Atenas era el escenario soñado para los Juegos Olímpicos de 1996, los del centenario. Pero no se disputaron en la capital griega, que tuvo que esperar ocho años más para acoger de nuevo la gran fiesta del deporte mundial basada en la milenaria tradición helenística. En su lugar, la sede elegida fue Atlanta, en el sur de los Estados Unidos. Una decisión polémica en la que, cómo en tantas situaciones de nuestra vida cotidiana, la razón se impuso a la pasión, lo material a lo espiritual, lo comercial a lo romántico.
Los ‘Juegos de la Coca Cola’, cómo se les bautizó con cierto desprecio, no estuvieron, sin embargo, exentos de emoción, empezando por un momento inolvidable en su ceremonia de apertura, el siempre especial acontecimiento del encendido del pebetero con la llama olímpica. Un instante para el que Barcelona 92, con el mágico vuelo de la flecha de fuego, había puesto el listón muy alto en lo que respecta a la espectacularidad. Pero, curiosamente, en los Juegos más comerciales, en el país dónde el espectáculo lo es todo, los organizadores no optaron por un ‘más difícil todavía’ a la hora de prender la llama que presidiría las dos semanas de competición. En su lugar se decidieron por un acto mucho más íntimo y, desde luego, tremendamente emotivo por ser quien fue su protagonista y sus circunstancias. Cuando Mohamed Alí recogió el fuego de la antorcha, que había portado en el último relevo la nadadora Janet Evans, el mundo entero se emocionó, a la vez que deseaba con todas sus fuerzas que el veterano campeón pudiese completar el encendido, mientras sujetaba la antorcha tembloroso debido a los terribles efectos de la enfermedad de Parkinson. Pero ‘El mejor’ y ‘El más grande’ no podía fallar… y no lo hizo. Con paso lento pero decidido, sujetando la antorcha con toda la firmeza que le permitían sus ya muy debilitadas y antaño poderosísimas manos, Alí deposito el fuego sagrado en el lugar previsto para que ascendiese hasta iluminar la noche de Atlanta desde el pebetero situado en lo más alto del estadio.
Nueve días más tarde, a primera hora del 28 julio, esa misma llama apenas se podía ver entre la bruma cuando, cinco minutos después de las siete de la mañana, se daba la salida desde la pista de atletismo a la prueba de maratón femenina. Las altas temperaturas habituales en la zona durante el verano habían aconsejado tan temprana partida para evitar, en lo posible, el tórrido calor durante la carrera. Aun así, el mercurio en los termómetros ya estaba por encima de los 20 grados centígrados, y la humedad superaba el noventa por ciento, cuando las ochenta y ocho atletas, pertenecientes a cincuenta y tres países, iniciaron, con tres vueltas al estadio, el recorrido de ida y vuelta que las traería, después de 42 kilómetros y 195 metros, otra vez al mismo escenario, presidido por el fuego sagrado encendido por Mohamed Ali cómo símbolo de paz. Un significado especialmente importante aquella mañana, apenas unas horas después de que un fanático hubiese sembrado el miedo en la villa olímpica, con una bomba de fabricación casera que acabó con la vida de una persona y produjo heridas a más de un centenar.
Nada más dejar el estadio, la gran favorita, Uta Pippig, decidía marcharse en solitario, dispuesta a aprovechar al máximo las condiciones meteorológicas, más benignas de lo previsto gracias a la espesa niebla que atenuaba los rayos del inclemente sol sureño... algo que era probable no fuese a durar mucho tiempo. El plan de la germana era sacar ventaja entonces, pensando en que, tarde o temprano, el astro rey se iba a hace dueño y señor del cielo, las temperaturas iban a subir mucho y, bajo el intenso calor que se esperaba presidiese la segunda mitad de la carrera, sus rivales no tuviesen fuerzas para recuperar el terreno que les hubiese sacado en ese atrevido ataque inicial la mujer que era la auténtica reina de la maratón en la segunda década de los noventa. De hecho, apenas un mes antes, la alemana había logrado su tercera victoria consecutiva en Boston, en el que era el centenario de la prestigiosa prueba, enriqueciendo aun más un palmarés en el que figuraban tres triunfos en la de Berlín y una en la de Nueva York.
Así que cuando Pippig se fue sola en cabeza, pasando a la altura de la tumba de Martin Luther King, en el kilómetro 5 del recorrido, con 13 segundos de ventaja sobre un compacto grupo en el que ninguna de sus rivales se atrevía a seguir su ritmo, temerosas del fuerte calor que estaba por llegar para acrecentar la dureza de un recorrido lleno de exigentes subidas y bajadas, los pronósticos parecían destinados a cumplirse. Y más aun cuando en el kilómetro 10 el margen a favor de la germana se había doblado y se acercaba al medio minuto. Sin embargo, cinco más tarde la distancia se había reducido a 20 segundos y el ritmo de Uta ya no era tan alto. Un doloroso problema en el nervio ciático empezaba a ralentizar su marcha y, poco después, era engullida por el grupo hasta acabar teniendo que abandonar.
Tampoco llegaba muy lejos la heroína local, Jenny Spangler, una alteta poco menos que desconocida que había causado sensación imponiéndose en los siempre exigentes ‘trials’ preolímpicos estadounidenses. Su historia era de esas que venden periódicos, una treintañera que había destacado en sus tiempos de universitaria pero que, después, apenas si había vuelto a aparecer en las primeras posiciones a causa de una persistente mala racha de lesiones y problemas… hasta retornar poco menos que de la nada para ganar a todas las más consagradas especialistas en la distancia más dura y exigente del atletismo. Sin embargo, el cuento estilo Cenicienta de Jenny no tendría final feliz. Desde su sorprendente triunfo en las pruebas de selección, arrastraba una lesión en el tendón de Aquiles que la acabaría obligando a retirarse alrededor del kilómetro 10, desapareciendo a continuación del primero plano de la escena de forma aun más rápida que cómo había llegado a ella.
Jenny Spangler dio la gran sorpresa al ganar los Trials preolímpicos estadounidenses
Otra de las posibles candidatas a las primeras plazas, Liz McColgan, tampoco tenía su día. La británica, plata en los 10000 metros en Seul 88 y campeona de la misma distancia en Tokio 91, se había reconvertido posteriormente con éxito a las carreras de larga distancia, ganando la maratón de Nueva York en el 91 y la de Tokio en el 92. Después, las lesiones la habían lastrado y parecía que sus mejores momentos quedaban ya atrás hasta que en el año de los Juegos de Atlanta se había impuesto en la maratón de Londres. Liz llegaba a la capital sureña de los Estados Unidos dispuesta a luchar por la victoria pero pronto empezaba a sucumbir a la dureza del recorrido y tenía que resignarse a ver cómo la iban pasando otras competidores con peores marca que ella, para acabar alcanzando la meta en una retrasada decimosexta posición.
En cambio con la que pocos contaban era con una joven etíope de 22 años de edad, llamada Fatuma Roba. Hija de unos modestos granjeros del pequeño pueblo de Boteji, Fatuma había disputado su primera maratón tres años antes, cuando aun no había cumplido veinte… ¡y la había ganado! Además, para cualquier etiope no se trataba de una carrera cualquiera, era el memorial Abebe Bikila, disputado a casi 2500 metros de altitud en Addis Abeba. De todas formas, sus primeras apariciones a nivel internacional, con ser prometedoras, tampoco habían resultado lo suficientemente llamativas cómo para pensar en aquella delgada jovencita vestida de verde, que había terminado decimoctava en el mundial de Goteborg, cómo una posible candidata a las medallas. Bien es verdad que en los seis meses inmediatamente anteriores a los Juegos había ganado en Marrakech y en Roma, pero una maratón olímpica es otra cosa y, además, habiendo corrido dos ya en tan corto periodo de tiempo, esperar que pudiese a rendir al nivel de los mejores en una tercera, con la dureza que iba a tener la de Atlanta, no parecía probable.
Pese a los pronósticos de mucho calor, el cielo estuvo cubierto y las temperaturas no fueron finalmente tan altas
Sin embargo, la primera que alcanzaba y rebasaba a Uta Pippig cuando esta empezaba a perder ritmo y posiciones era Fatuma Roba. La joven etíope tomaba el relevo de la germana cómo líder en solitario y su ventaja sobre el cada vez menos numeroso grupo de perseguidoras iba aumentando kilómetro a kilómetro. A mitad de carrera, cuando las competidoras iniciaban el camino de retorno al estadio, por un trazado que discurría prácticamente paralelo al que les había llevado hasta allí, Roba aventajaba en casi diez segundos a un selecto cuarteto formado por las dos últimas campeonas y subcampeones olímpicas y mundiales: la rusa Valentina Yegorova y la japonesa Yuko Arimori, oro y plata cuatro años antes en Barcelona, y la portuguesa Manuela Machado y la rumana Lidia Simon, primera y segunda el verano anterior en Goteborg.
Fatima Ruba sola en cabeza, seguida por el camión de prensa, en los kilómetros finales de la carrera
Pero, por mucho que lo intentan, ninguna de ellas puede seguir el ritmo de la africana. En el kilómetro 25, Roba ya va casi medio minuto por delante. Cinco después, en el 30, el margen supera el minuto y sigue subiendo. Lo hace, de hecho, más deprisa que la temperatura, con el sol finalmente algo perezoso aquella mañana, cómo si no quisiese hacer sufrir más de lo necesario a unas atletas ya bastante castigadas por los continuos toboganes del recorrido, que las lleva arriba y abajo a través de varios barrios periféricos de Atlanta. En el kilómetro 35, Fatuma continúa imperturbable en cabeza, escoltada por un inmenso camión sobre el que se apelotonan los periodistas que siguen la carrera. Tras ella, ya a casi minuto y cuarto, se ha quedado sola Yegorova, que precede en unos segundos a Arimori, con Simon unos pasos por detrás y las dos viendo cómo se les acerca la germana Katrim Dorre, que viene recuperando terreno.
De ahí al final las tres primeras posiciones ya no cambiarán más. La delgada figura de Fatuma Roba es la primera en entrar en el estadio olímpico, dónde los rayos solares ya acompañan a la sagrada llama encendida por Ali para iluminar la pista. Apenas unos segundos por encima de las dos horas y veintiséis, la etíope cruza la meta para convertirse en la primera mujer africana que logra el oro olímpico de maratón y unirse en el palmarés de la 'carrera de las carreras' al inspirador de cualquier atleta nacido en la tierra de procedencia del genial corredor que ganó descalzo en Roma.
Dos minutos después de Roba cruza la meta Valentina Yegorova, que añade a su oro olímpico de Barcelona la plata de Atlanta, lograda además esta última luciendo los colores de su país en lugar de los del ‘equipo unificado’ bajo los que habían competido cuatro años antes ella y todos los atletas de las recientemente convertidas en 'repúblicas exsoviéticas'. Apenas medio minuto más tarde, la siguiente en llegar es también la mujer que, cuatro años antes, alcanzó tras ella la línea final en el estadio de Montjuic, Yuko Arimori. La japonesa sufre lo indecible para conseguir mantener la tercer posición y no perder el bronce ante la germana Katrim Dorre, que ha ido a más en los kilómetros finales pero tiene que conformarse con acabar cuarta, a seis segundos del bronce, y con ser la primera del equipo germano en lugar de la esperada Uta Pipping, que nunca llegará a alcanzar la meta tras haber ido siendo superada por numerosas rivales, atónitas al ver que rebasan a la que, en teoría, era la más fuerte de todas ellas y que, sin embargo, acabará abandonando.
Las tres medallistas en la maratón femenina de Atlanta: Yuko Arimori (bronce), Fatuma Roba (oro) y Valentina Yegorova (plata)
Una de las que casi no daba crédito a sus ojos cuando adelantaba a la germana es la muy desconocida atleta, para la inmensa mayoria del público que llena las gradas del estadio, que llega un par de minutos después. Es bajita, menos de metro sesenta, en su menudo aspecto destaca una inmensa sonrisa y, con su indumentaria enteriza, que recuerda a un bañador, y el fresco aspecto que presenta mientras completa los últimos metros sobre el tartán, tal parece que viene de una plácida carrera desde la playa más cercana en lugar de ser la quinta clasificada en una maratón olímpica. ¿Quien será, imagino que se preguntaría muchos de los espectadores, esta alegre joven que va a terminar en una muy destacable quinta posición, por delante de un buen número de las favoritas para los puestos de cabeza? Su uniforme tiene los colores de España, nación que presenta por primera vez un equipo de tres atletas en la dura prueba de los 42,195 kilómetros. Pero no es ni Mónica Pont, la española que había destacado a nivel internacional el año anterior en la prestigiosa maratón de Osaka, ni Ana Isabel Alonso, su compatriota que le había arrebatado el record nacional poco después en San Sebastián. Se trata de la tercera componente del equipo español, una asturiana que vive uno de los momentos más felices de su vida después de una carrera increíble, de menos a más, en la que ha ido superando rivales a las que había ganado alguna vez en sueños pero, hasta entonces, nunca en la realidad. Se llama Rocío Ríos y nada mejor que preguntarle a ella cómo fue esa maratón olímpica de Atlanta 1996:
Rocío Ríos disfrutando de los últimos metros de la prueba, que concluyó en la quinta posición
ENTREVISTA A ROCÍO RÍOS EN MARCA RUNNER ASTURIAS SOBRE LA MARATÓN DE ATLANTA 96 |
---|
¿Cómo fue la carrera, Rocio?
La verdad es que la carrera fue un sueño. Cuando salimos Mónica Pont y yo, decidí ir con Mónica, porque el año anterior había quedado sexta en Goteborg, en el campeonato del mundo, y me dije ‘de esta no me separo yo’ (risas) Entonces fue así hasta el kilómetro 15, pero vi que yo podía más, y ella no es que se quedase, era mi sensación. Empecé a ir para adelante y a coger gente y más gente… no sé en que puesto iríamos más o menos Mónica Pont y yo en el 15, pero yo sé que en el 30 ya debía ir la décima, en el 35 iba séptima u octava, y en el 40 ya pasaba a Manuela Machado, que había quedado campeona del mundo de maratón el año anterior, en Goteborg, y a Lidia Simon, que había quedado subcampeona del mundo. Yo me decía ‘¡madre mía! ¡¡qué es esto!! ¡¡¡a ver si me encuentro a la cuarta y a la tercera!!!’ (risas) … y la verdad es que no me dio tiempo. Si que fue la carrera de maratón que más fresca llegué, le pregunté al juez si me quedaba una vuelta… me dijo que no y acabé.
O sea que ibas sobrada al final (risas) Tenías fama de ser demasiado lanzada al principio ¿esta vez te retuviste más de la cuenta por miedo a que la carrera fuera muy dura por el calor y el recorrido y, al final, si hubieras salido más fuerte esa medalla habría estado al alcance?
Sí, la verdad es que me había llevado unos cuantos batacazos de ir bien a un mundial y, o salía fuerte o los nervios o no sé que me pasaba, pero siempre me pasaba algo. Entonces ahí decidí, antes de marchar de Asturias ‘voy a ir a la Olimpiada, voy a llegar y voy a ser olímpica aunque llegue arrastrando’ (risas) Sabía que iba a llegar cómo fuese, a la meta había que llegar. Y salí con miedo, porque había un 90% de humedad, había muchas cuestas… habíamos hecho el recorrido unas cuantas veces, mitad y mitad en 25 kilómetros que a veces entrenábamos, porque fuimos cómo dos semanas antes, y si que veía que era muy duro. Entonces tenía miedo, la verdad es que salí con bastante respeto y eso fue lo que también me ayudó un poco.
El resultado estuvo por encima de las expectativas, fuiste la mejor española, y España, si hubiera habido competición por equipos habría terminado segunda… ¿esperabas acabar tan arriba?
No, no lo esperaba la verdad. Pero me encontraba muy bien, además me animé mucho cuando empiezo a pasar a Uta Pipig y veo que estoy pasando a gente que tenía 2:24-2:25-2:22, me dije ‘¡jolín, ¿qué es esto? ¡qué bien me encuentro!’. Sí que tenía miedo, pensaba ‘a ver si me voy a dar el batacazo’, porque era esto de correr bien y no notaba cansancio.
Al final acabas quinta, y en este país, con tanta obsesión por las medallas, y más en aquella olimpiada, que veníamos de Barcelona con veintitantas y allí se sacaron diecisiete… un quinto puesto cómo el tuyo, cuando se sacan diecisiete medallas ¿sé le dio el valor que crees que tenía o se le dio menos valor?
Bueno, pasa un poco inadvertido. A nivel de equipo español si que la gente estaba muy contenta, en mujeres normalmente era muy difícil sacar medalla y ser finalista y entonces si que me animaron mucho, y aquí en Asturias cuando llegué… pero bueno, todo se olvida… yo creo que hasta las medallas (risas)
Se criticó mucho la organización de aquellos Juegos, especialmente desde España ¿estuvieron tan mal o tal vez pecamos un poco de chauvinistas por querer enaltecer aun más lo estupendos que habían sido los de Barcelona?
Para mí fue sensacional, me lo pasé muy bien, me pareció que estaba todo muy bien organizado… salvo lo de la bomba, aquel susto que tuvimos [el día antes de la maratón]… pero todo estaba bien, por lo menos en lo que yo estuve. Era mi única olimpiada, tampoco puedo decir esta fue mejor o esta fue peor… pero para mí fue lo más especial.
Especial fue, en efecto, lo que logró Rocío Ríos en la maratón de los Juegos Olímpicos de Atlanta en 1996. Tanto cómo para que, más de veinte años después, ninguna otra atleta española haya logrado nada semejante. ‘Sólo’ fue un quinto puesto y, por tanto, su sensacional actuación no añadió nada a ese medallero que, por desgracia, acaba siendo el baremo por el que la mayoría decide si una actuación es un éxito o un fracaso. Pero esa quinta posición le supo a gloria a su protagonista y sigue siendo un recuerdo imborrable para todos los que tuvimos el placer de vivir aquellos momentos, aunque fuese por la televisión y desde la enorme distancia entre Atlanta y nuestro Gijón del alma, su ciudad de siempre aunque, cómo ella dice con humor, ‘¡me fui a nacer a León!’.
The Olympic Marathon - Women Run For Gold on Sunday – artículo de Don Allison previo a la disputa de la maratón femenina de Atlanta 96
1996 olympic games Atlanta - women´s marathon – resumen y clasificación de la maratón femenina de Atlanta 96 en la web Sport-Olympic
The Olympic Games 1996: Uta Explains What Happened in Atlanta– entrevista de Jörg Wenig a Uta Pipig sobre su actuación en la maratón de Atlanta 96
The Olympic Marathon– capítulo sobre Atlanta 1996 en el libro sobre las maratones olímpicas escrito por David E. Martin y Roger W. H. Gynn
A Rocío Ríos se le quedó corto el maratón– artículo de José Mora publicado en el diario 'El País' sobre la maratón de Atlanta 96
La maratón más corta de Rocío– artículo de Mario Braña sobre Rocío Ríos publicado en el diario 'La Nueva España' el 8 de marzo del 2009