La edición número 45 del rally Príncipe de Asturias fue muy especial para los aficionados al mundo del motor en la región. Después de muchos años de espera, en el 2008 la prueba organizada por el Automóvil Club Principado de Asturias volvía a formar parte del calendario de un campeonato internacional de primer nivel. Se trataba del IRC, siglas de ‘Intercontinental Rally Challenge’, certamen puesto en marcha un par de años antes por la cadena de televisión Eurosport que se situaba a medio camino entre la máxima competición de la especialidad, el campeonato del mundo, y su equivalente europeo, que vivía horas bajas.
El nacimiento del IRC revitalizaba la escena continental con un calendario que incluía algunas de las mejores citas clásicas de los rallyes en Europa, como el Ypres, el Barum, el Sanremo o el Valais. Y junto a ellas estaba, en el 2008, el ‘Príncipe’ como séptima de las diez pruebas puntuables previstas. El rallye asturiano se disputaba a mediados de septiembre con una notable participación encabezada por los equipos de Abarth y Peugeot (las dos marcas que apostaron fuerte por el IRC aquel año), como principales candidatos a la victoria frente a los competidores habituales del campeonato español, que pocas opciones iban a tener de plantarles cara. El fabricante italiano contaba con el rapidísimo Giggi Basso, campeón en el 2006 de la primera edición del nuevo certamen, y el irregular Anton Alen, hijo del legendario Markku que, para desesperación de su progenitor, no acababa de estar a la altura de lo que todos esperábamos de tan ilustre apellido. La marca francesa se apoyaba en la estructura del equipo Kronos y alineaba a Freddy Loix, eterna promesa de los rallyes belgas que no había acabado de asentarse en el mundial, y a Nicolas Vouilloz, campeón de Francia de rallyes en el 2006 y subcampeón del IRC la temporada anterior, que venía pisando fuerte pese a superar ya la treintena y ser relativamente nuevo en la especialidad.
Cinco años antes, cumplidos ya los 27 de edad, Vouilloz había empezado poco menos que desde cero en el mundo del motor tras ganar todo lo que había que ganar en un deporte muy diferente aunque también se disputase sobre ruedas (sólo dos, eso sí), el ciclismo de montaña. Su presencia en aquel Príncipe valedero para el IRC organizado por Eurosport, al volante de uno de los Peugeot 207 S2000 de Kronos, era toda una curiosa visión para quienes habíamos conocido anteriormente sus hazañas a lomos de bicicletas en las competiciones de descenso que la cadena de televisión especializada en deportes solía retransmitir la década anterior. Unas pruebas de corta duración y máxima intensidad en las que el francés fue monarca absoluto desde el 1992 al 2002. Además, su etapa de piloto de rallyes era, en cierto modo, cerrar un círculo que había comenzado cuando su primera afición había sido otro deporte que tenía en común con las bicis el número de ruedas, dos, y con los coches el que la propulsión fuese mecánica. Porque, de chaval, a Nicolas lo que realmente le gustaba más era el motocross, inspirado por las hazañas del sensacional Jean Michel Bayle, aquel auténtico fuera de serie francés que, no contento con triunfar en los circuitos de barro y arena europeos a finales de los ochenta, cruzaría después el charco para batir en su terreno, los estadios, a los mejores especialistas del SuperCross estadounidense.
El padre del joven Nicolas trabajaba en una cementera, en las inmediaciones de Niza. Un lugar ideal para practicar con su pequeña moto de 80cm3 los saltos y las cabriolas que el as de ases del motocross mundial realizaba en los circuitos. Pero el joven Vouilloz se cansaba pronto de los golpes y las caídas. Su constitución delgada no ayudaba tampoco a manejar el peso de la motocicleta. Para sorpresa de sus amigos, decidía venderla y se compraba, en su lugar, una bicicleta de montaña. Sin motor, sus ágiles piernas se convertían en el propulsor a base de dar pedales, y la ligereza del nuevo vehículo le permitía disfrutar de lo que realmente más le gustaba: el pilotaje puro, la búsqueda de las mejores trazadas en los pedregosos caminos de la cementera y sus boscosos alrededores. Lanzarse cuesta abajo con la bici se convertía pronto en su gran pasión y en el deporte al que se iba a dedicar en cuerpo y alma. Un deporte relativamente nuevo, ya que la bicicleta de montaña estaba despegando a nivel internacional justo en esa época, con el primer campeonato del mundo disputándose a mediados de septiembre del 1990 en Durango, una pequeña localidad de Colorado en Estados Unidos, el país donde primero cogió auge lo que por allí conocían como ‘Mountain Bike’.
Dos años después, en el 1992, la tercera edición de los mundiales de bicicleta de montaña se celebra algo más norte, en la población canadiense de Bromont. Y entre los participantes en la prueba de descenso de la categoría Junior está Nicolas Vouilloz. Tiene sólo dieciséis años de edad y ha debutado apenas doce meses antes, ganando el título nacional cadete. Apunta maneras pero su delgadez y aspecto tímido no dejan entrever el inmenso talento que atesora. Un talento que empieza a ser conocido a nivel internacional cuando logra la victoria en su estreno mundialista. En apenas dos años, Vouilloz ha pasado de ser un completo desconocido a campeón del mundo Junior en su primera temporada en la categoría. En lss dos siguientes confirma que lo conseguido en Canadá no fue ni mucho menos una casualidad. Su segundo entorchado mundial llega en casa, en el campeonato celebrado en el 1993 en Métabief, en plena Borgoña francesa y ante cincuenta mil enfervorizados hinchas galos que convierten, de inmediato, a aquel muchacho de aspecto frágil en su gran ídolo. Esa temporada, Nicolas consigue también el título europeo junior. Y en 1994, su último año en la categoría reservada a las jóvenes promesas, vuelve a ganar el mundial, en el retorno del certamen a Colorado (con sede esta vez en la estación invernal de Vail), y se mezcla ya con los ‘mayores’ en la Copa del Mundo, que concluye en la tercera posición de la general.
Vouilloz debutó en la categoría Elite de BTT con 19 años en el 1995
Ya no hay duda, Vouilloz es la gran figura emergente del descenso. Lo que nadie puede imaginar es hasta que punto va a acabar dominando la especialidad. Su primer año en la categoría ‘Elite’ es el de 1995. Nicolas tiene 19 años de edad pero se mide sin complejo alguno con los más expertos. Arranca la temporada con victoria en Cap-d’Ail, prueba inicial de la Copa del Mundo y única del certamen disputada en Francia. Y a ese triunfo añade tres segundos puestos en las cinco citas restantes. Resultados que le permiten imponerse en la clasificación final por delante de los estadounidenses Mike King y Myles Rockwell. Por si fuera poco, un mes después de celebrar el título de la Copa en Austria, Vouilloz pone la guinda a su extraordinaria primera campaña entre los ‘pros’ en los Campeonatos del Mundo, que se celebran en septiembre en la localidad alemana de Kirchzarten. El rival a batir es, sobre todo, su compatriota François Gachet, diez años mayor y vigente campeón mundial. Gachet hace un descenso magnífico, rebaja en casi diez segundos el mejor registro conseguido hasta entonces, en poder del español Tomi Misser, y se sitúa en cabeza, con un crono sólo ocho centésimas por encima de los seis minutos. Pero tras el todavía campeón parte Vouilloz. Y basta ver la fluidez de sus movimientos en las zonas más técnicas, el modo en que frena siempre más tarde y empieza primero a dar pedales tras cada curva, para comprender que, pese a su ligereza y menor potencia en comparación con su poderoso compañero en la selección francesa, va a superarle en la línea de llegada. Y, en efecto, el cronómetro confirma las sensaciones visuales de un modo contundente. Vouilloz vuela camino de la meta y cuando la atraviesa los dígitos se detienen en 5’57”98. Un tiempo que resulta inalcanzable para los restantes competidores, entre los que quien menos lejos se queda es el norteamericano King, con un 6’07”08 que le permite arrebatar la medalla de bronce a Misser. El joven Vouilloz añade de ese modo a sus tres títulos mundiales Junior el primero en la categoría Elite.
Es el principio de una nueva era en las pruebas de descenso. En los cuatro años siguientes, Vouilloz sumará otros tantos oros en el Campeonato del Mundo y se impondrá en tres de las cuatro ediciones de la Copa del Mundo, dejando escapar sólo la del 1997 por una lesión que le impide tomar parte en varias de las pruebas. En el 2000, Nicolas gana de nuevo la Copa del Mundo, mientras que su extraordinaria racha de cinco títulos mundiales consecutivos se interrumpe en la competición disputada aquel año en España. El árido y rápido trazado de Sierra Nevada no es precisamente el terreno más adecuado para la extrema habilidad de Vouilloz. Se trata, de un recorrido muy abierto y con pocas dificultades técnicas en el que deben destacar los ciclistas más potentes. Aún así, el ya pentacampeón del mundo marca el cuarto mejor crono en la tanda clasificatoria y sale en la final dispuesto a conseguir un nuevo triunfo. En el punto intermedio lleva el mejor registro, por apenas unas décimas, pero algo va mal. La rueda trasera de su bici sufre en el pedregoso circuito y va perdiendo aire, convirtiendo en un calvario para Vouilloz la segunda mitad del descenso. El francés logra, a duras penas, mantener el control, no caerse y llegar a la meta, pero se ve relegado a una lejana octava posición.
Se trata, en todo caso, de un pequeño paréntesis en la fabulosa trayectoria de quien ya todos conocen como el ET del BTT (o del VTT en su país, ya que en francés bicicleta empieza por V de ‘velo’). Porque, en efecto, tal parece que Vouilloz es un extraterrestre, con un sentido del equilibrio fuera de lo normal y una capacidad para controlar la bicicleta poco menos que sobrehumana pese a su frágil aspecto en comparación con el tipo mucho más fornido de la mayoría de sus rivales. Superada la decepción de Sierra Nevada, sigue sumando triunfos. Y en el 2001, aunque se le escapa, por poco, la Copa del Mundo, en la que termina segundo, recupera el maillot arcoiris en el retorno del mundial a Vail, en las montañas de Colorado, sede de su tercer título Junior siete años antes.
Son ya nueve los mundiales en su poder, seis de ellos en la categoría élite. Ha pasado una década desde que logró el primero, con apenas 16 años de edad, y ahora Vouilloz, ya con 26, empieza a ser un veterano y a pensar en la búsqueda de otros retos. Pero antes de eso falta poner la guinda a su carrera deportiva en los descensos con otro mundial más, el que será el décimo y redondeará un palmarés que todavía nadie ha podido igualar. Un título que consigue, además, casi contra pronóstico en un año, el del 2002, que será el último del francés en las competiciones de descenso. La temporada empieza mal para Nicolas. Sólo es cuarto en la primera prueba de la copa del mundo y una lesión en una mano le impide competir en el campeonato de Francia. Además, Steve Peate, subcampeón los dos años anteriores, está cada vez más fuerte. El británico se lanza decidido en busca de la victoria por el vertiginoso trazado austriaco de Kaprun, un recorrido que alterna las zonas viradas y técnicas con sectores de enorme rapidez. Cinco minutos nueve segundos y setenta y tres centésimas después, el poderoso ciclista del Reino Unido cruza la meta y sitúa su nombre en lo más alto de la tabla de tiempos. Es un registro magnífico que supone una presión extra para Vouilloz. Sabe que no va a ser fácil batir la marca del inglés. Se le ve algo nervioso. Por una vez parece humano y vulnerable en lugar de un alienígena invencible. Pero en cuanto deja atrás la portilla de salida vuelve a ser el ET que hace volar su bicicleta, aunque en su caso sea con la fuerza de sus piernas y su corazón en lugar de con algún extraño poder mental como el personaje de la famosa película de Spielberg. Por el primer punto de cronometraje parcial, Vouilloz pasa más de segundo y medio antes de lo que lo había hecho Peate. Por el siguiente su ventaja supera ya los dos segundos. Va a ganar una vez más, no hay duda. El último salto, sobre el obstáculo artificial situado en la larga pendiente que lleva a la meta, es un brinco glorioso que le lleva por el aire a la consecución de su décimo título de campeón del mundo y cierra una era irrepetible en las pruebas de descenso.
Poco después, saciada su sed de victorias al manillar de la bici, Vouilloz cambia de vehículo y comienza su andadura, sobre uno de cuatro ruedas y motor, en el mundo de los rallyes automovilísticos. En el 2003, con 27 años de edad, se impone a todos los jóvenes leones que aspiran al triunfo en el certamen de promoción de Peugeot en el campeonato de Francia. La victoria supone el pasaporte al mundial con ayuda de la federación gala. En apenas dos años practicando rallyes, el multicampeón ciclista debuta en la máxima categoría de su nuevo deporte al volante de un Peugeot 206 World Rally Car con el que consigue resultados más que dignos aunque insuficientes para que el proyecto tenga continuidad por falta de presupuesto. Los rallyes son mucho más caros que la competición ciclista y Vouilloz se centra las dos siguientes temporadas en el campeonato de Francia, certamen que conquista en el 2006 después de haber sido cuarto en el 2005. El título de campeón nacional, conseguido a los mandos de un Peugeot 307 WRC, le abre las puertas de la formación que la marca gala inscribe en el nuevo campeonato que Eurosport acaba de lanzar unos meses antes para la nueva categoría Súper2000. Se trata de un equipo, auspiciado por la filial española, en el que su compañero es el cántabro Enrique García Ojeda. El piloto galo se muestra más rápido, logrando tres victorias por ninguna del español, pero también más propenso a los errores y acaba teniendo que conformarse con el subcampeonato, superado en el cómputo total por la regularidad de su experto compañero de equipo, que consigue seis podios en las siete pruebas disputadas y se lleva el título del IRC 2007.
De todas formas, la velocidad mostrada por Vouilloz y su constante progresión en un deporte relativamente nuevo para él es más que notable. Para el 2008, Peugeot apuesta por el francés en su nuevo equipo en el IRC, y el galo no defrauda. Ha aprendido la lección impartida la campaña anterior por Ojeda. La temporada se inicia con el dominio de Luca Rossetti, piloto oficial de Peugeot Italia, que vence en las dos primeras pruebas del campeonato, los rallyes de Turquía y Portugal. En ambos, Vouilloz se sube al podio, logrando un segundo y un tercer puesto que le sitúan segundo en la general del certamen. La tercera cita es la más importante para su equipo, Kronos, ya que se trata del rallye de casa para la formación con sede en Bélgica, el de Ypres. Un terreno en el que es poco menos que imbatible el compañero de Vouilloz, Loix. Pero justo tras él termina Nicolas, que bate a Rossetti y acorta distancias en la clasificación del IRC. La diferencia con el líder se reduce aún más en el siguiente rallye, el de Rusia, donde está ausente el italiano, que compagina la campaña europea con el campeonato de su país. Sobre los tramos de tierra, Vouilloz no se encuentra tan a gusto al volante del coche como lo estaba al manillar de la bici, pero termina cuarto, resultado que le permite empatar al frente de la tabla con Rossetti. Los dos se vuelven a encontrar a principios de agosto, en Madeira, y el desenlace de la segunda cita lusa del año supone un punto de inflexión para el campeonato. El francés logra la victoria mientras que el italiano tiene que conformarse con la cuarta posición. Nicolas pasa a liderar la tabla en solitario y consolida su primera posición completando otro doblete para el equipo Kronos en el siempre exigente Barum checo, dónde gana Loix y Rossetti sólo puede ser quinto.
Llegamos así al punto de partida de este relato, con Vouilloz luciendo el número 1 en las puertas de su Peugeot 207 S2000 con el que inicia el rally Príncipe de Asturias saludando a la entusiasta afición asturiana en la multitudinaria ceremonia de salida celebrada en el céntrico Paseo del Bombé de Oviedo. Durante los dos días siguientes, con asfalto húmedo en algunas zonas y seco en otras, el francés protagoniza un duelo extraordinario con el sensacional Basso, que se acabara decantando por unos segundos a favor del italiano y su Abarth oficial. Pero la segunda plaza de Vouilloz es casi como una victoria, ya que le consolida de modo poco menos que definitivo en la primera posición de la general del IRC, que ya no abandonará en lo que queda de temporada. Dos segundos puestos más, en el Sanremo y el Valais, dejan sentenciado el campeonato a favor de Nicolas sin necesidad de acudir a la cita final del calendario, el lejano rallye de China.
El paso de Vouilloz por Asturias fue, por tanto, clave para la consecución del título de campeón del IRC 2008. Y, por lo que a mi respecta, me dejó un recuerdo muy especial. Sucedió cuando, como parte de mi labor en el departamento de prensa de la prueba, tuve el encargo de seguir desde un helicóptero el tercer paso por el tramo de Cesa-Valdebárcena. El Peugeot de Vouilloz era el primer en tomar la salida, y justo sobre él se situó la pequeña aeronave desde la que en los siguientes minutos, gocé de unas sensaciones que no son fáciles de describir con palabras. La arrancada del Peugeot decorado con los vistosos tonos rojiblancos de Kronos fue seguida por una brusca inclinación hacia delante del helicóptero para coger velocidad y ponerse ‘a su rebufo’, que nos permitió vivir momentos realmente únicos. Siguiendo de cerca el vertiginoso discurrir del coche por la estrecha cinta de asfalto, con sus numerosos tonos de gris partiendo en dos los infinitos verdes del paisaje asturiano, la sensación era casi mágica y poco menos que irreal. La distancia proporcionada por la altura hacía parecer menor la velocidad pero, a cambio, permitía apreciar con más detalle la manera de trazar de Vouilloz, buscando siempre los vértices de cada curva con una precisión milimétrica. En vez de una frágil bicicleta, Nicolas manejaba un coche de más de mil kilos de peso, pero el efecto era el mismo, un movimiento constante y fluido, un ritmo trepidante apenas interrumpido brevemente por los virajes más cerrados antes de reanudarse de inmediato tras acelerar con decisión camino de la siguiente curva. En vez de un manillar sus manos aferraban con fuerza un volante mientras sus pies apretaban con la misma decisión los pedales, por muy diferentes que fuesen los del coche respecto a los de la bici.
En las retransmisiones que Eurosport había hecho, años antes, de los descensos de BTT había intuido, a través de la televisión, el vértigo de unas bajadas imposibles sobre las que Vouilloz hacía deslizarse su ligera bicicleta de un modo que destacaba a simple vista y decía, sin necesidad de fijarse en el crono, que era, con diferencia, el más rápido. Años después, en aquel rallye incluido en el certamen que organizaba la cadena deportiva europea, el francés, en su nueva faceta de piloto automovilístico, me permitió experimentar todo aquello de un modo mucho más real a través de los movimientos que el helicóptero tenía que hacer para seguir su endiablado avance por una angosta y virada carretera de montaña. Por eso, desde entonces, cada vez que pienso, leo o escucho ‘Vouilloz’, a mi mente acude, de inmediato, una palabra… ¡vértigo!