez sobre el cross Pacific8 del 1969 publicado en mayo del 2017 en la revista Citius.

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