EL ÚLTIMO OBSTÁCULO DE GÄRDERUD

Los ingleses llaman ‘steeplechase’ a las carreras de obstáculos. Un nombre cuando menos peculiar, ya que su traducción es algo así como ‘perseguir campanarios’, pero que tiene su explicación en los orígenes de este tipo de competiciones, nacidas, como muchos otros deportes, en las islas británicas. Cuenta la historia que allá por el siglo XIX empezaron a organizarse por aquellas tierras unas carreras a caballo por la campiña en las que había que superar los obstáculos que el terreno ofrecía, fuesen estos artificiales, como las vallas, setos o muros que delimitasen las fincas que se atravesaban, o naturales, como zarzas, arbustos o ríos más o menos anchos y profundos. Y para orientarse a lo largo del recorrido, la mejor referencia eran los altos campanarios de las iglesias situadas en cada localidad incluida en el trazado.

De ahí el nombre que ha llegado hasta nuestros días, asociado tanto a las carreras de caballos con obstáculos (entre las que la máxima referencia es el mundialmente conocido ‘Grand National’) como a las de atletismo. Estas últimas nacieron poco después, como una variedad sin caballo de las ecuestres, y pronto empezaron a extenderse más allá del entorno rural, primero, y universitario, después, para acabar convirtiéndose en una especialidad atlética que tiene su principal referente en la prueba en pista de los 3000 metros obstáculos… uno de los cuales incluye agua como dificultad adicional y legado de los riachuelos a vadear en aquellas primeras carreras campestres.

Más o menos por la misma época del los comienzos del ‘steeplechase’ en Gran Bretaña, pero un poco más al este, en Suecia, se empezaban a disputar también eventos deportivos basadas en competir campo a través a pié, aunque en su caso los participantes usaban un mapa y una brújula para seguir el recorrido. Nacía de ese modo lo que hoy conocemos como pruebas de orientación. Una especialidad que, un siglo después, a mediados de los años sesenta del XX, era especialmente popular en el país nórdico. Y entre sus numerosos competidores comenzaba a destacar un espigado joven, de nombre Anders Gärderud, que seguía la estela de sus padres, participantes habituales también en esa modalidad. A aquel chaval alto y rubio se le daba realmente bien lo de correr por el campo. Y lo hacía, además, de forma natural y sin apenas tener que preocuparse por entrenar. Así que en cuanto a empezaba a tomárselo más en serio y comenzaba a correr junto a atletas de los clubs de la zona, Anders se deba cuenta de que además de estar entre los mejores en las pruebas de orientación también lo podría conseguir en las de atletismo.

Y aunque a veces le costaba mantener la disciplina que requería el entrenamiento atlético, acostumbrado como estaba a la mayor libertad de correr, sin más, por el bosque, el joven Gärderud, tras dudarlo bastante y estar a punto de dedicarse de lleno solo a la orientación, pronto comenzaba a lograr numerosos triunfos en las pistas y, a finales de los sesenta, ya era uno de los atletas más destacados de su país y de la categoría junior europea. Es más, el mundillo atlético sueco comenzaba a ver en aquel muchacho alto, delgado y de elegante correr, al perfecto sucesor de Gonder Hagg, la gran estrella del país en los años cuarenta y recordman mundial de los 5000 metros durante una década.

Unas expectativas que, aun siendo de lo más halagadoras, no eran especialmente positivas para Gärderud, ya que le generaban una presión a la que, en ocasiones, le costaba sobreponerse. De hecho, pronto empezó a asociarse con el atleta sueco la fama de corredor rápido, capaz de lograr magníficas marcas en distancias que iban desde los 800 lisos a los 3000 obstáculos, pero que se ‘arrugaba’ cuando lo que se esperaba de él no eran los records sino las victorias, algo que pocas veces va junto en las finales de las grandes competiciones.

A los veintidós años, Gärderud competía ya en sus primeros Juegos Olímpicos, los de México 68, aunque no pasaba de las series tanto en los 800 como en el 1500. Cuatro años después, en Munich 1972, corría igual suerte, esta vez en los 3000 obstáculos y los 5000 metros, aunque con la atenuante de sufrir un fuerte resfriado que limitaba de forma drástica sus posibilidades. Una auténtica lástima porque, especialmente en los 3000 obstáculos, el sueco estaba entre los máximos favoritos a las medallas. De hecho, una semana después de los juegos, ya curado del molesto catarro, demostraba de lo que era capaz estableciendo el nuevo record mundial de la prueba con un crono de 8:20.8. Gärderud ya estaba, definitivamente, en la élite de la especialidad… pero las victorias en las grandes competiciones se le seguían resistiendo.

Por eso cuando, dos años después, en el europeo celebrado en Roma, era batido en el sprint final por el polaco Malinowski, la medalla de plata se podía ver como, ¡por fin!, un éxito en una cita importante… o considerarse una nueva demostración, ¡una más!, de que nunca iba a ser capaz de ganar una final del máximo nivel. La duda estaba aun por resolver, seguían diciendo los que esperaban todavía más de él.

VÍDEO DE LA FINAL DEL EUROPEO DE ROMA, 1974:

Una duda que estaba desapareciendo a pasos agigantados en un Gärderud cada vez más seguro de sus posibilidades. Al año siguiente, en 1975, lejos, eso sí, de la presión de las grandes competiciones, volvía a batir el record mundial de los 3000 metros obstáculos. Y lo hacía, además, dos veces en apenas una semana. Primero, con un tiempo de 8:10.4, en Oslo. Y seis días después arañaba otras seis décimas más al crono para convertirse en el primer hombre en bajar de los ‘ocho diez’ con un registro de 8:09.8 logrado en Estocolmo. Además, en las dos ocasiones se imponía por delante de Malinowski, como queriendo demostrar también su capacidad para ganar carreras ante los mejores rivales, esa de la que dudaban sus detractores.

En todo caso, a Gärderud, ya a punto de cumplir los treinta años de edad cuando se llegaba a los Juegos Olímpicos de Montreal, en 1976, le seguía faltando ese título de campeón que no había conseguido aun alcanzar en la categoría absoluta a lo largo de su ya larga carrera deportiva. A diferencia de en sus dos anteriores experiencias olímpicas, en los Juegos de la ciudad canadiense, el sueco competía solo en una distancia, su preferida, los 3000 obstáculos. Y esta vez no tenía problemas para llegar a la final, con lo que ya dejaba atrás el doble mal trago de las dos Olimpiadas previas, cuando había caído eliminado siempre en las series.

De todas formas, la carrera decisiva no iba a ser fácil, aun con la ausencia por motivos políticos de los atletas de Kenia, que ya llevaban unos años empezando a despuntar en la distancia destinada a convertirse muy pronto en su coto más privado. En todo caso, el campeón Olímpico anterior, el legendario Kipchoge Keino, ya se había retirado. Y su sucesor y medalla de plata en Munich, Ben Jipcho, el hombre que, en 1973, le había arrebatado su primer record mundial a Gärderud (antes de que este lo recuperase dos años después), se había pasado unos meses antes al profesionalismo, por lo que, con las reglas de la época, no habría podido competir en Montreal. Además, aun no había surgido a nivel internacional la siguiente generación, encabezada por Henri Rono, que acabaría, para siempre, con las opciones de los atletas de raza blanca en la prueba de los 3000 metros obstáculos. Por todo ello, blancos eran, precisamente, los doce que saltaban a la pista del inacabado estadio Olímpico de Montreal para disputar una carrera que, para Gärderud, se presentaba como la última oportunidad de ser campeón olímpico. Algo así como el último obstáculo a superar, el más alto y más difícil de todos.

Entre esa docena de competidores no faltaba su gran rival, el polaco Malinowski, el hombre que le había batido en el europeo de Roma dos años antes. Ambos eran los dos principales favoritos… pero ojo con olvidarse del alemán Michael Karst, que les había acompañado en el podio continental. O con su compatriota del otro lado del muro, el representante de la RDA Frank Baumgartl, un hombre de rápido final. Por no hablar del finlandés Tapio Kantanen, bronce en la anterior cita olímpica y otro atleta muy a tener en cuenta. El resto de finalistas ya deberían tener menos opciones. Ellos eran dos jóvenes británicos, Dennis Coates y Tony Stayinings, otro dúo de apenas veinteañeros, Ismo Tuokonen, de Finlandia, y Henry Marsh, que empezaba ya a ser la gran referencia estadounidense en la distancia, un sueco de la misma quinta que Gärderud, Dan Glass, el neocelandés de veintiocho años Euan Robertson… y el más importante para los que veíamos la carrera por televisión desde la lejana España, Antonio Campos. El valenciano se había metido en la gran final tras acabar cuarto en una dura serie que había dejado fuera a uno de los grandes de los obstáculos europeos de entonces, el francés Villain, finalista en las dos anteriores citas olímpicas.

Y una vez entre los doce mejores, Campos no estaba dispuesto a ser una mera comparsa. El español era quien primero tomaba las riendas de la final y su fortísimo ritmo empezaba a seleccionar el grupo, del que pronto se iban descolgando unidades. Campos continuaba en cabeza al paso por el mil, que se hacía en 2:43.6, casi tres segundos mejor que en la carrera del record mundial en Estocolmo el año anterior. A mitad de carrera, el fuerte desgaste de la rápida primera mitad de la prueba se dejaba notar, Malinowski era entonces el líder, aunque cruzaba el 2000 unas décimas por encima del parcial del record, perseguido de cerca ya solo por Gärderud, Baumgartl, Campos y Kantanen.

VÍDEO DE LA ÚLTIMA VUELTA EN LA FINAL OLÍMPICA DE MONTREAL 1976:

El español era el siguiente en ceder. Pero, pese a su esfuerzo, Malinowski no lograba despegarse de Gärderud, Baumgartl y Kantanen, que iniciaban pegados a él la última vuelta. Era el turno entonces del sueco, que pasaba a liderar la prueba en la contrarecta y encaraba en cabeza el salto de agua final, del que salía en primera posición y con una ligera ventaja sobre el alemán oriental y el polaco, mientras que el finlandés ya había perdido contacto unos metros antes.

Entonces, Malinowski cedía terreno definitivamente a la vez que Baumgartl aceleraba y se disponía a adelantar a Gärderud cuando ya solo restaba el último obstáculo. Parecía que, una vez más, el sueco no iba a ganar en una gran final, incapaz de nuevo de superar su particular último obstáculo hacia la gloria. Pero el que, literalmente, sucumbía ante la alta barrera final era su rival germano, que dudaba, acortaba el paso en el último momento y acababa golpeando en el salto contra la dura madera para perder el equilibrio y caer al suelo con la meta a la vista. Ya nada ni nadie se interponía entre Gärderud y la medalla de oro, el título y el gran triunfo que tanto había buscado y de forma tan contumaz se le había resistido. Y lo lograba, además, estableciendo un nuevo record mundial, demostrando (con un 8:08.02 que aun hoy día, cuarenta años después, sigue siendo una marca al alcance de muy pocos no nacidos en África) que era capaz tanto de correr muy deprisa como de ganar cuando la presión y la exigencia eran máximas.

MÁS INFORMACIÓN:

Top Distance Runners of the Century: Motivation, Pain, Success: World-Class Athletes Tell – libro de Seppo Luhtala con un capítulo dedicado a Gärderud

Anders Gärderud Minnesvideo - Mästarnas mästare Säsong 1 – entrevista a Gärderud en la televisión sueca con imágenes de su carrera deportiva

Son Leyenda: Antonio Campos – entrevista a Antonio Campos por Recaredo Agulló

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