DOS SÉPTIMOS PARA ESPAÑA, UNA GRAN FINAL DE TRIPLE, UNA MARTILLISTA DE LEYENDA Y UN 1500 FEMENINO ALGO ATÍPICO

Campeonato del Mundo de Atletismo – Londres 2017: Jornada 4

La cuarta jornada del mundial de atletismo que se está disputando en Londres deparó los dos primeros resultados de finalista para la delegación española. Dos séptimos puestos, logrados por Orlando Ortega, en los 110 metros vallas, y Ana Peleteiro, en el triple salto, que dejaron sensaciones muy diferentes pese a ser, numéricamente hablando, el mismo resultado.

En el caso del vallista nacido en Cuba, la penúltima plaza en la final le supo a poco hasta a él mismo. Orlando no llegaba a Londres con el mismo nivel de forma que le había llevado a conquistar la plata olímpica en Río el verano pasado, pero, aun así, su clase y capacidad competitiva le permitieron superar todos los obstáculos (¡nunca mejor dicho en un vallista!) que fueron apareciendo en su camino hasta alcanzar la final. Y aunque a la carrera decisiva había accedido por tiempos, lo que siempre suele ser síntoma de entrar ‘por los pelos’, en realidad su eliminatoria había sido, con diferencia, la más dura y rápida, y su registro en la misma era el cuarto mejor de los ocho participantes que se iban a jugar las medallas en la noche del martes. Conseguir una de ellas se nos antojaba muy complicado pero, salvo la de oro, que parecía destinada a McLeod, tremendamente convincente en todas las carreras previas, no estaban, ni mucho menos, totalmente fuera de su alcance.

Sin embargo, en una prueba tan breve y, a la vez, tan complicada y tan técnica cómo es la de las vallas altas, cada carrera es un mundo. Cualquier mínimo fallo se amplifica, especialmente si se comete en los metros iniciales. Recuperar es, entonces, aun más difícil que en el cien liso, con las diez vallas dividiendo la prueba en once cortos minisprints en los que, salvo en el último, ya libre de obstáculos hasta la línea de meta, no se puede apurar más allá de un cierto límite si no se quiere perder más en el siguiente paso de valla de lo que se haya podido ganar en el corto trayecto desde el anterior. Así que cuando Orlando fue uno de los dos que con menos rapidez logró ponerse en marcha y encarar la primera valla, sus opciones de medalla se habían reducido prácticamente a cero. A su derecha, Omar McLeod volaba camino del oro que Jamaica necesitaba más que nunca después de la doble derrota de Usain Bolt y Elaine Thompson en los cien metros lisos. A su izquierda, Sergey Shubenkov, corriendo con una anónima equipación azul en calidad de invitado apátrida, se escapa en pos de la plata mientras su actuación reivindicaba la existencia de un atletismo ruso del máximo nivel sin necesidad de la odiosa ayuda del doping. Los dos se convertían pronto en inalcanzables, tanto para Orlando cómo para los cinco competidores restantes. Y de ellos, sólo el otro jamaicano, Parchent, que había salido aun peor, iba detrás del representante español. Los dos pagaban su mala arrancada y no podían remontar ni una sola posición en lo que quedaba de carrera. La medalla de bronce se la jugaban los cuatro restantes, entre los que emergía el húngaro Balasz Baji para cruzar la meta en tercera posición con un registro de 13:28, que se quedaba a cinco centésimas del logrado por él mismo, y por Ortega, en las semifinales del día anterior. Después de todo, el bronce si habría estado al alcance de Orlando… pero con sus prestaciones actuales, lograrlo hubiese exigido una carrera perfecta y la final, para su decepción, había estado lejos de serlo.

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En cambio, la séptima posición de Ana Peleteiro dejaba una sensación mucho más positiva, aunque llegase con el sabor agridulce para la atleta gallega de tener que acabar la competición antes de tiempo, por culpa de una lesión en su cuarto salto. Justo antes, en el tercero, el que resultaba decisivo para pasar a la mejora, la auténtica final, la de las ocho mejores, Ana había logrado un magnífico 14.23, el mejor salto de su vida o, al menos, el más largo. Aprovechando a la perfección el momento de viento más favorable que se daría en toda la final, la campeona del mundo Junior hace cinco años volvía a demostrar su calidad y lo hacía, además, en un concurso del máximo nivel. Lo más difícil ya estaba hecho. Restaban entonces tres intentos más para arriesgar y disfrutar. Pensar en medallas era utópico, con Yulimar Rojas, Caterine Ibargüen y Olga Ripakova más cerca de los dieciocho metros que de los diecisiete y medio. Pero las otras rivales podrían estar, tal vez, a su alcance. Desafortunadamente, la gallega se hacía daño en la pierna izquierda al caer en su primer salto de la mejora y ahí se acababa su participación. Un doloroso desenlace para una magnífica actuación… que, los que la seguíamos por televisión, nos teníamos que imaginar ya que sus intentos acabaron coincidiendo siempre con otros acontecimientos en el estadio a los que las cámaras prestaban más atención.

Los que si pudimos ver fueron los saltos de las tres medallistas, la venezolana, la colombiana y la kazaja. Las tres y, especialmente, las dos sudamericanas, mantuvieron un fabuloso duelo, al centímetro y hasta el último intento. Empezó mandando Ibargüen, con 14.67 en el primer salto. Replicó Rojas con 14.82 en el segundo. Volvió a tomar el mando la colombiana en el tercero, con un 14.89 que hacía inútil, por el momento, la mejora en un centímetro que lograba su rival en esa misma ronda. El cuarto no trajo cambios, aunque Caterine volvió a volar hasta el 14.80, dando la sensación de ser la que más opciones tenía de acabar por delante. Y entonces, en el quinto, Yulimar desplegó al máximo su esbelta figura para superar los 14.90 por un centímetro y recuperar la primera posición. Quedaba un último intento para Ibargüen, que se lanzó con toda su potencia en busca del oro. La colombiana aterrizó prácticamente justo dónde las marcas virtuales que la magia tecnológica de las infografías televisivas indicaban que estaba el 14.91 de su rival… ¿la habría superado?... ¡no!... la medición no dejaba lugar a dudas, le había faltado un centímetro para mejorar su marca anterior y tres para lograr la victoria. El triunfo y la medalla de oro eran para la venezolana que se entrena en Guadalajara, con Ana Peleteiro de compañera, a las órdenes del genial Iván Pedroso.

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La final del triple salto, una de las pruebas que ha de resultar más extraña para un profano en el atletismo, con esa complicada sucesión de carrera, despegue justo antes de pisar una banda de plastilina, brinco, salto y, finalmente, aterrizaje en la arena, había estado precedida de otra competición igualmente sorprendente para cualquiera que se acerque por primera vez a este fascinante deporte, la del lanzamiento de martillo. Una especialidad, la de enviar lo más lejos posible un artefacto compuesto por una pesada bola metálica unida a un asa por una cadena, cual si de maza de combate medieval se tratara, en la que los países del este han dominado de forma habitual a lo largo de la historia. En los años ochenta, cuando sólo la practicaban los hombres en las grandes competiciones, los entonces soviéticos Yuri Sedykh y Sergey Litvinov se repartían los títulos olímpicos y mundiales. Pero en la última década la hegemonía ha pasado a los atletas nacidos en Polonia, tanto en categoría masculina cómo en la femenina, qué se estrenó en los mundiales con la cita de Sevilla del 1999. Y entre las mujeres hay una que destaca especialmente, la fabulosa Anita Wlodarczyk. La polaca logró su primer título mundial en Pekín 2009 y desde entonces rara es la competición en la que no termina en primera posición. A Londres llegaba con cerca de cuarenta victorias consecutivas y con un palmarés extraordinario: dos oros olímpicos, dos mundiales y tres europeos. Y en el estadio olímpico de la capital británica extendía su racha de imbatibilidad para sumar su tercer título de campeona del mundo con un lanzamiento de casi 78 metros, a más de cuatro de su fabuloso record de 82.29 establecido el año pasado en los juegos de Río pero más que suficiente para ganar con casi dos de ventaja pese al postrero intento de la china Wang, que evitó el doblete de las polacas con tres lanzamientos por encima de los 75 metros.

ÚLTIMOS METROS DE LA FINAL DE 1500M FEMENINA - LONDRES 2017

El cuarto día de campeonato se cerraba con la final del 1500 femenino. Una carrera que se planteaba cómo una lucha entre las especialistas clásicas del mediofondo, atletas generalmente delgadas, de físico menudo y correr grácil, y la gran dominadora del 800 en los últimos años, la descomunal, en talla física y atlética, Caster Semenya. La presencia de la sudafricana condicionaba de forma total el modo en que sus rivales afrontaban la prueba. La prueba no podía ser esa típica ‘carrera táctica’, eufemismo de ‘lenta’ que tanto se usa y que es el tipo de desarrollo más habitual en las finales de esta distancia en los grandes campeonatos, cuando lo importante es el puesto y no la marca. Pero si cualquiera de ellas, desde la campeona olímpica, la keniata Kipyegon, a la heroína local, la británica Laura Muir, quería tener la más mínima opción de ganar no podía pensar en hacerlo al sprint ante una atleta del poderío y la velocidad terminal de la mejor ochocentista del mundo. Había que marcar un ritmo fuerte que la desgastase, que le quitase algo de esa tremenda fuerza con la que aniquila a sus competidoras en los últimos metros de las carreras de dos vueltas a la pista. El problema era atreverse a lanzar la carrera, con el riesgo que ello supone siempre de gastar reservas que serán muy necesarias poco después. Pero, sea cómo fuere, había que hacerlo. Y Muir, espoleada por su público y muy consciente de su papel de ídolo local, daba el valiente paso con un primer cuatrocientos razonablemente veloz. Pero, viendo que nadie se atrevía a darle el relevo, la británica ‘levantaba el pié’ en el segundo, y el grupo se mantenía agrupado hasta el toque de campana, en la carrera ideal para Semenya, que acechaba desde la octava o novena posición

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Hacía falta otra valiente que acelerase el ritmo y rompiese el grupo, porque, si no, el desenlace estaba más que cantado: iba a ganar la sudafricana. Y entonces surgía la holandesa Sifam Hassan, líder mundial de la distancia este año. Su ataque desde lejos dimanitaba la carrera. Tras ella se iban la keniata Kipyegon, la americana Simpson, la británica Muir y la etiope Dibaba, con la sueca Bahta y la polaca Cichocka tratando también de responder pero cediendo en seguida. A continuación venía Semenya, que acusaba el golpe pero empezaba a reaccionar aunque había perdido contacto y apenas tenía espacio ya para recuperar todo la distancia que la separaba de la cabeza. Por delante, Hassan entraba en la recta aun en cabeza pero los últimos ochenta metros se le hacían interminables. Tanto cómo para acabar hundida en la quinta posición. La primera en rebasarla era Kipyegon, corriendo con su fácil y elegante estilo por la calle 2 para cruzar la meta en primera posición y añadir el oro mundial al olímpico conseguido el año pasado en Brasil. La siguiente en pasar a la agotada holandesa era Muir, pero la pálida atleta inglesa apenas tenía ya más fuerza que su morena rival de los Países Bajos. Y a unos pasos de ella, cada vez más cerca y más deprisa, venía una doble amenaza. La estadounidense Simpson remontaba por el interior, casi sin que nadie se diera cuenta porque todas las miradas estaban puestas en Semenya, que llegaba por la calle 3 con el imparable ímpetu de un tren lanzado a toda velocidad. La americana se colaba por la cuerda para acabar segunda. La sudafricana alcanzaba y rebasaba sobre la misma meta a la inglesa, que se tenía que conformar con una amarga cuarta posición después de haberlo dado todo para subir al podio ante su público. Al menos, a ella y a la holandesa les puede quedar el consuelo de haber sido claves en evitar el triunfo de la ‘intrusa’ venida del ochocientos… porque, visto lo visto, en cuanto la portentosa sudafricana le coja más el tranquillo a la distancia, pocas veces más va terminar una carrera de 1500 en otro lugar que no sea el que suele ocupar al término de las de 800, la primera posición.

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