Cualquiera que estuviese en el mes de agosto de 1936 en el fastuoso estadio Olímpico de Berlín se impresionaba con los logros de Jesse Owens, ganador de la medalla de oro en las pruebas de 100 y 200 metros, en la del salto de longitud y en el relevo 4x100. Todos quedaban admirados por las hazañas de aquel extraordinario atleta. Desde el hombre vestido de uniforme que presidía el evento, no especialmente satisfecho por las derrotas que infringía el estadounidense de raza negra a sus deportistas de pura estirpe aria, hasta una joven competidora holandesa que, con sólo 18 años de edad acababa de cumplir ya el primer sueño de todo deportista, tomar parte en unos Juegos Olímpicos.
La chica, alta y rubia, se llamaba Francina Koen pero la conocían por Fanny, y su mejor recuerdo de aquel debut olímpico, que se saldó con dos quintas plazas en las pruebas de salto de altura y el relevo 4x100, acabó siendo ver en directo los logros del genial atleta norteamericano y llegar a conocerlo en persona para pedirle un autógrafo. Un pedazo de papel con la firma del ídolo a quien, tal vez, soñaba con emular en los siguientes Juegos, previstos para 1940, a los que llegaría con 22 años de edad y más experiencia como armas extra que añadir al enorme potencial que ya empezaba a demostrar en multitud de pruebas, fuesen estas de velocidad, de salto o combinando ambas habilidades.
Pero, para su desgracia y la del mundo entero, aquel jerarca, bajito, moreno y con curioso bigote, a quien la multitud aclamaba con ensordecedores gritos de ‘Heil Hitler!’ cada vez que aparecía en escena, tenía otros planes para hacer realidad sus propios sueños de gloria en los siguientes años. Unos planes en los que el deporte, tras servirle como excelente herramienta de propaganda con la que mostrar al mundo la mejor imagen posible de su régimen, ya no iba a tener cabida. Tres años después de aquellos espectaculares Juegos de Berlín la guerra se adueñaba primero de Europa y, luego, de cada vez más partes del planeta. Desde la clausura de aquella quincena de competiciones, que la genial Leni Riefenstahl filmó de forma tan magistral como manipuladora en la fabulosa ‘Olimpia’, pasarían doce años hasta que los deportistas se pudiesen volver a juntar bajo la pacificadora bandera de los cinco aros.
Más de una década marcada por los seis largos e interminables años del conflicto bélico que se inició en 1939 y no concluyó hasta 1945, dejando a su paso un infernal rastro de destrucción, muerte y privaciones. Un periodo especialmente duro para aquella joven holandesa y sus compatriotas, obligados a vivir bajo la férrea ocupación alemana desde prácticamente el inicio de la contienda hasta muy cerca de su final. Sin embargo, aun con las privaciones derivadas de aquella situación, la vida seguía adelante y para Fanny el inicio de la presencia Nazi en su país casi coincidía en el tiempo con su boda. En agosto de 1940 se casaba con Jan Blankers, un exatleta que había competido en los juegos de Londres, en la modalidad de triple salto, y que ahora se dedicada a labores de entrenador y periodista. En esta última faceta, Blankers había sido uno de los muchos hombres que se habían mostrado contrarios a la participación de las mujeres en pruebas atléticas. Pero, tras conocer a Fanny cambió radicalmente de opinión, hasta el punto de convertirse en su entrenador y más firme defensor.
Aun con la escasez de alimentos del periodo bélico, que en Holanda se dejó sentir sobre todo en el último año de dominio alemán en su territorio, Fanny no sólo cambio de estado y tuvo su primer hijo si no que, además, nunca dejó de entrenar y de competir en un país que, pese a todo, trataba de mantener la normalidad. De hecho, en esos años de guerra, que en los Países Bajos fueron de tensa paz controlada por los invasores, la ya conocida por todos como Fanny Blankers-Koen llegó a acumular en su haber nada menos que seis records mundiales en pruebas tan dispares como los 80 metros vallas, los saltos de altura y de longitud, la carrera de 100 yardas, y los relevos 4x100 y 4x200.
En todo caso, una vez acabada la guerra, y tras ser madre otra vez, pocos pensaban que pudiese seguir adelante con su carrera deportiva. Todo apuntaba a que la suya sería otra de esas prometedoras trayectorias truncadas para siempre por el conflicto bélico. Pero aquella extraordinaria mujer y su marido tenían otros planes. Apenas unas semanas después de dar a luz por segunda vez, Fanny reanudaba los entrenamientos para tomar parte en los Campeonatos de Holanda de 1947 en los que arrasaba logrando la victoria en seis competiciones distintas: los 80 metros vallas, los 100 y los 200 metros, el relevo 4x100 y los saltos de longitud y altura.
Al año siguiente, en verano del 1948, el movimiento olímpico resurgía de las cenizas de la guerra. Y nunca mejor dicho, porque lo hacía en Londres, dónde aun eran visibles muchas de las cicatrices que habían dejado los incendios causados por los intensos bombardeos sufridos por la capital británica durante la contienda. A esos primeros juegos de posguerra acudía Fanny Blankers-Koen doce años después de su debut olímpico en Berlín. Entonces era poco más que una inexperta adolescente, ahora era ya una mujer que acaba de alcanzar la treintena, casada y con dos hijos. Parecía que su tiempo ya había pasado y que mientras su primera presencia olímpica le había llegado probablemente demasiado pronto, esta segunda oportunidad se producía ya excesivamente tarde. Por ello, y pese a que los logros alcanzados en su país por aquella alta y veterana holandesa fuesen indudables, pocos eran los que se la tomaban en serio en una época que apenas toleraba aun la práctica deportiva en las mujeres y, desde luego, no la consideraba en absoluto compatible con la vida de esposa, madre y ama de casa. Pero en la semana que transcurrió desde la disputa de las series de los 100 metros hasta la final del relevo 4x100, Fanny se encargó de demostrarles a todos lo muy equivocados que estaban.
Fueron siete días extraordinarios para la holandesa, que empezó ganando con autoridad la medalla de oro en los 100 metros lisos, disputados sobre una pista de ceniza regada a conciencia por la lluvia del típico clima británico, presente en aquella semana de agosto con la misma intensidad y persistencia que en pleno otoño o invierno. La que alguno había llegado escribir en la prensa local que era ‘demasiado vieja’ se había proclamado campeona olímpica batiendo a atletas mucho más jóvenes. Un logro que la satisfizo tanto como para pensar que ya era más que suficiente y plantearse el retorno a casa, con sus hijos, en lugar de tomar parte en las otras tres pruebas en las que estaba inscrita, los 80 metros vallas, los 200 metros y el relevo 4x100. Si embargo, su marido y entrenador, Jan, la convenció para que, al menos, continuase con la siguiente cita, la de las vallas.
Dos días después, llovía aun con más fuerza y la ceniza del estadio de Wembley estaba todavía más negra, encharcada y pesada cuando las finalistas en los 80 metros vallas esperaban en los entonces casi novedosos tacos de salida el disparo del juez. Entre las ocho competidoras destacaba, por su altura y por el llamativo naranja del pantalón del equipo de Holanda, la que ocupaba la calle 1. Era Fanny, que, nerviosa, dudaba en el momento de la arrancada, pensando por un instante que esta había sido nula, y partía en última posición. Aun así, pronto remontaba para llegar al último metro en lucha por la victoria contra la local Gardner. Ambas cruzaban la meta emparejadas y nadie sabía realmente cual de ellas había ganado hasta que los jueces decretaron el triunfo de la holandesa, que lograba de ese modo su segunda medalla de oro y era felicitada por su rival británica con un comentario (‘¡no eres tan vieja después de todo!’) que mezclaba, a partes iguales, admiración ante el logro de su rival y sorpresa al verse derrotada por una atleta mucho mayor.
Si una medalla de oro ya colmaba las aspiraciones de Blankers-Koen, dos lo hacían aun más. La tentación de volver a casa era, si cabe, más fuerte tras el segundo triunfo pero, por otra parte, ya había recorrido la mitad del camino y los ánimos de Jan, convencido de sus posibilidades en el 200, acababan por decantar la balanza a favor de seguir en Londres y afrontar el siguiente reto, la carrera de la media vuelta a la pista. La final se disputaba dos días después, de nuevo en otro de esos días de auténtico ‘brittish weather’, con tantos o más charcos en la ceniza del estadio que paraguas en las tribunas. De nuevo por la calle 1, Fanny se destacaba de inmediato, abría hueco con cada una de sus largas zancadas y dejaba atrás a sus rivales, incapaces de avanzar más deprisa en aquella empapada y pegajosa superficie sobre la que ella volaba. Su victoria, la tercera en tres finales, era la más rotunda que nadie había logrado hasta entonces en un 200 olímpico, siete décimas de ventaja sobre la segunda clasificada. Una diferencia que sigue siendo la mayor entre oro y plata en una final de la distancia en los Juegos.
Haber ganado con tal superioridad, y lograrlo, además, en la que era la tercera prueba en la que tomaba parte, hizo que la holandesa ya afrontase de forma más relajada su último compromiso, el relevo 4x100. Es más, incluso se permitió el lujo de salir a tomar algo con su marido la noche antes y de ir de compras al día siguiente. Por fin había dejado de llover, así que era un buen momento para pasear por la capital británica, una vez dejada atrás la tensión de las jornadas anteriores. Entonces, imagino que entretenida eligiendo la gabardina que buscaba en alguno de los famosos grandes almacenes de Oxford Street, perdía el tren que llevaba al equipo holandés desde sus alojamientos en un colegio al estadio. Esta vez los nervios no los tenía ella sino sus compañeras, temerosas de que finalmente se hubiese ido a casa son sus hijos. Pero no había por que preocuparse, Fanny acababa llegando a tiempo de cambiarse y ocupar su lugar al inicio de la recta de meta, dónde le tocaría recibir el relevo para realizar la última posta. Y aunque le entregaban el testigo en cuarta posición, igualada con la tercera y unos metros por detrás de las dos primeras, su poderoso sprint se volvía a imponer para ser quien rompía la cinta de llegada con su característico estilo, cabeza echada bruscamente hacia atrás en el último impulso de su torso, y ganar su cuarta medalla de oro. Una hazaña sin precedentes en el atletismo femenino, que la convirtió en toda una celebridad, descrita con los tópicos de la época como ‘el ama de casa voladora’, aunque la expresión fuese ahora de admiración ante su sensacional logro, que igualaba el de Jesse Owens doce años antes en Berlín. Aquellos cuatro oros que, en cierto modo, la habían inspirado.
Veinticuatro años después de aquel mes de agosto en Londres, transcurridos ya treinta y seis desde su primer encuentro, Jesse y Fanny volvieron a coincidir en unos Juegos Olímpicos en Alemania, los de Munich 72. Ambos estaban entre los excampeones invitados por el comité organizador y la holandesa, al reconocer al estadounidense, se acercó a él y cuentan que le dijo ‘todavía tengo tu autógrafo, soy Fanny Blankers-Koen’. Entonces, la respuesta que recibió de Owens fue tan preciada para ella como aquel pedazo de papel que siempre había guardado con tanto o más orgullo que sus cuatro medallas de oro olímpicas: ‘no tienes que decirme quien eres, lo se todo sobre ti’. Porque en ese momento pasó de ser la admirada en vez de la admiradora. Y, además, no admirada por cualquiera sino por alguien que sabía, mejor probablemente que ninguno otro, lo que significaban sus éxitos. No tanto por el simple hecho de coincidir en cantidad de medallas en unos mismos Juegos sino, sobre todo, por lograrlos superando los prejuicios y rompiendo las barreras que su raza, para él, su sexo y el papel que se le quería dar en la sociedad, para ella, se habían empeñado en imponerles.
A día de hoy, cuando ya han pasado casi setenta años desde aquella semana mágica de Fanny Blankers-Koen en Londres, ninguna otra atleta ha sido capaz de emular la hazaña de la holandesa, proclamada por la IAFF atleta del siglo en 1999. Pero más allá de los números, de sus medallas de oro y de sus records, su principal logro es su legado: demostró que ser madre no era impedimento para que una mujer siguiese compitiendo, y lo hiciese, además, al más alto nivel. Después de ella han sido infinidad las han seguido su ejemplo y, afortunadamente, hace mucho tiempo que nadie se extraña ante la presencia en cualquier campeonato de una atleta de 30 años con hijos. Y, desde luego, aunque fuese con admiración… ¡a nadie se le ocurriría definirla cómo ‘el ama de casa voladora’!
Winner against all odds – artículo de Alex Trickett en la web de la BBC
50 stunning Olympic moments No10: Fanny Blankers-Koen wins four golds – artículo de 'The Guardian' sobre los 4 oros de Fanny en Londres
Fanny Blankers-Koen's quadruple gold medal triumph – in pictures – galería de fotos de 'The Guardian' sobre los 4 oros de Fanny en Londres
Fanny Blankers-Koen, wife, mother, and four-time Olympic gold medalist– artículo de KeriLynn Engel sobre Fanny Blankers-Koen
‘The Flying Housewife’ of the 1948 London Games– artículo de Gilbert King en la web del museo Smithsonian
La Holandesa Voladora– artículo en la web mujeres riot
Only the 'Athlete of the Century' beat Williamson to gold– artículo de Mike Rowbottom en el Independent