El podcast dedicado a todo lo que tenga que ver con correr, nadar y pedalear
Daniel Ceán-Bermúdez
@daniel_cean

El año pasado se disfrazó de Virenque para añadir el reinado de la montaña del Tour a su botín de dos etapas en la gran ronda francesa. Pero, por mucho que fuese vestido con el maillot de lunares no engañó a nadie. Lo suyo no son las grandes cimas alpinas o pirenaicas, aunque, si llega el caso, se pueda defender con dignidad en los largos puertos de tendidas rampas. A este francés de aspecto fibroso y con perilla de mosquetero, lo que realmente le gustan son las cuestas de corta longitud y elevada pendiente, especialmente si justo a continuación aparece la pancarta de meta. Es ahí, en ese terreno en el que cuentan tanto o más las fuerzas como la capacidad para desplegarlas con rapidez y la inteligencia para saber cuando hacerlo, donde está realmente en su elemento el gran triunfador en las competiciones ciclistas celebradas en Italia durante el mes de marzo del 2019: Julian Alaphilippe.

STRADE BIANCHE


El explosivo ciclista del ‘Deceuninck-Quick Step’ comenzó su asalto a las carreteras italianas el día 9 en plena Toscana, escenario de la prueba moderna con estilo más antiguo: la ‘Strade Bianche’. Una competición relativamente nueva que, sin embargo, recuerda como pocas al ciclismo de otros tiempos gracias a su paso por los caminos sin asfaltar a los que debe su nombre. Una serie de tramos de lo que por allí llaman ‘sterrato’, que este año fueron más blancos y polvorientos que nunca en un día soleado y cálido que anunciaba la inminente llegada de la primavera. Nada que ver con el barrizal de doce meses antes, cuando la lluvia los había convertido en un lodazal más propio del ciclocross de siempre que de las pruebas en ruta de ahora. En todo caso, sobre barro el año pasado, y envuelta en nubes de polvo esta vez, la Strade Bianche tuvo como denominador común la presencia en la pelea por la victoria de un especialista en la modalidad invernal del ciclismo que se disputa fuera del asfalto, el belga Wout Van Aert.

El tres veces campeón mundial de ciclocross estaba en cabeza cuando se produjo el corte definitivo, a poco más de veinte kilómetros del final y todavía con dos sectores de ‘sterrato’ por delante. Pero no llevaba buena compañía para sus aspiraciones de conseguir la victoria. Junto al todoterreno belga del Jumbo rodaban camino de Siena el siempre duro Jacob Fuglsang y el peligrosísimo Julian Alaphilippe. Van Aert lo iba a tener imposible, porque llegar en un grupo pequeño junto al galo nunca es recomendable. Algo que también tenía claro el danés del Astana, que forzaba el ritmo en el penúltimo tramo sin asfaltar, aunque el resultado era soltar de rueda al belga y no al francés. Un nuevo intento de Fuglsang, en el último y empinadísimo camino de tierra, a doce kilómetros de la llegada, tampoco daba resultado. Y lo mismo ocurría con un postrero ataque, aprovechando un repecho asfaltado ya con Siena a la vista. Alaphilippe no cedía un metro mientras afilaba ya el cuchillo o, más bien, dado su aspecto de mosquetero, la espada.

Era cuestión de esperar el momento para lanzar la estocada definitiva. Poco le importaba que, desde atrás, llegase un irreductible Van Aert. El belga, todo pundonor, había gastado las pocas fuerzas que le quedaban en la persecución y era el primero en ceder cuando Fuglsang volvía a probar suerte, en la empinada rampa final de Santa Caterina. Era un ataque más por el honor de intentarlo hasta el último momento que con verdaderas esperanzas de victoria. Alaphilippe no se inmutaba y nada más coronar asestaba el golpe final y definitivo para dejar atrás al danés y entrar en cabeza en la Piazza del Campo. Allí le esperaba la victoria ante los ojos de una multitud de aficionados que en esta ocasión llenaban la monumental plaza no para ver a los caballos y jinetes de la famosa carrera del Palio sino a otros coloridos jockeys sobre monturas muy diferentes, de dos ruedas y cuyo movimiento depende sólo del corazón de quien los monta. Un corazón que latía a mil por hora en el pecho de Julian Alaphilippe cuando cruzaba la meta, brazo derecho en alto, celebrando una victoria que se añadía en su palmarés a las conseguidas el año anterior en la Flecha Valona y la clásica de San Sebastían para confirmarlo como uno de los mejores del mundo en este tipo de pruebas de un día.

TIRRENO-ADRIÁTICO


Unos días después, el francés tenía otro compromiso muy diferente en la ronda de los dos mares. Una competición de una semana en la que la lucha por la general acabaría decidiéndose del modo más emocionante que se pueda imaginar, en la contra reloj final y por el mínimo margen posible, un segundo, a favor del cada día más realidad que promesa Primoz Roglic sobre el siempre combativo Adam Yates. Pero antes de ese apretado desenlace se habían disputado seis etapas, cinco de ellas en línea tras el inicio contra el crono por equipos. Y de esas cinco dos fueron a parar a manos de Alaphilippe. Dos triunfos con escenarios y rivales diferentes, además.


El primero se produjo en la segunda jornada de competición, con llegada a Pomarance tras una parte final siempre cuesta arriba en la que el pelotón fue perdiendo unidades hasta quedar convertido en un grupo de apenas treinta ciclistas, entre los que estaban todos los aspirantes al triunfo final y no faltaban tampoco los hombres rápidos y de poderoso final. El que más de todos ellos era, probablemente, Gregg Van Avermaet, que arrancaba decidido en busca de la victoria a falta de unos trescientos metros. Un ataque respondido de inmediato por Alaphilippe, que no permitía al belga vestido de naranja albergar ni siquiera una mínima esperanza de ganar. El francés aceleraba cuando su rival intentaba rebasarle, se ponía en cabeza con autoridad y podía permitirse incluso el lujo de echar un vistazo hacia atrás para comprobar que nadie iba a superarle antes de soltar las manos del manillar y cruzar la meta celebrando la victoria.

Cuatro días después, en la penúltima etapa, poco más que un tranquilo preludio antes de la contra reloj individual que decidiría el resultado final de la Tirreno-Adriatico del 2019, el pelotón llegaba agrupado a un sprint en una recta que picaba hacia arriba lo justo para atragantársele a los más rápidos pero también más pesados velocistas. Lanzado por Richeze, Alaphilippe, se imponía por delante de Cimolai y de su compañero de equipo, Viviani, no se sabe bien si fruto de una táctica previa del Deceuninck-Quick Step o, pura y simplemente, porque en el momento de la verdad el francés se veía con más fuerzas que el poderoso sprinter italiano y tiraba para adelante sin pensárselo dos veces para volver a ganar y sumar su sexta victoria de una temporada que apenas si acaba de comenzar.

MILÁN-SAN REMO


Seis victorias que no valen todas juntas lo que para cualquier ciclista significa vencer en la ‘classicissima’ italiana de la primavera, la histórica Milán-San Remo. El primero de los cinco ‘monumentos’ del ciclismo internacional celebraba su edición número ciento diez el sábado 23 de marzo con un plantel de aspirantes al triunfo entre los que estaba, por derecho propio, el francés junto a su compañero Viviani, el colombiano Gaviria, el esloveno Sagan o el español Valverde, por nombrar sólo los que sonaban más en los pronósticos previos.

Todos ellos se mantenían con sus opciones intactas en el largo y tenso preámbulo en que acababan convirtiéndose los más de 260 kilómetros a recorrer antes de llegar a la famosa subida de la Cipressa, la penúltima de las dos cotas finales que suelen decidir cada año quien gana o, al menos, quien no va a ganar en San Remo. Esta vez, la Cipressa apenas si servía para tensar aún más los nervios y castigar todavía otro poco los músculos mientras el grupo de cabeza, cada vez con menos unidades en su seno, se lanzaba a toda velocidad en busca del valiente Nicolo Bonifazio, que desafiaba a las motos descendiendo a más de 80 kilómetros por hora en busca de consolidar una fuga imposible.


El atrevido atacante era neutralizado antes del ascenso definitivo, el del Poggio. Menos de cuatro kilómetros con un desnivel medio del 3.7% y una pendiente máxima del 8%. Cifras que apenas le darían status de cota de tercera categoría en una gran vuelta pero que, dada su situación, a sólo once kilómetros de la meta, y el enorme desgaste acumulado hasta entonces, después de más de seis horas de intenso pedaleo, convierten sus enrevesados ‘tornantes’ en el punto clave de la carrera. Es el sitio donde hay que atacar si se tienen fuerzas y no se quiere esperar al sprint. Así lo entendía Bettiol, que era el primero en tratar de irse en solitario. Tras él saltaba de inmediato Alaphilippe, y a rueda del francés iban entrando un grupo de lo más selecto, compuesto inicialmente por Kwiatkowski, Sagan, Trentin, Van Aert, Valverde y Naesen a los que, en los kilómetros de descenso, se iban uniendo otros cuantos ‘galgos’ más de primer nivel como Mohoric, Oss, Clarke o Nibali.

Se llegaba así a la Via Aurelia, donde Trentin hacía su apuesta pero tampoco iba muy lejos. La pancarta del último kilómetro se cruzaba a mil por hora con Mohoric en cabeza, seguido por Alaphilippe y el resto en fila india. El esloveno del Bahrein-Merida tampoco lograba irse, levantaba el pie y la decena de elegidos para la gloria del triunfo final comenzaba a vigilarse mientras cubría unos metros más, mirando a uno y otro lado, antes de que se lanzara el sprint definitivo. Cómo suele ser habitual en estos casos, nadie quería precipitarse y todos buscaban la rueda buena para ahorrar unos gramos de fuerza a cubierto del aire en cuanto se volviera a acelerar. El primero en arrancar era de nuevo Mohoric. Tras él salían Alaphilippe y Naesen que lo superaban de inmediato, con el francés siempre por delante. El belga intentaba remontar pero no pasaba de situar su rueda delantera en paralelo con la trasera del galo. Nadie iba a ser capaz de adelantarle. La victoria en la ‘clasicissima’ Milán-San Remo, el séptimo triunfo del 2019, el que vale por todos los anteriores (y por unos cuantos de los que, a buen seguro, aún están por llegar), era para el ciclista de moda del pelotón mundial: Julian Alaphilippe.

El insaciable francés completaba así, con el bocado más grande y más apetitoso, su festín del mes de marzo en Italia. Pero todavía tiene hambre de éxitos. A la vuelta de la esquina están las clásicas de la primavera belga, precisamente donde empezó el año pasado, con su triunfo en la Flecha Valona, esta extrardinaria racha de triunfos que parece no tener fin.


fotos prensa Team Deceuninck-Quick Step (Getty Images)
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