El podcast dedicado a todo lo que tenga que ver con correr, nadar y pedalear
Daniel Ceán-Bermúdez
@daniel_cean

Las nubes parecían batirse por fin en retirada aquella mañana del 6 de agosto de 1926 en Cap Gris-Nez. El cielo pasaba del gris, que da nombre al cabo con el que la costa asoma su nariz al mar en esa zona del norte de Francia, al esperanzador azul que deseaba una joven neoyorquina dispuesta a conseguir lo que ninguna mujer, y muy pocos hombres, habían logrado hasta entonces: atravesar a nado el Canal de La Mancha.

Una travesía de unos 34 kilómetros en su parte más estrecha, entre Dover, del lado inglés, y Calais, en la costa gala, poco menos que infranqueables. Algo más de un siglo antes de aquel día de verano de 1926 así lo habían sido para Napoleón en su afán de dominar toda Europa. Catorce años después, Hitler tampoco se atrevería a enviar sus tropas a través de esas frías aguas que separaban Francia de Gran Bretaña. Entre medias, y con intenciones mucho más pacíficas, se habían enfrentado a ellos un buen número de intrépidos aventureros, decididos a cruzar nadando una franja de mar que, a poco que las condiciones meteorológicas se complicasen, lo que suele ser de lo más habitual en la zona, no resultaba fácil de superar ni en barco.

Por aquel entonces, mediados de la segunda década del siglo XX, sólo cinco lo habían conseguido. El primero en lograrlo, en 1875, fue el británico Matthew Webb, un capitán del ejército de Su Graciosa Majestad. Partió de Dover a eso de la una del mediodía y alcanzó la playa de Calais cerca de las once de la mañana del día siguiente, después de nadar durante 21 horas y 45 minutos. El más rápido, 48 años después, fue el argentino Enrique Tiraboschi, que el 13 de agosto del 1923 hizo la travesía en el sentido contrario, desde Francia a Inglaterra, en 16 horas y 23 minutos.

Muchos más lo habían intentado sin éxito. Y no sólo hombres, por mucho que este tipo de hazañas deportivas pareciesen reservadas entonces sólo para ellos. También varias mujeres se habían lanzado al mar en busca de la gloria de ser la primera en conseguirlo. La más tenaz fue la australiana Annette Kellerman, que lo intentó hasta en tres ocasiones, fracasando en todas ellas para acabar dándose por vencida, poniendo en duda que cualquier mujer fuese capaz de lograrlo.

Entre las que no había podido completar el reto estaba la joven estadounidense de veinte años que oteaba el horizonte al amanecer de aquel 6 de agosto de 1926. Se llamaba Gertrude Ederle y un año antes se había visto obligada a desistir. Llevaba cerca de nueve horas en el agua y le faltaban unos diez kilómetros para alcanzar la costa británica cuando dejó de avanzar. Los miembros de su equipo, que la seguían de cerca en una embarcación, se apresuraron a rescatarla y, al tocarla, forzaron su descalificación pese a que siempre dijo que no estaba inconsciente como ellos temían si no, simplemente, tomándose un respiro antes de la dura parte final de la travesía.

Y es que para Gertrie, como la conocían en su familia, estar en el agua, nadando o descansando, era tan o más natural que hacerlo sobre tierra firme. Había aprendido a nadar prácticamente antes que a caminar y siempre se había considerado a si misma una ‘chica acuática’. Un año antes de su primer intento en el Canal había conseguido tres medallas en las pruebas de natación de los Juegos Olímpicos celebrados en París: una de oro, en el relevo 4x100, y dos de bronce, en los 100 y los 400 metros. Pero por mucho que fuese una de las mejores nadadoras en las pruebas cortas que se celebraban en las dulces y tranquilas aguas de las piscinas, a la joven hija de inmigrantes alemanes criada en Nueva York le gustaba sobre todo nadar en mar abierto. De vuelta a su ciudad natal, tras los Juegos, había establecido un nuevo record en la durísima travesía entre Battery Park, en Manhattan, y Sandy Hook, en la vecina Nueva Jersey. Algo más de treinta y cinco kilómetros sobre las gélidas y nada apacibles aguas del Hudson que completó en siete horas y once minutos, una marca que duraría más de ocho décadas imbatida. Era el perfecto ensayo general para el gran reto de atravesar el Canal de La Mancha que, finalmente, acabaría en frustración. Sobre todo porque en su mente había más que sospechas de que su entrenador, el escocés Wolffe, un antiguo nadador que había intentado cruzar el canal sin éxito en más de veinte ocasiones, no quería que lo consiguiese y había conspirado en su contra, dando la orden de rescatarla que puso fin al intento.

Gertrude Ederle destacó en las competiciones de natación olímpica antes de dedicarse a las travesías en aguas abiertas.

Convencida de ser capaz de lograrlo, Gertrie volvía un año después a la carga con la firme decisión de que esta vez nada ni nadie le impidiera alcanzar su meta. Además ahora iba a tener rivales. Su aventura previa levantó tal expectación que otras mujeres también querían probar suerte. Y los propietarios de varios importantes periódicos vieron una estupenda oportunidad de aumentar las ventas patrocinando a las intrépidas nadadoras a cambio de tener la exclusiva de sus hazañas. A Gertrude la apoyó el Daily News de su ciudad, New York. A su principal competidora, Lillian Cannon, el Daily Post de Baltimore. Entre ambas, con sus bases de operaciones situadas muy cerca, en el norte de Francia, durante el verano de 1926, creció pronto una feroz rivalidad, alimentada por los periodistas al más puro estilo de los combates de boxeo, con cruces de declaraciones y hasta insultos entre ambas. Unas trifulcas fruto muy probablemente más de la imaginación de los reporteros, deseosos de añadir morbo y picante a la historia, que de una real animadversión entre las dos nadadoras.

Al fin y al cabo, el mal tiempo que azotaba aquel verano la zona del canal estaba demorando los intentos de travesía más de lo previsto y cualquier cosa era buena para mantener la atención de los lectores que, al otro lado del Atlántico, esperaban noticias casi más ansiosos que las dos deportistas mientras aguardaban en la costa francesa un día de cielo despejado y mar en calma. El 2 de agosto el sol hacía acto de presencia por fin, pero aparecía en la parte inglesa del canal, donde otra nadadora, Clarabelle Barrett, una profesora de 35 años de edad, decidía lanzarse al agua y tratar de ser ella la primera en lograr la hazaña por la que pugnaban las dos aguerridas jóvenes que captaban todos los focos de la atención mediática en las inmediaciones de Calais. Sin embargo, tras más de veinte horas nadando, y cuando apenas le faltaban tres kilómetros para llegar a la playa gala, una densa niebla cubría el horizonte y, sin visibilidad y sin fuerzas, acababa por tener que abandonar.

El entrenador de Gertrie le aplica la grasa para protegerse de las bajas temperaturas.

Tres días después, la siguiente en intentarlo era Gertrie. La mañana del 6 de agosto amanecía con cielo despejado y había que aprovechar la oportunidad sin esperar más. No fuera a ser que su rival en ese lado del Canal, Lillian Cannon, o Milles Gade, una nadadora de origen danés afincada en Illinois que tenía su campamento en la costa inglesa, se le adelantasen. Luciendo un ceñido bañador de seda de dos piezas, unas gafas de motorista selladas a su rostro con cera para evitar la entrada del agua y un vistoso gorro rojo, para hacerla bien visible en la distancia a su equipo, Gertrie, con todo el cuerpo cubierto con una densa capa de grasa para protegerla de las bajas temperaturas que iba a encontrar en su larga travesía, empezaba a nadar en dirección a Dover cuando apenas habían dado las siete de la mañana en los relojes. En los primeros kilómetros, con el sol creciendo sobre el horizonte, sus brazadas eran poderosas y constantes, siguiendo el ritmo de su canción favorita, ‘Let me call you sweetheart’, que se repetía en su cabeza como un mantra. Desde el barco que la seguía de cerca, su padre y su entrenador la animaban, el primero recordándole su promesa de un coche deportivo de color rojo si completaba la hazaña, el segundo dándole consejos sobre como debía dosificar sus fuerzas.

Todo había empezado según lo previsto pero, a medida que avanzaba la mañana, las nubes comenzaban a adueñarse del cielo sobre el canal. Venían de la costa inglesa, como si la isla británica las enviase para evitar otra invasión más, aunque esta fuese tan pacífica como la que planeaba la valiente nadadora. A mediodía ya no quedaba atisbo de azul sobre las cada vez más oscuras y agitadas aguas del canal pero Gertrie continuaba impertérrita, guiada por la canción que hablaba de amor, por el sueño de gloria y por la recompensa de conducir un flamante descapotable del color de su gorro de baño. Cuando comenzaba a caer la noche, la oscuridad competía con las olas en intensidad. El mar estaba cada vez más embravecido y desde el barco de apoyo apenas si podían vislumbrar la cabeza tocada de rojo que asomaba a duras penas entre la espuma mientras los brazos y las piernas, ya casi sin restos de la grasa protectora, seguían moviéndose aunque con evidente dificultad. Las condiciones del mar eran cada vez más parecidas a las que tantas veces antes habían hecho desistir a hombres mucho más grandes y fuertes que la pequeña pero resuelta neoyorquina. El viento arreciaba sobre la cubierta de la embarcación en la que su nuevo entrenador, el experto británico Bill Burgess, el segundo hombre en haber conseguido cruzar el canal, estaba muy preocupado por la salud de su joven pupila. En un momento dado decidía que aquello era un suicidio y se disponía a rescatarla cuando el padre de Gertrie se lo impedía recordando las palabras que le había dicho su hija antes de partir ‘No dejes que nadie me saque del agua salvo que yo lo pida’.

Gertrude Ederle en plena travesía del Canal de la Mancha.

Y Gertrie no lo pedía, seguía nadando pese a que, a las cada vez más altas olas, la cada vez más densa oscuridad y el cada vez más fuerte viento se añadía una fuerte corriente, al acercarse a las costas inglesas, que la desviaba de los blancos acantilados de Dover en los que tenía puesta su mirada como línea de meta. En esa ansiada costa se habían ido apostando a lo largo del día un buen número de espectadores, informados por radio y el boca a boca en las localidades costeras de la inminente llegada de la nadadora. Pasadas las ocho y media de la tarde empezaban a verla, o más bien, intuirla, a lo lejos, con los barcos de apoyo como referencia. Le restaba apenas un kilómetro pero la corriente le impedía avanzar en línea recta y la iba desviando cada vez más hacia el norte, obligándola a nadar en paralelo a la playa, aumentando de forma notable la ya de por si larga distancia a recorrer para completar la travesía.

Estaba tan cerca y, sin embargo, tan lejos. Parecía que nunca iba a terminar de alcanzar la tierra firme. Las fuerzas comenzaban a escasear y la duda se abría camino en la certeza que la había llevado hasta allí. Pero era sólo un momento de flaqueza. Ya no podía rendirse. Aunque los últimos 600 metros le costaban casi otra hora de esfuerzo que añadir a las más de trece que ya llevaba en el agua, las corrientes finalmente cedían a su empeño y las brazadas finales volvían a ser ágiles, rítmicas, dulces como el título de la canción cuyo ritmo seguían. Catorce horas y treinta y un minutos después de haberse lanzado al agua en Francia, Gertrude Ederle ponía sus pies en la playa de Kingsdown, unos diez kilómetros al nororeste de Dover. A causa de las corrientes, había nadado casi 55 kilómetros en lugar de los aproximadamente 36 previstos si la ruta hubiese sido la inicialmente planeada. Pero lo había logrado. Era la primera mujer en cruzar a nado el Canal de La Mancha. Y no sólo eso, por importante que fuera. Lo más impresionante, lo que nadie podía siquiera haber imaginado era que su marca rebajaba en más de dos horas el record del argentino Tirabochi. Aquellos que decían que atravesar nadando desde Francia a Inglaterra era imposible para una mujer quedaban doblemente en evidencia. La joven Gertrie lo había conseguido y, además, mucho más deprisa que cualquier hombre.

Recibimiento triunfal a Gertrude Ederle en Nueva York.
Audio del programa

MÁS INFORMACIÓN:

WHEN GERTRUDE EDERLE TURNED THE TIDE – por Gavin Mortimer en The Telegraph.

GERTRUDE EDERLE, THE FIRST WOMAN TO SWIM ACROSS THE ENGLISH CHANNEL – por Richard Sevredovec en el New York Times

GERTRUDE EDERLE, OLYMPIC CHAMPION AND GRITTY NEW YORKER - por Gabe Pressman en la web de NBC New York

REMEMBERING LONG-DISTANCE SWIMMER GERTRUDE EDERLE – artículo sobre Gertrude Ederle en la web history.com

PATROCINADORES: 

DEJA TU COMENTARIO: