‘De los cuarenta para arriba, no te mojes la barriga’… eso recomienda un viejo refrán, considerando que a partir de tal edad hay que ser más prudente y dejar ciertas hazañas para los más jóvenes. Pero en inglés no me parece que haya una expresión equivalente y, en todo caso, dudo que, de existir, la hubiese seguido Jack Holden, capaz de lograr sus mejores éxitos a los 43 años de edad. Y de lograrlos, además, en la más dura y exigente de las distancias atléticas, la maratón.
Este británico, con unos orígenes y una trayectoria personal a medio camino, por la época en que discurre, entre las novelas de Charles Dickens y las películas de Ken Loach, podría ser perfectamente el protagonista en un relato del aclamado literato del siglo XIX o en una cinta del maestro del realismo social de finales del XX.
Porque Jack Holden, nacido en 1907 en el seno de una muy modesta familia del ‘Black Country’, en pleno corazón minero y siderúrgico de los ‘Midlands’, la zona central de Inglaterra, tiene mucho de lo que suele caracterizar a los típicos personajes de Dickens o Loach. Para empezar, el origen humilde que, inevitablemente, condiciona sus opciones en la vida y, a la vez, contribuye a forjar su carácter indómito y su afán de lucha. El pequeño Jack es uno de los nueve hijos de una pareja con pocos recursos, así que a duras penas puede completar la educación primaria. Con 14 años no tiene más remedio que dejar la escuela y empezar a trabajar junto a su padre para colaborar en el sustento de su madre y sus ocho hermanos. Se trata, además, de una labor dura, golpeando hierro al rojo en una candente fundición durante interminables jornadas en las que, a la vez que moldea el maleable metal a altísimas temperaturas, va desarrollando también una fortaleza física y una notable musculatura en su menuda figura de poco más de uno sesenta de estatura.
Jack se convierte así en un joven duro, de cuerpo y mente. Y empieza a practicar el deporte que parece más adecuado a sus características, el boxeo. Pero resistir el duro castigo en el ring exige no sólo fuertes brazos sino, además, corazón y piernas resistentes. Así que el joven Holden se pone a correr para mejorar su preparación cómo pugilista. Pero lo que empieza siendo un medio se acaba convirtiendo en un fin en si mismo. Medio en broma, medio en serio, fruto de la típica apuesta juvenil con un compañero de entrenamientos, envalentonado por haber logrado la victoria en una carrera local, Jack se apunta al siguiente evento que se disputa en la zona, una prueba de 3 millas en la vecina Wednesbury. Y no sólo bate a su amigo, también se impone a todos los demás, llevándose cómo premio un cerdo vivo, trofeo mucho muy codiciado para alguien cómo él que cualquier brillante copa de metal. El animal del que más partes se aprovecha para comer, sirve de alimento a la numerosa prole de los Holden durante una buena temporada. Y el éxito en su debut atlético anima al joven Jack a cambiar sus objetivos. Adiós a las doce cuerdas del ring, su siguiente terreno de lucha van a ser los caminos rurales en los que se disputan las pruebas atléticas.
Con apenas 20 años, ya forma parte del ‘Tipton Harriers’, uno de los clubs de atletismo con más tradición en un país de tanta cultura deportiva en general, y de carreras a pie en particular, cómo es Inglaterra. Eso sí, primero está a punto de sufrir una de esas absurdas injusticias que tan habitualmente azotan a los personajes de Dickens o Loach, con los que sigue teniendo numerosos puntos en común. Resulta que el premio logrado en su primera carrera, ese sabroso cerdo que tan bien aprovechó toda su familia, tiene un valor monetario superior al que la AAA (la asociación del atletismo amateur británico) permite cómo recompensa para un atleta. Por fortuna, los muy estrictos federativos acaban entrando en razón y, tras no pocas deliberaciones, aceptan que Holden no es un profesional y puede tomar parte como amateur en las competiciones atléticas oficiales. Empieza entonces una rápida sucesión de éxitos que convierten al bajo pero fornido ‘midlander’ en uno de los principales corredores de cross y larga distancia británicos, ganando un buen número de títulos nacionales y logrando además sus primeros éxitos fuera de las islas. Entre 1933 y 1939, Holden, convertido ya en toda una referencia en la especialidad del campo a través, logra cuatro veces la victoria en el Internacional Cross-Country, el equivalente de la época a lo que luego sería el Cross de las Naciones y, posteriormente, el actual Campeonato del Mundo de Cross.
Pero entonces estalla la guerra, el deporte queda en un segundo plano y Holden, que había perdido su empleo en la fundición a causa de la crisis económica, se enrola en la RAF. Los siguientes seis años los pasa cómo instructor físico de los pilotos, y es fácil imaginarlo tratando de contagiar su energía y entusiasmo a los jóvenes reclutas, convertido en una especie de ‘sargento de hierro’ en versión británica. Acabado el largo conflicto bélico, Jack ya no es ningún crío, está cerca de cumplir los 40 y cualquiera podría pensar que ya es tarde para volver a ponerse las zapatillas y salir a correr contra los más jóvenes por caminos embarrados y polvorientas carreteras secundarias. Pero el exboxeador y ex obrero de una fundición no se considera todavía un exatleta. Retoma los entrenamientos y en la Internacional Cross-Country del 46 vuelve a ser el mejor representante de Gran Bretaña, aunque esta vez tiene que conformarse con la sexta posición de la general.
En todo caso, Holden había vuelto y, además, por partida doble. Porque aparte de seguir siendo el mejor de las islas en el campo a través empieza a ser también la referencia sobre el asfalto en la maratón, especialidad en la que se centra después de no ser incluido en el equipo británico de cross por no haber terminado entre los mejores del nacional de aquel año… algo imposible de lograr porque una copiosa nevada le impidió a él, y a otros atletas de la zona central y sur de Inglaterra, acudir a la prueba. Enfadado por la injusta decisión, Jack proclama que nunca más competirá en campo a través. Y siendo cómo es un tipo de principios y profundas convicciones, cumplirá sus palabras a rajatabla, pasando a participar a partir de entonces sólo en pruebas de ruta.
En 1947, ya con 40 años de edad, el rocoso atleta que viste la camiseta a rayas horizontales verdiblancas de los Tipton Harriers se proclama campeón británico en la prueba de los 42,195 kilómetros. Un triunfo que le abre las puertas del equipo de su país para los primeros Juegos de posguerra, los que se celebrarán en Londres al año siguiente. Sin embargo, la gloria olímpica, a la que no había podido siquiera aspirar a causa de la guerra, le seguirá siendo esquiva. Tratando de endurecer al máximo las plantas de sus pies para soportar mejor la exigente carrera, Jack los sumerge la víspera de la prueba en una solución de permanganato de potasio… y exagera en el tratamiento. Al día siguiente sufre terriblemente a causa de las ampollas y no tiene más remedio que retirarse en el kilómetro 27, quedando fuera de una competición que pasaría a la historia por su igualado final y en la que, tras el vencedor, el argentino Cabrera, lograría la segunda plaza el británico, Tommy Richards, un atleta al que Holden solía ganar con claridad.
La decepción es enorme y Jack piensa en dejar de competir. Pero su esposa, Millie, le anima a seguir, reanuda sus entrenamientos, que son cada vez más duros, superando las 100 millas (alrededor de 170 kilómetros) por semana (algo inusual en la época) y, a principios del año siguiente, se apunta a la ‘Morpeth-Newcastle’, una carrera en la que ya había logrado la victoria en 1947. En la prueba compite Richards, medalla de plata en la maratón de los Juegos de Londres del año anterior. Su presencia es una motivación extra para Holden, que sale a por todas desde el inicio de la carrera, lidera de principio a fin y logra la victoria estableciendo un nuevo record para la competición. El ‘viejo zorro’, cómo se le conocía en los ambientes atléticos británicos, sigue siendo el más rápido, fuerte y resistente de todos, por mucho que su compacto aspecto se aleje bastante del estereotipo de corredor fibroso, estilizado y de largas piernas que se suele asociar con los atletas de fondo. Ese mismo año, Holden triunfa en una la maratón internacional de Eschende, en Holanda, y vuelve a proclamarse campeón británico de la distancia, título que logra por tercera vez consecutiva y que alcanzará también en la temporada del 1950, en la que cumplirá 43 años y conseguirá sus dos éxitos más importantes.
El primero llega a principios de año, en los Empire Games que se celebran en la capital de Nueva Zelanda, Auckland, durante el mes de febrero. Una carrera en la que Holden es el gran favorito y que resulta especialmente dura debido al intenso chaparrón que se abate sobre el recorrido cuando los atletas apenas si han cubierto los primeros diez kilómetros. Bajo el fuerte aguacero, Jack, vistiendo la camiseta blanca con dos franjas rojas y la rosa de los Lancaster, símbolo de Inglaterra, se distancia y nadie puede seguirlo… ¡salvo un perro! Aquí se mezcla un poco historia y leyenda, porque hay quien dice que se trataba de un peligroso Gran Danés, aunque en las imágenes de la época se ve corriendo tras él a uno más bien pequeño y mucho menos amenazador, del estilo al famoso ‘Pancho’ del anuncio de nuestra lotería.
De todas formas, independientemente del incidente canino, son las dificilísimas condiciones en las que se disputa la prueba las que están a punto de pasarle mayor factura. Sus zapatillas poco menos que se deshacen en el agua que inunda la carretera. Tiene que detenerse y no le queda más remedio que quitárselas, ya que no encuentra siquiera a alguien que le pueda dejar unos pañuelos para tratar de atarlas y mantener por lo menos las suelas. Faltan aun nueve kilómetros, que ha de afrontar descalzo, sobre un asfalto encharcado. Pero ello no impide que Holden se mantenga en cabeza. De hecho, su ventaja es cada vez mayor hasta superar los cuatro minutos cuando sus doloridas plantas sienten el alivio de pisar la fresca y mullida hierba del estadio, sobre la que discurren los últimos metros de la prueba. Apenas unos días antes de su 43 cumpleaños, descalzo y con los pies ensangrentados, logra la que hasta entonces es su mayor victoria, cuyo eco se amplifica por el modo en que la ha conseguido.
Jack Holden con la camisera de Inglaterra y los pies descalzos y ensangrentado en los últimos metros de la maratón de los Empire Games del 1950
Unos meses después, en septiembre, se disputan en Bruselas los Campeonatos de Europa de Atletismo. Holden es la punta de lanza del equipo británico en la maratón, y parte entre los favoritos junto al local Gailly, el heroico derrotado en la prueba Olímpica de Londres dos años antes, cuando entró primero en el estadio pero, exhausto, acabó a duras penas en tercera posición. Ambos tendrán que hacer frente, además, a un potente equipo de la cada vez más pujante Unión Soviética, encabezado por Vanin. El belga, con la motivación extra de competir en casa, es quien marca el ritmo inicialmente, pero paga caro su entusiasmo y cede hacia mitad de carrera. Delante van quedando cada vez menos y, finalmente, cuando restan unos cinco kilómetros, sólo son dos: Holden y Vanin. Se llega entonces a una subida en la que el británico se había fijado durante su entrenamiento de los días previos a la prueba y que se había marcado cómo el lugar idóneo para atacar e irse en busca de la victoria. Y justamente eso es lo que hace, empujado además por su fuerte sentido patriótico, que le había llevado a desafiar a los soviéticos ya antes del inicio de la prueba, cuando los tan vio arrogantes y confiados cómo para querer demostrarles que él lo era aun más. Les mostró la ‘Union Jack’ del frontal de su uniforme y les dijo, 'fijaos bien porque luego sólo vais ver el dorsal de mi espalda'.
Jack Holden posa orgulloso con los colores de la selección británica
Una bravata que cumplió con su planeado ataque en la dura ascensión, realizado mientras luego comentó que pensaba ‘¡o gana el Rey Jorge o gana Stalin!’. Holden cogió unos metros de ventaja y ya nadie pudo alcanzarle. Poco después, cruzó la meta en la primera posición, proclamándose campeón de Europa a la edad de 43 años, algo que nadie había conseguido hasta la fecha… y que nadie ha logrado tampoco desde entonces. Tras él veterano británico entró segundo el finlandés Karvonen, quien, nada más acabar, le preguntó a Holden por su edad. Cuando este le dijo ‘43’, el nórdico no pudo contener su asombro y exclamó: ¡es más viejo que mi padre! Una reacción que era todo un halago para Holden, encantado de presumir de edad antes sus jóvenes rivales y hasta de bromear poco después sobre ello durante la entrega de premios con el recién coronado rey Balduino, a quien cuentan que dijo algo así cómo: ‘encantado de conocerle majestad, es usted el tercer rey de Bélgica que conozco, ¡no se encuentra uno tres reyes ni jugando a las cartas!’. Y es que en los años previos a la guerra, Holden ya había ganado alguna carrera en Bélgica y había recibido entonces los trofeos de manos del padre y el abuelo del nuevo monarca.
Pero, campeón de Europa o no, Holden seguía siendo un auténtico atleta amateur. Su sustento llegaba del empleo cómo encargado en una fábrica de embutidos que había logrado tras licenciarse del ejército. Y al día siguiente de vencer en Bruselas había que ir a trabajar. Así que nada más acabar la carrera, emprendió viaje de regreso a casa, llegó a las tantas de la noche, llamó a su jefe para decirle que ya estaba de vuelta y que había ganado, este le felicitó y le dijo que se tomase un buen desayuno antes de reincorporarse a su puesto… y apenas una hora después el campeón de Europa de maratón estaba ya cumpliendo con su horario laboral, tal y cómo venía haciendo desde que era un crío y se pasaba horas y horas dando martillazos en la fundición junto a su padre.
Holden posa junto a los otros británicos que lograron título de campeones en los europeos de Bruselas de 1950
Con 43 años y habiendo conseguido el mayor éxito de su carrera, no faltaban los que aconsejaron entonces a Holden que se retirase. Y ganas tal vez no le faltaban pero, por otra parte, no quería marcharse aun, todavía se sentía con fuerzas y, además, seguía ganando. Así que a los que le preguntaban por su retirada les respondía ‘lo dejaré cuando haya otro británico que corra más que yo’. Algo que, finalmente, ocurrió a mediados del año siguiente en la ‘Poly’ maratón, la clásica prueba de la Universidad Politécnica Londinense, con salida en Windsor y llegada en Chiswick. Su edición del 1951 se convirtió en cerrado duelo entre Holden y un atleta con once años menos de edad y que ya venía pisando fuerte, Jim Peters. El veterano campeón resistió al joven aspirante durante más de media carrera, incluso intentó dejarlo atrás y pareció conseguirlo por unos metros. Pero, Peters reaccionó y fue quien acabó despegándose en cabeza para lograr la victoria. Holden, siempre hombre de palabra, fue fiel a su proclama y no corrió nunca más. Además, dejó las competiciones no sólo satisfecho por los éxitos de su larga carrera deportiva sino, también, porque vio que el relevo al frente de la maratón británica estaba asegurado. Y acertó de pleno. Doce meses después, Peters batiría el record del mundo en esa misma maratón… y repetiría la hazaña en las dos ediciones sucesivas para convertirse en uno de los grandes de la especialidad a nivel mundial en los años ciencuenta.
Con su derrota ante Peters, ‘el viejo zorro’ había muerto para el atletismo, cómo tituló con crueldad un diario de la época. Pero su vida aun duró otros cincuenta y tres años, y su recuerdo se mantiene vivo. Su club, los Tipton Harriers, le pusieron su nombre al estadio en el que disputan sus competiciones. Y hasta quisieron erigir una estatua en su honor. Algo a lo que Holden, tal vez recordando el episodio de la maratón de Auckland, se negó con humor diciendo que mientras estuviera con vida no iba a consentir que un perro mease sobre él. Ahora, una vez fallecido a los 97 años de edad, hay un memorial en su honor en un jardín de Tipton… pero sin estatua que pueda atraer la atención de perros cómo aquel que le persiguió, sin éxito, camino de uno de sus mayores triunfos. Un destino, el de correr tras el fornido Jack sin poder alcanzarle, que sufrieron muchos atletas a lo largo de los más de veinte años que se mantuvo en activo aquel chaval que iba para boxeador, se convirtió en atleta poco menos que de casualidad, tras ganar un cerdo cómo premio en una carrera de pueblo, y siguió ganando carreras del máximo nivel hasta bien pasados esos cuarenta que el refranero español pone de tope para según que esfuerzos. Sin duda todo un personaje, digno de novela de Dickens o película de Loach... pero de lo más real y auténtico.
Jack Holden Interview - entrevista de David Thurlow a Jack Holden realizada en el año 2000
Profile: Jack Holden - artículo sobre Jack Holden en la web RacingPast
Jack Holden. – artículo sobre Jack Holden en el blog Vintage Running
Jack Holden. – artículo de Clip Franks publicado en la web del Tipton Harriers
Athletics: Magical memories of those olden Holden golden days. – Artículo de Simon Turnbull publicado en The Independent el 11 de enero del 2004